La idea de este tema no es crucificar a mi novio por lo que dijo, sino que, tanto él, como otros, vean lo que sucede a una mujer cuando la llaman gorda.

Al decirme que había ganado varios kilos, sentí un cabreo monumental, y un horrendo sentimiento que no se me borró con las horas, sino que se fue acrecentando hasta que le dije que estaba molesta (esta es la forma muy light de decirle que me hubiera encantado salir corriendo y no volver a hablar jamás con él). Más adelante explicaré todas las cosas que envuelve sentimiento, porque seguramente no se trata de un solo asunto, sino de varias consideraciones que pueden doler y hacer mucho daño.

A mí como mujer me puedes hacer ciertos comentarios de mi aspecto, que si el pelo suelto me queda mejor o peor, que me luce el bronceado o que estoy muy pálida, que por qué me oscurecí mi pelo rubio, que por qué me lo corté, que si soy caderona, que si tengo los pechos cada vez más grandes, o que para la edad que tengo me conservo fenomenal (esta frase también me parece un cumplido envenenado).

Todo esto lo he oído a lo largo de mis 43 años y lo voy encajando. Pero que me digan algo sobre mi peso, me convierte en mi peor versión. Veamos cómo ocurrió este asunto, para ver si yo también aprendo algo sobre mi reacción, y para verificar si soy la única mujer que se siente como una mierda pisoteada si su novio le suelta esto.

Mi pareja y yo nos habíamos dejado de ver, yo tenía un viaje de 15 días a Bogotá. Mi novio vive en Madrid y era la primera vez que nos dejaríamos de ver por dos semanas. En dichas semanas las cosas no salieron como yo las esperaba, tenía que ir a un evento familiar, y después del consabido almuerzo, para celebrar el cumpleaños 92 de mi abuela, me empecé a sentir muy enferma. Dos días después salí positiva en la prueba del Covid, con tan mala suerte que contagié en el evento a mi abuela, a mis tíos, a una amiga de la familia, a mi prima de España y, por último, a mi amiga de la infancia. Los días restantes de mi viaje a Colombia los pasé aislada en una cama esperando que los dolores no me machacaran tanto, y abusando del Dolex porque la cabeza y el estómago me dolían como nunca. A mí me dio fatiga, pero sobre todo muchísimo dolor de estómago y una maluquera bestial.

Con la mano en el pecho, yo no tengo muy claro que en estos días de encierro haya comido muchísimo, o que me haya puesto a darle a las hamburguesas y a los helados. Tampoco probé el alcohol porque ni podía ni lo aguantaría con el estómago como lo traía.

Lo que sí es cierto es que pasé unos 10 días en cama, casi sin moverme, y haciendo del colchón mi base. Me vi como cuatro películas, terminé enganchada por las noches a los programas de Telpacífico, y en alguna mañana terminé enchufándome a la Doctora Polo con su delirante show: Caso Cerrado. Me terminé mi libro y me puse a escribir las veces que me encontraba animada, que no fueron muchas.

La realidad es que me aburría como una ostra. Y después de comer cualquier cosa que tuviera en la cocina, volvía a mi posición básica, en horizontal. Al perro prácticamente ni lo saqué, porque, para rematar, estuvo lloviendo en Bogotá por los quince días que estuve.

En conclusión, en cuanto la prueba me dio negativo, cogí mi maleta, me despedí de toda la familia y me regresé a Madrid con más recuerdos de frustración que de alegría.

Al día siguiente de mi llegada fui a ver a mi novio. Me moría de ganas de abrazarlo y de volver a estar a su lado. Como lo había pasado tan mal, y como sentía que con él la vida me iba a sonreír, me fui con las expectativas altísimas sobre nuestro encuentro. Craso error.

Tuvimos intimidad y, justo después, cuando yo estaba yendo a la ducha, me soltó esto de: has ganado varios kilos.

Me quedé sin habla y me metí en el baño. Incómoda. Me sentí mal porque yo no sentía que en mi viaje hubiese engordado. Pero total, como yo no me peso en la báscula, a veces me pasa. Salí del baño y le dije.

  • Así que he engordado. Pues no creo que sean ni tres kilos.
  • Muchos más, y por todas partes, me dijo, calculando el desastre a ojo, mientras yo estaba en bolas intentando encajar el nuevo juicio de los kilos.

Esa noche salí de ahí con una gran decepción. No estaba lista para encajar ese juicio, tampoco me hizo bien el sentir que, si mi viaje había salido mal y me quería sentir querida por él, pues al final tampoco lo conseguí.

Y aquí va lo que intentaré explicar, sobre todo lo que se movilizó en mí tras el comentario.

Mi novio me ve mucho más gorda y entonces ya no le gusto, ya me ve horrenda, ya me va a contar los kilos para tener una comparación de lo que era yo antes, cuando sí le gustaba, y esta soy ahora, cuando justo después de tener intimidad ya no le gusto.  A él siempre le han gustado las flacas. Las huesudas, las que cuando se sientan no tienen barriga. Las que viven a dieta, o las que por su forma de vivir y de sentir la comida o los placeres, pues no engordan.

Y esa posibilidad me abre un mundo de puertas del infierno. Porque si a él le gustas por tu físico, pues ya sabes que el físico cambia, se estropea, te abandona, o directamente es sólo tu empaque. Y tú has cambiado de empaque miles de veces porque así ha sido tu vida. Cambiante. Y sabes que lo que te hace a ti especial es tu cabeza, tus medidas las tienen millones de chicas, pero tu cabeza es única. Y es tu valor. Y es la que te permite escribir libros, artículos, y trabajar en esas cosas que sólo tú haces.

Los kilos son un arma de temible porque arrebatan la seguridad, porque uno siente que está bonita y de pronto no, no lo está, lo que está es gorda. Y estar gorda a veces no es lo mejor, (aparte de que sé que no es lo más saludable para mis arterias, para mis rodillas o para lo que sea, pero, lo más grave, es que no es lo más saludable para mi cabeza, porque a las personas gordas se les juzga). Con 63 kilos estás bien, con 69 estás horrenda, pienso yo. Todo el asunto se revuelve contra mí porque es mi cuerpo, el mismo que ha engordado después de haber comido chicharrón y merengón.

A mi edad bajar de peso ya no es tan sencillo, a mi edad, lo mejor para mí es no subir kilos porque la ropa ya no sirve, o se rompe, o talla, y uno tiene que empezar a pensar qué me pongo para que no se me vea este gordo, o este brazo, o qué cuello disimula la papada. Y confieso que vivir pensando en esconderse es complicado, y quita tiempo y energía que a las flacas les sobra. Estar gordo tiene muchas desventajas y ninguna ventaja.

Tan linda, pero si se engorda no se ve tan linda.

O como le dijo una señora amiga de la familia de un ex que tuve a los 18. María Paz tiene una cara espectacular, ojalá no la dejes engordar.

¿No la dejes? Santos chicharrones. ¿Así que el trabajo de mi ex era vigilarme los platos de comida? Esta la llevo guardada.

Mi relación con esos kilos es que los veo como algo que me suele pasar y que me acompañan porque yo no soy de las que piden agua en los bares, ni tampoco me alimento con ensaladitas. Esto me pasa porque a mí me encanta comer, y a mí me chifla beber vino. Y esto me pasa factura.

Alguna vez tuve una decepción amorosa y dejé de comer. Dejé de vivir, dejé de sentir que la vida era algo bonito. Y me quedé flaca para mis estándares. Todo el mundo me preguntó que qué dieta había seguido. Yo, en realidad, sólo sentía un dolor inmenso por haberme enamorado de quien no debía. Y fui tremendamente infeliz, estuve tan, pero tan triste, que se me caían las lágrimas por la calle, pero los demás sólo pensaban que estaba estupenda con algo menos de 60 kilos. La vida es así de injusta. Flaca estás divina. O como me dijo una mujer. Tú flaca debes ser como la Barbie. Ya sé, cuando piensas en una Barbie no se te viene a la mente una muñeca con caderas anchas, y panza, o con la espalda grande, jamás pensarías en un cuerpo no normativo para una Barbie. Pero así es el mío, y lo curioso es que históricamente los hombres me han dicho que les gustaba un montón que tuvieran de dónde agarrar, y que tuviera las tetas grandes, y que mis caderas fueran anchas y mis muslos bien prominentes. Soy curvy, y lo llevo bien. Lo que me molesta es que a veces, con un solo comentario de un novio que me ha contado los kilos, esta seguridad se puede ir a la mierda, porque puede que él no sea como los demás, y de hecho es el mismo que te dice: Yo nunca he salido con una gordita. Y ahí es cuando mi mente dice. Sabes cuál es el problema. Que me juzgas por mis kilos, es inevitable, pero no ves si yo te gusto por lo demás. Sólo estamos hablando de atractivo físico.

Y bueno, si hablamos de atractivo físico, pues a mí me gustan los altos, y los de ojos azules, y he salido con los hombres más guapos que existen, algún modelo, o actor, y estas cosas, o chicos que suelen ser vistos como muy atractivos, y esto me ha pasado siendo ancha o gordita, como se quiera ver, y a ellos les gustaba, les fascinaba, y nunca me llamaron gorda, y sigo sin saber si es porque se mordieron la lengua, o es que yo les gustaba como Dios y el vino me diseñaron.

Quizá esta observación la hizo sin maldad. La hizo porque antes me veía mejor, y antes estaba más flaca. Y yo monté este torbellino porque mi seguridad no debe estar en mis kilos, pero luego, cuando todo se calma, pienso. Si adelgazo le gustaré más, y vaya conclusión tan compleja, porque el atractivo se mide así, y yo que he defendido a todo tipo de cuerpos y de mujeres, también me he enamorado de algún chico con sus gordos, pero porque cuando se me ha ido absolutamente el corazón, y me he enamorado de una forma absoluta, he dejado de pensar en el empaque por completo.

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