Son las 10 de la noche y Khanh sale de su casa en las afueras de Ho Chi Minh (antigua Saigón) para comenzar su peculiar jornada laboral, que terminará en 2 o 3 horas, si tiene suerte.

El cazador de cucarachas camina equipado con un cubo de plástico y dos palos similares a cañas de pescar a cuyos extremos ha adherido sendos trapos embadurnados de caramelo líquido.

Se detiene junto a los orificios de una alcantarilla e introduce sus utensilios con parsimonia hasta que tocan el fondo. “Ahora solo tenemos que esperar”, dice.

Apenas un minuto después, saca los palos, por los que corretean unas diez cucarachas que va metiendo en el cubo, agarrándolas con sus manos desnudas si es preciso.

“Me pagan 50.000 dong (1,80 euros) por 100 piezas y en una noche, desde las 10 hasta la 1 o las 2 de la madrugada puedo capturar unas 700”, explica.

Khanh vende sus presas a pescadores aficionados o a restaurantes tradicionales construidos sobre palafitos en estanques en los que los comensales capturan sus propios peces, y después de veinte años ya no se plantea ganarse la vida de otra manera.

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“Si tuviera más dinero quizá montaría un negocio, vendería algo más normal, pero este trabajo es sencillo y obtengo lo suficiente para vivir”, asegura.

A Khanh se le ocurrió esta salida profesional cuando se vio forzado a dejar su trabajo como fabricante artesanal de anzuelos de pesca.

“Se empezaron a vender anzuelos importados que eran mucho más baratos que los artesanales y tenía que pensar algo. Conocí a dos pescadores que cazaban cucarachas para usarlas como cebo y se me ocurrió que podía ser una buena forma de ganar dinero”, relata.

“A veces -prosigue- también me compran los dueños de pájaros enjaulados o los que tienen peceras en casa. Hace una semana gané 500.000 dong (18 euros) en un día porque un hombre que vive fuera de la ciudad me hizo un encargo para alimentar a sus peces”, cuenta.

Cuando recibe pedidos importantes, acude cerca de los mercados, donde estos insectos son más fáciles de encontrar y de mayor tamaño o trabaja también por la mañana en busca de cucarachas de tierra.

“Para las de tierra entierro una cáscara de durian u otra fruta durante una semana en un parque cerca de mi casa y cuando vuelvo solo tengo que escarbar un poco para encontrar muchas sin esfuerzo, pero me pagan la mitad porque son más pequeñas. Normalmente las grandes están en los sitios más sucios”, indica.

Hasta hace 2 años compartía la ocupación con su esposa, pero explica que ella se cansó y prefiere vender billetes de lotería por la calle. Cuando empezó aprendió de otros 2 hombres que lo hacían, pero ya se retiraron y cree ser el último.

“A mí me gusta -dice- y de todas maneras no tengo otra cosa que hacer, si no lo hiciera, me quedaría en casa. Cuando empecé, a mucha gente le parecía muy raro porque no es un trabajo habitual. Pero después vieron que me entrevistaban en periódicos locales y que salía en la televisión, así que dejaron de hacer comentarios”.

Le es difícil calcular cuánto dinero gana en un mes porque depende del número de pedidos, pero no se queja y asegura tener suficiente. “Si no tengo pedidos -dice- a veces salgo de todas formas, uso las cucarachas para pescar yo mismo y en casa comemos pescado”.

EFE