Aunque su vida y obra ha sido recreada en al menos 15 películas y desmenuzada en un centenar de libros biográficos, como por ejemplo en la serie de televisión ‘The Queen’; no resulta tan sencillo para estos tiempos dimensionar una figura de los quilates de Winston Churchill.

La historia, precisamente, lo recuerda por una vocación de servicio y un liderazgo a prueba de todo, que les sirvió a los países aliados para lograr la victoria, casi imposible, en la peor y más cruenta guerra que haya tenido la humanidad hace menos de un siglo.

Churchill fue dos veces Primer Ministro de Inglaterra, y dejó un ejemplo para las nuevas generaciones de templanza al no rendirse al temible, aplastante y cruel poderío Nazi en la Segunda Guerra Mundial.

El legendario lord inglés también fue un destacado político, historiador y periodista. Y obtuvo además un premio Nobel de literatura. Entre esas muchas y célebres frases dijo alguna vez, con toda la razón, que el éxito consiste en ir de fracaso en fracaso, sin perder el entusiasmo.

Una definición del triunfo, de la victoria, tan profunda y cierta que no encuentro una mejor a las muchas que seguramente se podrían consignar en el diccionario; y tan lógica que los colombianos deberíamos obligatoriamente meditarla.

Un extranjero podría hacer un recuento simple y pensar que si bien firmamos dos veces unos acuerdos de paz que dividieron al país, tanto que incluso las familias todavía no olvidan, ni perdonan las peleas que se originaron por apoyar u oponerse al proceso de paz con las Farc; somos poco serios y sin respeto por la palabra empeñada.

Resulta que ahora como el viejo refrán que dice: “que al que no quiere caldo se le dan dos tazas”. El jefe negociador de ese grupo decide unilateralmente volver a las armas luego de 6 años de conversaciones, miles de muertos y un proceso que hasta Nobel de Paz le permitió al presidente de turno.

Lo que está en juego es vivir en un país que necesita menos discursos y peleas; por uno, en cambio, donde emprendamos acciones concretas de cara a mejorar las condiciones de la mayoría de sus habitantes.

Sin embargo, las prioridades son otras. Estamos otra vez listos para la misma guerra. Con Farc y exFarc en todas partes. En la legalidad y en la ilegalidad. Con Paras, exparas, bandas emergentes y otras guerrillas no desmovilizadas. Un popurrí obsceno de orden público para un país con tantos pobres.

A casi 30 días del último domingo de octubre de elecciones, ya entramos en la recta final de la campaña electoral. Nuevamente, con un panorama siempre violento y de pelea a muerte. Vamos a las urnas en medio de un montón de escándalos y muertos, de asesinatos sin resolver, que inundan y atemorizan el quehacer diario de cualquier persona común y corriente.

Nos siguen atropellando noticias sobre “masacres” y muertes violentas, somos expertos en agruparlas en un montón de categorías: líderes sociales, candidatos, transeúntes, ciudadanos, o un hincha de tal o cual equipo. Al final son muertos, asesinatos, dolor y más dolor.

Los despachos judiciales y las cárceles no dan abasto. Amanecemos con un escándalo diferente cada semana, y lo mismo: indagatorias, pruebas, interrogatorios, casas por cárcel y continuos señalamientos y acusaciones de los mismos a sus iguales del otro bando y viceversa.

Todo ello nos ha puesto en el peor de los escenarios, pues la sociedad colombiana se debate entre sobrevivir  en el “deber ser”, que nunca es. O en el sofisma o la utopía.

Sí. Aceptamos con tristeza que tenemos un problema de moral social que nos dejó estancados en el fango y la desdicha.

Debatimos cualquier cosa hasta perder el argumento. Lidiamos entre escoger al tuerto en un país de ciegos, o que no importe nada. Y en consecuencia compramos discursos obsoletos llenos de lugares comunes sin conocimiento real sobre los problemas de las comunidades.

Ahora resulta que nos conformamos con candidatos que reparten volantes, dan la mano y prometen que ellos sí, a diferencia de todos los demás, lograrán lo que otros no, como si ello fuera posible.

Nuestra sociedad dividida por el dolor y el sufrimiento durante tanto tiempo nos enfermó a muchos de sus ciudadanos, y nos dejó tan ciegos que nos conformamos solamente con el éxito de nuestros deportistas que vemos por televisión, así sea tan sólo un bálsamo, una crema fría para la piel insolada.

O puede que luego de tantos fracasos estemos montados en la ruta al éxito social, aunque para lograrlo sea necesario, según Churchill, no perder el entusiasmo.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.