Desde siempre las necesidades básicas de los colombianos han sido la sábana de promesas de los políticos durante su campaña al poder. Obvio, los contratistas elegidos para ejecutar las obras son amigos de los políticos y la historia se escribe una y otra vez de la misma manera. Obras que le cuestan el doble a la nación y no cumplen con las garantías necesarias para su buen funcionamiento.

Sólo por mencionar un ejemplo, Hidroituango que inicialmente se estimaba que iba a costar 8,7 billones de pesos, ya sobrepasa los 14 billones de pesos de inversión. Y aun no tenemos la certeza de sí va a funcionar.

No hace mucho, en mi época de reportero en Noticias Caracol, tuve la oportunidad de cubrir la llegada de la luz a Puerto Carreño. Si. Es en serio. Hace tan solo 15 años la capital de Vichada no contaba con energía eléctrica.

Fueron necesarios 125 años desde que Thomas Alva Edinson construyó la primera lámpara incandescente para que la gente de la capital del Vichada pudiera ver un bombillo prendido, pudiera refrigerar sus comidas o hiciera uso de un ventilador.

Haga un alto por unos segundos e imagine lo que era la cotidianidad de las personas que no tenían energía.

Me mortifica pensar que mientras la humanidad celebraba los 40 años la llegada del hombre a la Luna, nosotros en Colombia seguíamos festejando la llegada de la luz a todo el territorio nacional.

Lo que hoy más me llama la atención es que en ese entonces, los discursos de políticos y gobernantes buscaban seducir a sus electores prometiéndoles esos servicios de carácter esencial y fundamental. Nunca ha importado los costos, peculados y retrasos.

Volviendo a nuestra realidad actual, tengo que referirme a un comercial que vi esta semana en un canal nacional en el que la Alcaldía me invitaba, como ciudadano de Bogotá a subirme a un metro que aún no existe. Me pareció un chiste como el de un enano tan gordo, tan gordo, pero tan gordo que no le decían enano sino gordo.

¡Súbase al metro! decía la campaña. Parece un chiste. Desde 1942 estamos hablando de rutas, estaciones, metros subterráneos, metros elevados y por supuesto, costos.

Irónico que nos pidan a los ciudadanos que nos subamos a algo que no existe. Cómo carajos nos dicen “súbanse los que quieren pasar más tiempo con las familias, súbanse los que recorren la ciudad pedaleando, súbanse los que verán las obras con paciencia y buena cara…”

No hay línea, túnel, elevado, sillas, estaciones, nada. Pero nos piden que nos subamos.

Si resulta como lo pintan, en 20 años van a terminar la obra y me pregunto, ¿quién va a responder por el descalabro? Pero insisten en vender una idea que de entrada, casi 20 años después de llegada la luz a Puerto Carreño,  resulta igual de disparatada.

A punto de llevar a gente a vivir a Marte, en Colombia seguimos intentando hacer un metro, pero en vez de hacerlo ponemos a la gente a que se lo imagine. Así era con la luz.

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