Es hora de librar una batalla intelectual para detener la tiranización de nuestro idioma. Si algo más de 580 millones de personas lo hablamos y escribimos en los países hispanohablantes, vale el esfuerzo de darle el realce que él tiene.

Pareciera existir una conjura contra uno de los idiomas más espléndidos del mundo, porque a diario es maltratado y la normativa que lo rige desde lo gramatical y lo ortográfico se desconoce alegremente. Hasta la fecha del 23 de abril de cada año (dedicada a resaltar su vital importancia) está cayendo en el olvido. La gran mayoría de estudiantes no tienen idea del origen de esa fecha.

Frente a esa «contaminación», que desluce y causa la decadencia del idioma, no son muchos los que asoman su testa para defender el legado cultural hispánico; ni siquiera los académicos, filólogos y gramáticos consumados se interesan hoy por salir al paso de tantas locuciones exóticas ─habladas y escritas─ que empañan la pureza y brillantez de nuestra lengua.

Ya no es únicamente la aparición de vocablos extranjeros mezclados deliberadamente con palabras españolas, ahora también incursionan algunos signos no lingüísticos, metidos entre palabras y expresiones, a modo de «neologismos» sin sentido. Es el caso del signo de arroba (@), que muchos usan con el argumento de que sirve para referir simultáneamente términos de género masculino y femenino. ¡Nada más descocado que eso, pues tal signo no es lingüístico!

También está en uso la letra cu (q) desamparada de las vocales u y e, que son las únicas que le dan vida plena; no lejos de ella está la ca (k), que muchos usan ahora dizque para abreviar palabras que lleven la sílaba de su nombre: kmisa, por camisa; kz, por caseta; nuk, por nuca; kiero, por quiero; cuk, por cuca, entre otros no menos asombrosos barbarismos. Ese fenómeno es algo así como la deliberada gestación de otra Torre de Babel. Ojalá que no llegue a consolidarse nunca para bien de nuestra comunicación.

Lo grave es que los estudiantes de bachillerato y los de nivel superior son propagadores de esas estrambóticas grafías, y lo triste es que muchos adultos están usando esas raras combinaciones, salidas de testas perdidas en el mar de la ignorancia.

Quiera Dios que yo no me gane la malquerencia de algunos compatriotas, pero no puedo pasar inadvertido el papel que, en esa descomposición del idioma español, están desempeñando muchos educadores. Se nota «a leguas» que poco o nada están haciendo para detener entre sus alumnos tamaña degradación de la lengua de Castilla, a la cual dio lustre Miguel de Cervantes Saavedra. Resulta inaudito que en pleno siglo XXI, el siglo de las comunicaciones, de la tecnología y de la globalización, las aulas escolares no estén sirviendo para enseñar correctamente el idioma español. Queda uno con la sensación de que de allí salen todos esos solecismos que deslucen nuestro bello idioma.

Entre muchos profesores también cunde el descuido por cultivar la preceptiva que dimana de la Real Academia Española (RAE). Casos abundan de profesores que escriben y hablan con errores. Y, claro, los fomentan entre sus alumnos al no tener capacidad para corregir los errores que los estudiantes también cometen.

Es hora de librar una batalla intelectual para detener la tiranización de nuestro idioma. Si algo más de 580 millones de personas lo hablamos y escribimos en los países hispanohablantes, es válido darle el realce que él tiene. Volvernos escuderos para salir al paso de tan descuidadas presentaciones, que deslucen nuestra lengua madre, es obligación moral y cultural de todos. Yo empecé hace 18 años esa tarea con artículos que transmito por Internet a más de diez mil personas. ¿Usted se uniría también, estimado lector, a esta cruzada idiomática? ¡Si lo hiciese, que el resplandor de las benditas palabras lo ilumine por siempre!

¡Hablar y escribir bien es el reto de hoy!

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