Hace unos días mi hijo de 18 años se graduó de la escuela secundaria.

Verlo con sus amigos, su título en la mano y su rostro iluminado al graduarse del colegio como bachiller es sin duda un acontecimiento de alegría inmensa, pero con una dosis muy fuerte de nostalgia.

Esta es una de esas paradojas de los padres. Anhelas el día que terminen las clases y los esfuerzos familiares den sus frutos, sin embargo, cuando se acerca el día de la cosecha no deseas que suceda.

En una apreciación extraña de la realidad, juzgamos que pasó muy rápido el tiempo y ahora que el niño creció, también nos parece increíble que ya pueda tomar sus propias decisiones.

Como, por ejemplo, votó en las elecciones presidenciales con convicción y total libertad.

Y da nostalgia, porque estos momentos se vuelven tan emotivos que inconscientemente nos transportan al día exacto en que te graduaste y vuelves a sentir esa gran felicidad.

Parpadeas y tus ojos vuelven hacia él y a los demás familiares que te acompañan. La esperanza me supera. Le deseo todo lo mejor desde mi corazón. Quien no quiere que los hijos sean alegres, optimistas, comprometidos, disciplinados, coherentes y conscientes, si esta es la deseada fórmula para vivir bien.

También esperas que él no cometa los mismos errores que tú o que los errores que cometa no sean graves y le causen menos dolor e incomodidad que a ti o a muchos de tus conocidos y amigos.

En el fondo no quieres que sufra innecesariamente, porque ya conoces el precio que se paga por las equivocaciones.

Aunque sabes que si algo enseña el paso de los años es que tendremos que poner una alta cuota de dolor y sufrimiento, básicamente, porque así es la vida.

Vivir es un juego con reglas ciertas para resultados inciertos, como la política, o el tenis. Y en el que la alegría y la tristeza, el dolor o el placer si bien pueden tener significados opuestos, siempre van de la mano. No existe el uno sin el otro.

Aunque muchos padres, y me incluyo, cuando tratamos de ocultar y negar esta realidad los inhabilitamos. Los volvemos incapaces de afrontar la vida cuando esta se torne momentáneamente adversa.

Un problema real inventado en casa, porque los dejamos sin la capacidad de asumir con entereza las vicisitudes que se puedan presentar.

Caímos en la trampa de creer que controlamos todo y el golpe es fuerte cuando comienzan los giros.

Antes de la entrega del diploma, la sonrisa de alegría se mezcla con aplausos y mucha incertidumbre. Quieres que esté bien y haciendo lo que le gusta.

Esperas que su inteligencia le pueda servir a la sociedad, que goce de buena salud, que desarrolle sus talentos, que al verse tentado pueda discernir en favor de la verdad y salga victorioso cuando enfrente los males del mundo y peligros que acechan por doquier.

Este momento único se podría describir como un ir y venir entre tu vida y la de tu hijo. Te confrontas con las expectativas que tenías y tu realidad 30 años después. Finalmente, ser padre es la empresa más importante de cuantas existen.

Mario Mendoza dijo en uno de sus textos que todo hombre puede ser padre, pero no todos lo merecen.

La presentadora del evento anuncia finalmente su nombre, y mientras camina orgulloso hacia el diploma celebramos el final de esta primera y significativa etapa escolar, con sus hermanos y compañeros luego de 15 años juntos.

Lo vuelves a mirar y te preguntas si ya está listo para enfrentar esa otra etapa, como lo hicimos con su madre, cuando cada uno inició su propio viaje. Por lo pronto confiamos en que está bien entrenado y podrá resolver los acertijos cotidianos con metodología y profundidad.

Un viejo maestro cuando le preguntaban por el papel de los padres en la crianza de los hijos respondía: -después de los 18, casi que él trabajó ya está hecho, amigo mío. Lo que fue será, sentenció.-

Lo más incierto, es que no hay garantía de que lo hayas hecho bien, sólo la mínima esperanza de que la formación en el hogar, tu ejemplo y los refuerzos del colegio le permitan navegar con calma y destreza en las turbulentas aguas de esta existencia caótica y desigual.

Entre los graduandos no reconoces a muchos. Niñas que ya no son niñas y niños que ahora son hombres. Jóvenes que cuentan con nuevas herramientas, un razonamiento lógico más agudo y una visión pragmática de hacer las cosas.

Por eso parte de los discursos que invitan al despertar de la conciencia colectiva que ha estado dormida durante tanto tiempo es una de las consignas que persiguen.

Este mundo de esclavitud en busca de ganancias temporales y logros pasajeros no es su prioridad, como tampoco demuestran algún interés en lo material.

Para ellos, las ataduras que en el pasado moldearon la sociedad, hoy son ítems irrelevantes.

Santiago toma el diploma y nos mira con su rostro satisfecho. Se me encharcan los ojos, paso saliva, me tiemblan las manos y siento que él es mejor mil veces y tiene la capacidad de hacer lo que yo no podría y muchísimo más para la gloria de Dios, sus antepasados y nuestra propia historia familiar.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.