Previo a una lluvia de ideas, miraba la lista hecha a mano que incluía al menos 50 temas de los cuales me gustaría tratar. Pero me preguntaba una y otra vez. ¿Cuál? Son tantos, variados y complejos los acontecimientos de nuestra cotidianidad, que logran ser una fuente inagotable de inspiración pero resultan inabordables para un solo texto. 

Elecciones llenas de controversias, acusaciones, campañas sucias, señalamientos y al menos un líder muerto cada día, según promedian las autoridades y que es anunciado con grandes titulares en la prensa nacional.

Luego el dedo sigue moviéndose por la hoja y señala varias palabras: estudiantes, marchas, encapuchados, pedreas, enfrentamientos, heridos, trancones, parálisis, caos, gases lacrimógenos, gobierno y promesas. Lo peor es que lo mismo está pasando en todo el continente.

Aunque el capítulo Colombia está cruelmente adornado por una fuerte recesión económica, que el gobierno se resiste aceptar, pero que se evidencia en las cifras y  se siente en las calles.

A esto le sumamos viejos y nuevos procesos judiciales, muchos sin resolver. Lo más lamentable es que ninguno de los dineros que se han profanado, han sido devueltos y los que se lo robaron, gozan de privilegios o viven en libertad.

No obstante, algunos escándalos pasan desapercibidos y hasta escondidos. O será porque la indagatoria a Álvaro Uribe en la Corte Suprema de Justicia lo acapara todo. O porque da igual y no se le da importancia.

Uno de esos temas que pasó de agache es el de la promesa de construcción de cientos de colegios por todo el territorio nacional, que no se hicieron o se abandonaron, quedando con la penosa enfermedad del elefante blanco. Un multimillonario contrató en época de la impoluta exministra de educación, Gina Parody.

En resaltado naranja tengo el tema de la fuga de Merlano, la posterior captura de su hija y del odontólogo que le hizo un diseño de sonrisa, para dos días después estar debatiendo su inminente liberación por exceso de fuerza y abuso de autoridad.

Una vez más, esa voz interior que susurra con rabia me dice: ¿Pero qué más se puede decir de ese show? Nada. Ese escándalo, que no es una burla sino nuestra vulgar realidad, debería obligarnos a actuar.  

Hacer algo para que las cosas que tanto molestan cambien: sin violencia, sin muertos, sin agresiones. Sin manifestaciones, ni encapuchados.

¿Cómo es posible que los hampones que tienen dinero, y están detenidos en las cárceles, las manejan a su acomodo? ¿Cómo es posible que policía, ejército, cortes, jueces y políticos están involucrados en graves casos de todo tipo de delitos y no hayamos podido blindar el sistema social?

A propósito de esa pregunta, recientemente, el escritor José Camilo Franco me recordó,  al hablar de su más reciente libro presentado en la Feria del libro de Pereira: ‘Cambio social y Empresarial’, que un cambio social para que se pueda dar, debe tener el consenso, de al menos, el 75 por ciento de la población.

Este 75 por ciento sería el primero de varios requisitos sin el cual, el anhelado cambio o la implementación de los correctivos adecuados, la esperada transformación, o la desinfección, es imposible que puedan comenzar.

Es decir, que en Colombia por ahora cambio no habrá.

El dedo me lleva un renglón más abajo a un recuerdo, los tres años después del plebiscito. Recientemente terminé las 576 páginas del libro ‘La batalla por la paz’, de Juan Manuel Santos, sobre la paz con las Farc y sus ocho años de gobierno.

En resumen, es un libro bien escrito y muy fácil de leer. Santos escribe mejor de lo que gobernó. Reconoce que se equivocó poniendo al pueblo a votar la aprobación de los acuerdos en un plebiscito. Notable.

Argumenta que las ideas del Centro Democrático insisten en un país en el que no hubo conflicto, y dice que eso es francamente insensato.

Concluye que a muchos de los votantes del NO fueron engañados. Insiste en que el odio no deja ver, como tampoco el ego de lobo de Uribe, su examigo y su exlíder en el partido de la U, disfrazado en un discurso de cordero de centro, dice, que no los deja ver. Siempre lo mismo.

Ya para cerrar el repaso en los temas que merecen mi atención están los balances que promociona el alcalde Peñalosa. Sus videos inundan más que los de Uribe antes, durante y después de la indagatoria en todas las redes y la televisión abierta. 

Ha publicado, además, con bombos y platillos que el Metro elevado ya se va adjudicar entre dos consorcios sobrevivientes al proceso de licitación. Ojo: el que gane tendrá que hacer los estudios que faltan, el diseño, la construcción, la operación y puesta en marcha. De llorar.

 Entonces, llego a la conclusión de que Colombia, el país del sagrado corazón, será por siempre como la cumbia: no tiene cuerpo, ni tiene corazón.

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