El nombre de Ingrid Betancourt tiene tantos adeptos como contradictores dentro y fuera de Colombia. Nadie le podrá desconocer a la ciudadana colombo-francesa que fue víctima del conflicto y sufrió en carne propia el incuestionable flagelo del secuestro, pero en la memoria histórica del país está, más fresco que nunca que, la testaruda obstinación de una candidata, sin mayor favorabilidad en las encuestas de 2.002, fue la que desencadenó lo que ella sufrió a manos de las FARC. Arrogancia y prepotencia, que siempre han caracterizado y asistido a la líder del partido Verde Oxígeno, es la personificación de una figura política oportunista que en su momento tentó la suerte haciendo campaña en zonas rojas, desatendiendo las recomendaciones de las autoridades, y ahora apela a la decepción ideológica, el hastío de la polarización, la radicalización del discurso, y la lastima para ganar votos que le permitan negociar réditos burocráticos.

Desconexión con el país que deja ver Ingrid Betancourt, en los primeros días de campaña, lleva a cuestionar por qué no pasa de las generalidades a un plan de gobierno con propuestas que fijen su norte. Espiritualidad de la que se reviste en cada entrevista, o pronunciamiento público, la ahora precandidata presidencial, siembra serias dudas sobre su idoneidad para enfrentar el caótico presente que transita la nación. Voz de aspirante, apuesta electoral, 20 años después de haber sido tomada como rehén de las FARC, llega a los colombianos a través de un tono flojo, soso, con una argumentación plana, sin matices e ideas claras. Seis años de secuestro, y catorce en libertad, son muestra del corto circuito de la colombo-francesa con el pueblo, legítimo derecho a la reparación, que persiguió con su demanda al estado, se desdibujó en el desagradecimiento que dejó en el ambiente saber que fue liberada por las fuerzas militares del gobierno, en una operación perfecta, y el país le salió a deber.

Alianzas de papel que se tejen de cara a las elecciones de marzo son atomizadas desde la egoteca y ansias de poder que acompaña a cada precandidato, trivialidad de las opciones que se están constituyendo, en la coalición centro, exaltó la urgente necesidad de usar la figura de Ingrid Betancourt para captar la atención de las mujeres, los jóvenes y los grupos marginados. Para nadie es un secreto que la rezagada carrera que ahora emprende la líder del partido Verde Oxígeno difícilmente ganará las elecciones de su coalición y más tarde que temprano será el detonante para sacar a flote una ruptura que la llevará a tomar un vuelo a sus cuarteles de invierno en París donde se refugiará por otros cuatro años; Colombia ya tiene claro que la ahora aspirante a la presidencia es experta en esparcir sal en la herida abierta, destilar odio, y como las aves migratorias aparece para intentar pescar en río revuelto.

Oratoria que se concentra en dar respuesta a la juventud manifestante, protegiendo a terroristas y no a los agentes policiales que garantizan el orden público, desconoce que la masa inconforme ya tiene suficientes garantías y se requiere proteger a la ciudadanía general de los vándalos que se camuflan en las protestas. Problema de Ingrid Betancourt, y sus pronunciamientos iniciales de campaña, está en el hablar desde la distancia propia de quien nunca estuvo en las marchas, jamás se le vio apoyar a las madres de los 6.402 falsos positivos, se perdió de la arena política y ahora viene a “revivir y refrescar” una apuesta política de bajo impacto en el colectivo social. Historia de resiliencia y reconciliación que quiere encarnar la líder del partido Verde Oxígeno sin duda enriquece el debate político, pero sucumbe ante el oportunismo de quien se fue despotricando del país a vivir en Europa y llega justo a meterse en las elecciones.

Sanación de los corazones, en medio de tanta pelea, es indispensable para una nación que requiere mejores personas. Precandidatura de Ingrid Betancourt en la Coalición de la Esperanza confirma la ambición personal de una figura que ha estado en las campañas políticas de los liberales, los conservadores, los progresistas y sin el menor sonrojo ha recomendado como el mejor candidato a quien luego señala como el peor de los males del país. Legitimidad de la alianza de centro con esperanza está en entredicho, respetando su valía en el escenario político nacional, su proceder no se compadece con la necesidad de construir una candidatura fuerte y seria que aglutine y represente a una amplia gama de sectores poblacionales. El escenario político nacional no se corresponde con la situación económica y social de la nación, discurso atrapa bobos de una política sagaz no puede calar en un país ciego y sin memoria como es el colombiano.

Ahora que se están retirando precandidatos, se ve la preocupación de varones electorales para que la contienda política de este 2.022 esté plagada de un gran número de nombres en la baraja de candidatos a la presidencia, en mal momento, cuando se requiere de mayor unidad y menos aspirantes, se ve la apuesta de muchos por mantenerse para dispersar los votos y obligar a una segunda vuelta en donde el constituyente primario desde la emoción, sin pensar en el país, sufrague para ser la piedra en el zapato de una u otra corriente de extremo. No sorprenderá que luego de las consultas se pulvericen las frágiles uniones que ahora se quieren vender a la nación como la opción para salir de la polarización de los extremos de izquierda y derecha, pero peor que ello es el Síndrome de Estocolmo que convierte en victimas a quienes tanto mal le hicieron y ataca con sevicia a quien la salvó.

Primeros pronunciamientos de Ingrid Betancourt denotan que lejos está de ser una mujer renovada que base su actuar en la nefasta experiencia del secuestro para construir un país con tejido social incluyente, arrogancia con la que ha actuado frente a la nación la precandidata presidencial del partido Verde Oxígeno, después de su secuestro, imposibilita que el electorado la vea como una alternativa de gobierno digno para Colombia. Responsabilidad del constituyente primario es saber si le da el voto a una alternativa política llena de resentimientos, la campaña que ahora centra la atención en la Coalición de la Esperanza es el reflejo del cansancio, la falta de motivación y la ausencia de alegría de quien no vive en su patria y por ello lejos está de conocerla y tener la capacidad para dirigirla.

Ejercicio de la democracia pone en escena en la campaña política a los Ex FARC, las víctimas que aspiran a las 16 curules en el Congreso e Ingrid Betancourt para los comicios presidenciales. Apartados de ideologías y creencias lo importante es escuchar a los candidatos, analizar su pasado, sus hojas de vida, su historia y sus propuestas para reconstruir a Colombia. Compromiso de los colombianos es salir a votar, entender la realidad de una nación que ve cómo se le escapa la ilusión de superar el conflicto en medio de los fusiles y la droga de las disidencias, la corrupción que carcome el estado y la conformación de células urbanas que responden a los mezquinos intereses de fuerzas políticas polarizadoras que apuestan por acabar con la institucionalidad.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.