El gran plan familiar durante mi infancia era ver el noticiero a las siete de la noche mientras comíamos. Una costumbre que todavía se mantiene en todo el país.  Eran los ochenta y contábamos solamente con la programación de dos canales que iniciaban su transmisión a las cuatro de la tarde. 

Desafortunadamente, mis recuerdos están asociados a hechos violentos y trágicos que veía por televisión. Ahora, que soy padre de seis hijos trato de que mis hijos no vean noticieros, como me tocó a mí.

Tengo dos adolescentes. Santiago y Valentina, cumplieron 15 años y nuestras conversaciones han cambiado de tópicos. Muy a mi pesar, ahora están enterados de las noticias que antes les ocultaba. Ciertamente, resulta imposible esconder la realidad con todos los noticieros que transmiten las 24 horas, los siete días de la semana. A eso se suman las plataformas sociales.

Santi y Vale ya no son los niños inocentes que solían ser. Al escucharlos con atención, resulta angustiante sus reflexiones sobre cómo entienden esa realidad tan particular que nos tocó padecer.

Aunque ellos no ven televisión, están siempre informados por cuenta de las redes sociales, que se han encargado de mantenerlos mal informados por la excesiva publicación de las llamadas ‘fake news’.

 Así que cualquier tema sin el contexto adecuado los puede llevar a desfigurar la realidad. Sin duda un gran peligro.

Este año, las noticias comenzaron con un aterrador atentado que dejó 21 muertos en la Escuela de Policía General Santander, tema que ya quedó en el olvido como tantos y horrorosos hechos que marcan nuestra tragedia nacional.

Ahora, los muchachos hablan de los más recientes desmanes, disturbios y malestar social en casi todo el continente latinoamericano.

En Chile, turbas enardecidas destruyeron el metro más bonito, cómodo y moderno de Suramérica, debido al anuncio del aumento del precio del pasaje. Una medida que las autoridades, tomaron sin contemplar que sus usuarios no tenían cómo pagar el incremento.

El presidente Sebastián Piñera, por segunda vez en el poder, se muestra muy positivo a la hora de hacer balances sobre lo que está pasando. Hace mea culpa, y trata de arreglar el desorden descomunal y el evidente desarreglo social, que ni él ni nadie, sabía que existía. Paradójico que un gobernante no se hubiera dado cuenta de lo que estaba sintiendo su pueblo.

Chile dejó de ser de la noche a la mañana el oasis de Suramérica y va rumbo a un cambio de su Constitución.

 Nota: Bogotá es la única ciudad de más de ocho millones de habitantes que no tiene un metro porque su alcalde actual, Enrique Peñalosa, hace 20 años prefirió el Transmilenio. Ahora, que se ha hecho inmanejable el transporte público, sí quiere y ya el negocio es de los chinos. Será un metro elevado, súper cortico, que va por encima de la troncal de Transmilenio, también mal hecha. Los arreglos han costado igual que un metro como el de Santiago cuya reconstrucción constará no menos de 300 millones de dólares.   

Veamos ahora la situación de la Bolivia de Evo Morales.  Él, se quería reelegir indefinidamente luego de 12 años como presidente, y constitucionalmente no podía presentarse una vez más. Fue sacado a bolillazos por los mismos indígenas que lo llevaron algún día al poder. Dejó al país sumido en el caos y en la más espantosa destitucionalización, horrorosa palabra, por cierto.

Nota: Nunca los periodos constitucionales son suficientes para los que llegan a gobernar con la idea de salvarnos. No importa si son de derecha o de izquierda. Esos grandes cambios para “mejorar”, no se pueden hacer en poco tiempo, dicen. Y requieren, bajo ese sofisma, reelegirse ellos y a sus amigos. Como aquí lo hizo Uribe y luego Santos. A todos les gusta quedarse eternamente.

Y ni qué decir de la situación en Ecuador: una revuelta civil echó para atrás una orden gubernamental que eliminaba los subsidios, y en consecuencia incrementaba el precio de la gasolina, en un país cuya moneda es el dólar, porque no tiene reservas de oro para producir su propio papel moneda.

Nota: El presidente actual de Ecuador, Lenín Moreno, lleva casi dos años en el poder. Fue el vicepresidente de Rafael Correa que fue presidente por 11 años.  Es decir, que puede haber un cambio de nombres, pero no de sus políticas. Como aquí con Uribe y luego con Santos y antes Pastrana y sumen a Duque. Son 26 años gobernando. 

Miremos a Perú, que no tiene Congreso, porque el presidente que reemplazó a uno que renunció por estar vinculado en el escándalo de Odebrecht, lo cerró.

O en Brasil, donde la gente pelea por la corrupción que supera a cualquier otro país. Brasil está quebrado luego del Mundial de fútbol, los Juegos Olímpicos y a eso se le suma la destrucción del Amazonas.

Venezuela sigue en el mismo y doloroso padecimiento. Un montón de venezolanos ahora vienen aquí y un porcentaje importante de ellos piden limosna en las calles de casi todas las ciudades del país.

Al entrar a explorar las noticias en Colombia, nos toca hacer un alto en el camino para respirar profundo. Empezando noviembre nos informaron desde el Congreso de la República, de una noticia espantosa que le dio la vuelta al mundo.

Roy Barreras le contó al país que fue bombardeado un campamento en el Caquetá donde se encontraban las disidencias de las FARC. Anuncio que también hizo muy orgulloso el Presidente Iván Duque sin mencionar que murieron al menos 8 menores de edad, seguramente reclutados en contra de su voluntad.

Si bien es una cantidad de información complicada para los adultos, ahora dígame cómo será esto para un adolescente.

Nuestra actualidad latinoamericana trae un reto enorme para los padres y adultos con jóvenes a su alrededor. Debemos hablar con ellos desde una posición racional que exige la solución al conflicto sin el uso de la violencia. Cuántos muchachos buscan hacer reaccionar a los gobiernos, pero han perdido la vida al unirse a las protestas, recibidas siempre en primera instancia con bombas aturdidoras y gases lacrimógenos y luego con balas. 

Pienso, al escuchar tantas posiciones encontradas, que no es con radicalismo que vamos a equilibrar el orden social.

Estamos acabando de tajo con las esperanzas de las nuevas generaciones, que miran atónitas este mundo de mierda, que nos ha sido imposible cambiar.

Igual no aprendemos, pareciera que todos añoran un nuevo 9 de abril, pero más amargo que el primero.

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