A la mayoría de los colombianos los une más que la bandera o el himno, el padecimiento de haber sufrido cualquier forma de violencia existente y los fenómenos asociados a ellas, con consecuencias directas en la vida de las personas tengan o no dinero.

A pesar de ello, contamos con recursos propios para enfrentar esa adversidad. Un ingenio que raya en lo absurdo y una esperanza colectiva de que las cosas siempre mejorarán, irónicamente a prueba de balas.

Quizás fue esta esperanza la que nos permitió continuar, seguir adelante, a pesar de las cosas malas que suceden año tras año con relatos que hablan de los peores y más escabrosos hechos violentos.

Sin embargo, el ingenio del que tanto nos enorgullecemos, suele confundirse con la ingenuidad, otra característica muy colombiana, que una vez se macera, se tritura, con unos gramos de ignorancia y egoísmo al gusto. Todo lo anterior, da como resultado una mezcla, algo así como la base de coca, que nos llevó por el camino de la autodestrucción.

Innumerables son los ejemplos de desquiciados, asesinos, sádicos, maniáticos, corruptos, abusivos y enfermos psiquiátricos cometiendo fechorías dentro y fuera del Estado, solos o en grupo y cuyas acciones dementes tienen el rótulo de inolvidables por las canalladas cometidas.

Si los extraterrestres realmente existieran, y como en la película del Quinto elemento, un visitante recién llegado pudiera echar un vistazo a la historia de Colombia, difícilmente entendería por qué la vida aquí no vale nada. O por qué nos creemos todavía un país.

Seguramente, esa pregunta se la hizo el mismo Simón Bolívar, antes de convertirse en dictador, cuando pensó que por nuestras peculiaridades la sociedad de entonces no estaba lista para la democracia. No cabe duda de que el libertador profetizó nuestros males actuales cientos de años antes.

Pero entonces: ¿Es la democracia la culpable de nuestro subdesarrollo?

Cualquiera podría opinar, al enumerar las noticias trágicas, que sí.  

Y es este simple sí, la base sobre la que se arma el discurso del actual gobierno, convenciendo a las masas ingenuas, ignorantes y sufridas con argumentos fabricados a partir de falacias que mezclan mentiras e ilusiones y medias verdades.

Así se sustentan sus políticas de cambio, como una nueva Reforma Tributaria, que en estos primeros cien días no son más que buenas intenciones con nefastas consecuencias. Sino miremos como el dólar resulta 1000 pesos más caro desde su posesión.

No existe nada más peligroso para la democracia, esa de la que hablaba Bolívar que no era para nosotros, que hacerle creer a la gente que nada de lo que hay sirve, allí se incuban los tiranos que todo lo saben y todo lo pueden.

Las consecuencias de llenarle al pueblo la cabeza con esas ideas, es la revuelta violenta, la intransigencia y la falta de argumentos para debatir con altura y no con balas o armas blancas.

Por eso desde hace 100 días se nos repite que para salvar a la raza humana se debe acabar la exploración de hidrocarburos y la minería legal en Colombia.

El pasado 20 de septiembre, el presidente Petro fue a la ONU y en diez minutos que nadie parece escuchar le dijo al mundo que la coca es igual al petróleo.

Su primer acto de gobierno fue presentar una Reforma Tributaria a pesar de que la última, apenas se está implementando. La misma que dio pie a las revueltas sociales para que por fin los ricos paguen según el discurso de nuestro presidente popular disfrazado de Robin Hood.

En una reunión con los alcaldes del país hablando de estos temas, nuevamente, le salió al paso a quienes, y con razón lo culpan por el incremento del dólar, al respecto se defendió atacando, echando vainas como es su costumbre, y repartiendo culpas en lo que nadie le gana. Es una lástima que no hubiera sido Fiscal.

…“Veía un artículo esta mañana en Twitter de algún periódico de ayer: ¡Qué cómo se nos ocurre poner la reforma tributaria si se va a elevar el precio del pan! Una manera bastante triste de manipular la opinión pública porque el dueño del medio es al cual le vamos a cobrar los impuestos.”

Este comentario no se puede menos que dejar a la libre interpretación de usted amable lector, pero sigue:

“Y entonces, por su digamos falta de solidaridad con la nación en un momento de crisis para disminuir el déficit fiscal, no debería intentar mover la población con algo tan vital como su necesidad de suplir el hambre, a ver si sale a las calles a destruir la reforma tributaria que no le va a poner impuestos al pueblo sino al dueño del medio”, dijo.

La virulencia de la lucha de clases ha llegado a tal punto que mucho de lo que creen los jóvenes de hoy, que siguen ciegamente esas ideas, no tienen más argumentos que los repetidos una y otra vez por el presidente sin la más mínima reflexión.

Para esta columna y lo que digo, he escuchado todos, y cada uno de los discursos pronunciados por el mandatario en estos 3 meses y seguido al pie de la letra su agenda.

Veo un peligro. Recuerden la película LA OLA y el experimento que un profesor alemán hizo con un grupo de estudiantes que cuestionaba el pasado de la Alemania nazi y el que buena parte de la población aceptara como ciertos, los argumentos mentirosos de Hitler.  Me parece que nos están llevando a eso. La mirada que Petro tiene no es la verdad del país.

Sí se repasa la historia podríamos coincidir en que además de los errores, hubo aciertos que nos permiten tener, al menos, instituciones.

Qué difícil sería la cotidianidad en un país sin instituciones como las que tenemos. Por ejemplo, la Policía Nacional, hoy en día desacreditada, desmantelada por este gobierno y sus adoradores.

Sin embargo, un minoritario sector de la sociedad, inversamente proporcional en número a su activismo en redes sociales, nos quiere hacer creer que la Policía ya no es una institución de autoridad y que no se necesita o que delincuentes condenados por destruir el transporte público y amenazar a la gente son los nuevos revolucionarios. Me resisto a creer en eso.

Me aterró, más, que el presidente en la primera ceremonia de cambio de mando de las fuerzas militares a la que también llegó con días de retraso, les ordenara a los Policías abstenerse de hostigar muchachitos en los parques.

Resulta, presidente, que no son muchachitos sino expendedores de droga en los parques los que requisaba y conducía la policía. Jóvenes con prontuarios criminales o muchas veces aprendices de peligrosos delincuentes intentando amedrentar y dañar la paz de los habitantes en los barrios.

Pero las imágenes de unos individuos pegándole con palos a unos policías abatidos en el piso o el rescate de un viceministro de quienes alteran el orden público, debería llevarnos a pensar si realmente tenemos o no tenemos democracia.

Democracia no es solamente ir a las urnas. Va mucho más allá, es una manera de vivir respetando la ley y el orden como rezan las palabras en el escudo, significado que parece olvidado incluso desde los discursos presidenciales.

Es claro que algunos miembros de la fuerza pública fueron indignos, pero no al ejército ni a la policía o al Estado, sino a ellos mismos, a sus familias, a la historia de quienes lucharon por la libertad. Y claro el responsable de eso también fue otro igual a Petro, pero del otro lado.

Hace poco escuché a una escritora decir que somos una fábrica de mentiras. Si alguien tuviera el tiempo de leer y comentar los discursos de posesión de cada uno de los presidentes elegidos desde Cesar Gaviria cuando terminó diciendo: “Bienvenidos al futuro”, podría darle la razón.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.