De hecho, para este último domingo de octubre escogeremos de nuevo alcaldes, gobernadores, concejales, ediles y diputados que son, o se supone, los representantes del pueblo. 

Cubrir varios procesos electorales; y hacer parte de una campaña presidencial y otra a la Alcaldía de Bogotá, me permite ilustrar a la luz de lo que vi y conocí lo que es una elección en este país.

Debido a esa experiencia, y sin temor a equivocarme, le puedo asegurar que a casi todas las personas que postulan su nombre a un cargo público les pasa algo muy parecido, por no decir que lo mismo.

Como decían las abuelas en el campo: una cosa piensa el burro y otra el que lo enjalma, pues la mayoría critica lo mismo, y sobre ese cansancio, se lanzan y montan discursos con el sofisma de cambiar lo que los de siempre no han podido.

Lo primero es que el idealismo que a muchos impulsa, siempre se choca de frente contra la pared de nuestra realidad.

Cuando le hablo de una pared, debe imaginársela igual a la Muralla China, sólo que la nuestra está construida imaginariamente hace poco más de 200 años y la llaman el imperio de la ley. Es sobre ella que se balancean en la cornisa los que están arriba.

También están en la lucha los pragmáticos, esos que no son idealistas sino comercializadores de sus ‘famiempresas’ electorales, a los que tarde o temprano se les vuelve una tortura costear corrompidas e insaciables clientelas que se heredan de generación en generación. Es ahí donde comienza y termina el desastre del país.

Y cuando le hablo de costosas clientelas me refiero a los electores de cualquier  partido político con sus llamadas bases o militancias, y sus innumerables líderes barriales que saben exactamente cuántos votos tienen y dónde están. Y a esa pobreza común y generalizada, que como ganado, es posible llevar de un corral a otro siempre que haya pasto.

También le puedo asegurar que nada de lo que pasa en una campaña se le compara al ejercicio de lo público. Es decir, lo dicho después del día de la votación se olvida con rapidez. Una cosa es lo que se promete y otra lo que se puede lograr.

La campaña, al final, sólo sirve para la elección. Gobernar es el más difícil de los ejercicios del poder y poco tiene que ver con lo que sucedió durante la pelea por el cargo.

Luego, nadie recuerda el programa que inscribieron en la Registraduría. Ni las promesas, ni los insulsos debates. Es más, pocos candidatos saben para qué los van a elegir. Muy pocos tienen claro el para qué, y lo peor es que se van del cargo sin saberlo.

En el mundo de lo político lo ideal es hacer campaña, decir cosas que pueden o no funcionar, cautivar al electorado con propuestas, ideas y buenas intenciones. Lo realmente difícil es gobernar, con autoridad, y con atención y cumplimiento a lo prometido.

Lo que nunca dicen los candidatos de las mismas familias en sus biografías, en sus perfiles novelados y en sus escritos que otros les redactan, es que además de haber  heredado bienes, dinero y electorados, también les legaron un extraño fenómeno delictivo en sus vidas.

A ver si lo entiende. A muchos de esos que van a elegir y a sus amigos, financiadores y hasta sus enemigos, les fascina vivir en la cornisa. Es un vicio vivir así. Piensan que nunca los van agarrar, que nunca se van a caer.

Pero aun así, están seguros que recibir montones de dinero por un proceso de contratación, o un regalo como una finca, predios, establecimientos de comercio, en contraprestación por un contrato con el Estado o un favor que se pagará después de ejecutado no son delitos, si los cometen ellos; o los cometen otros para ellos.

Quitarle el dinero a la gente por un puesto, cambiar influencia por votos y votos por puestos. Y puestos para luego cobrar un porcentaje. O colocar personas en lugares estratégicos para hacerse a negocios vitalicios.

Vivir así, al filo de la ley, es como estar a punto de caer de una gran altura, como cuando la gente intenta saltar de un puente, pero se arrepiente. Cubiertos por una especie de suerte que protege al malabarista, al loco de la cornisa. ¿O será Dios el que no les deja caer?

Durante un buen tiempo se balancean primero con los dos pies y luego con uno, retando al destino, lo hacen con un pie o incluso se descuelgan a la espera de una mano amiga que les suba de nuevo antes que sus brazos exhaustos les dejen caer al vacío.

Al final, es tanto el dinero, los intereses y lo que pueden hacer para su beneficio, el de sus amigos y financiadores, que todos los demás idiotas útiles o electores y quienes les ayudan con ingenuidad nunca sabrán que somos sus títeres.

Otro de esos elementos de los que le hablo tiene que ver con lo que se promete. Asumen  teorías, estudios y datos para lo que dicen. Algunos, incluso, no dan cifras para no comprometerse y simplemente generalizan. No obstante la realidad siempre abofetea al candidato y a su elector.

No es absurdo, entonces, que el debate no se centre en sacar adelante al país, las ciudades y las regiones, pues nos gobierna la decisión del 25 por ciento de la gente que si ejerce su derecho al voto.

Como tampoco, que el tema electoral esta tan mecanizado y tan estudiado por los que viven del tema, que al final durante el escrutinio, si las maquinarias o la opinión no hubieran hecho la tarea, en el reconteo voto a voto se arreglarán las cargas.

Estos elementos que le cuento, deberían ser no solo analizados y entendidos por los candidatos sino más bien por los electores, para diferenciar el difícil quehacer de la representación, y la responsabilidad superior que tenemos al poder elegir.

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