Lo más inquietante es que parece estancado en la “etapa fálica”, una de las cinco fases del desarrollo psicosexual planteadas por Sigmund Freud.

—¡Qué gol de Messi! ¡Severo pepinazo! —dice alguien, con esperable admiración por el futbolista argentino.

Mi adolescente interior no lo piensa dos veces:

—¿Severo pepinazo? Eso me decían anoche. Jejeje

Ni en las conversaciones más serias el muchachito este puede evitar semejante tren de pensamiento, tan inmaduro y “pene-centrista”.

—Tremendo lo que está pasando en Venezuela —plantea alguien, con razonable preocupación.

—Tremendo “este”. Jejeje —contesta rápidamente el adolescente petardo que habita en mí, obviamente, señalándose el miembro.

La idea de esos apuntes tan malos es que uno, entre chiste y chanza, saque pecho de la virilidad, del tamaño del órgano masculino, de su resistencia y desempeño, así sea a mitad de una necesaria y profunda reflexión:

—Somos una sociedad atrasada. Nos queda un camino largo por recorrer.

—Largo “este”. Jejeje.

Sin embargo, el adolescente interior, en su afán de hacerse el chistosito, me hace quedar mal, impulsándome a repetir comentarios claramente desfavorables para mi imagen:

—Trump es un tipo muy desagradable.

—Desagradable “este”… Jeje… Uy… No, noooo… No es desagradable. Le juro que sabe bien… Está apto para el consumo humano.

[…]

—El nuevo de la oficina es como retraído.

—Retraído “este”… Uy… espere… Nooooo… Es retraído, pero se crece… como la Espada del Augurio: “¡Thunder!… ¡Thunder!… ¡Thundercats! ¡Ohhhhh!”.

Estamos hablando de un impertinente que siempre busca sabotear las conversaciones, incluso las que merecen toda la seriedad del caso. Es un problema mayúsculo (mayúsculo “este”. Jejeje… Ah, ya cállese la jeta, hombre).

“Sea varón… ¿O che le hicho achí?”

Todavía siento el impulso de burlarme internamente cuando dos personas, que aún no son pareja, tienen algún gesto entre sí de coquetería: “Son novios, son novios…”, canto mentalmente.

El adolescente, además, toca mi hombro y me señala con malicia a mujeres cuyos pezones se pueden ver a través de sus blusas, camisas y camisetas.

—Ushhh, mire. Unas tetas —me dice emocionado.

—Qué pendejo. Tetas hemos visto, y sin tela encima —le respondo con desdén.

—Sí, pero mire esas.

—Que no, hombre, madure… Qué tienen de especial esas… esas… Ufff, ¡unas tetas!

El subconsciente me traiciona de vez en cuando. Hay ocasiones en las que el adolescente triunfa sobre el Andrés aterrizado y maduro. Hace poco, alguien se agachó y dejó a la vista la raya de su cola. “Jejeje. Se le ve la alcancía”, dijo mi joven díscolo interior, al tiempo que me ofreció una moneda para que la encestara en medio de las nalgas: “Tírela, sea varón… ¿O che le hicho achí? ¿Usted es una nena popó o qué?”. Ante la presión, lo hice. La víctima de mi travesura dio un salto: “¡Qué le pasa, Andrés! ¡Respete!”, se quejó mi papá, sacándose la moneda de entre los bóxers.

Eran mis tíos quienes decían: “Sea hombre”, para evitar que llorara. Mi insulto favorito para un cobarde era: “Mucha niña”. Soy de la generación que escribía en los tableros de tiza: “El que lea esto es marica”. Fui criado en una sociedad algo más machista, sexista y homofóbica que la de ahora. Una sociedad que aún cree que las lágrimas no son cosa de hombres, que la valentía es cuestión de género y que confunde el agravio con la orientación sexual.

Lo anterior quiere decir que mi adolescente interior, como parece destinado a no madurar, repite por reflejo aquellas ideas retrógradas que hacen eco en mi subconsciente. He ahí el problema de tener un muchachito dentro de mí (¡Ayyy! “Un muchachito dentro de mí”. ¡Pártete, galleta!).

Soy padre de un bebé. No puedo rendirme y dejar que el petardo interior sea quien críe a mi niño de 18 meses. No puedo permitir que, en 15, 20 o 30 años, mi hijo tenga un adolescente interior tan retrógrado. El que lea esto es marica.

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Encuentre esta columna de @agomoso cada 15 días.

La próxima, el miércoles 8 de mayo: “Carta abierta a las mujeres de un hombre aficionado al Play Station”.

Si se perdió las columnas anteriores, aquí están:

“Nadie me contó que uno también termina con los amigos”

“Cuando chiquito quería ser gomelo. Lo logré”

“Lleno de expectativas a los 18 años; lleno de incertidumbres a los 35”

“Yo pensé que después de los 33 años todos madurábamos”

“Cuando uno es de centroizquierda… y el suegro es uribista (y viceversa)”

“No solo nos gusta aparentar, nos fluye sin siquiera darnos cuenta”

“Ver la vida a través de LinkedIn, tan frustrante como verla a través de Instagram

“La Navidad es un tranquilo paseo de diciembre… para quien no tiene bebés

“Mi papá es un hipócrita”

“Ser ateo es más difícil en las vacas flacas

“Cambiar de peluquero en la misma peluquería… mala idea

 

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.