Hace unos días una buena amiga me invitó a pasar la tarde a su piscina. Era lunes festivo y acordamos quedar a las cinco para picar algo a la sombra de su jardín. Mi amiga vive en un edificio y algunos de esos apartamentos dan justo a este espacio arbolado con césped. Cuando sacamos un jamón, fruta y dos refrescos llegaron algunas avispas y también nos fijamos que la vecina del balcón de arriba se puso a escuchar con toda su atención nuestra conversación. Optamos por hablar más bajito, pero resultaba inquietante tener la vista de escrutinio de la señora mayor encima nuestra. Continuamos como si nada estuviera pasando, y la dejamos sin prestarle atención, al igual que dejamos en paz a las avispas.

En ese momento noté que la mujer estaba hablando por teléfono desde la terraza y asomada, y con el tono justo para que yo la escuchara, empezó a decir lo siguiente:

“Es que me han levantado de la siesta, aquí dos mujeres que están bebiendo (beber en España se interpreta como beber alcohol) y comiendo entre las moscas. Y es que encima son sudamericanas”.

En ese instante respondí desde donde estaba sentada con un enfado que me subió de los pies a la cara:

“Primero: somos tan españolas como usted, y segundo: no estamos bebiendo”.

A lo que la señora respondió a su conversación telefónica: “y no te lo pierdas, una de ellas se está encarando. ¡Faltaría más!”.

“Vamos a ver (expresión que siempre antecede a la descarga de algo serio), usted está hablando de mí, de nosotras, y a mí me molesta, porque eso que usted está diciendo no es verdad”.

 

Esto que voy a decir a muchos les va a rallar la cabeza, las personas que tienen los humos subidos y los que van por la vida despotricando y faltando a los demás, se suelen achicar cuando alguien que ven inofensivo se les rebela. Esto me pasa con mucha frecuencia con los españoles que tienen malos modales, y que van por la calle repartiendo su mala hostia por doquier. Ellos jamás se esperan que una mujer como yo les responda con autoridad. Los deja totalmente fuera de lugar, porque casi nunca nadie lo hace. Y entonces se callan y se van con cara de sorpresa. La estrategia funciona y es multinivel. Funciona en el médico, en el parque, en el bar y en el aeropuerto. Y si no me cree, pruébelo la próxima vez que alguien le enseñe los dientes sin venir a cuento. Y verá que es reconfortante defenderse. A mí, de hecho, me hace sentir que hago lo correcto, y también me rebaja la rabia que me produce la situación.

 

La historia con la del balcón se saldó a los pocos minutos cuando la incómoda señora se metió por fin dentro, y nosotras, un poco aburridas, guardamos el jamón y la fruta.

 

Me esperé unos minutos, nos fuimos al borde de la piscina y seguimos a nuestras cosas, mi amiga es de la liga de las mujeres que nunca se enfada, o al menos yo, en trece años jamás la he visto así. Y digamos que, mientras yo le respondía a la mujer mayor, ella me decía: No le digas nada, dejála (porque es argentina y también española, como me pasa a mí, que soy un mix)

Yo, en cambio, si veo que soy tratada injustamente, nunca me callo. Y me da igual si esto me sucede en España, en Colombia o en el país que sea. Puede decirse que ante la falta de civismo o ante la injusticia tengo MUY MAL CARÁCTER, y esto a algunas personas les molesta o les chirría. Porque se supone que uno tiene que intentar ser un ser de paz (que lo intento) y una persona amable (que lo soy) pero eso no  quiere decir que uno sea un huevón cuando alguien sobrepasa el límite. Llevo 23 años fuera de Colombia, sé que para algunos de mis familiares es raro que yo tenga este carácter, pero lo cierto es que esto me permite defender mis derechos, que no son más grandes que los suyos. Si alguien, como me pasó en Bogotá, paquea mal su carro y me impide salir, se lo diré, y si no lo quiere mover, se lo diré con más vehemencia, y llamaré al vigilante. Teniendo como consecuencia que la peladita en cuestión, que se piensa que nada le será negado, me llame levantada. Y sí, llámeme levantada si le da la gana, pero mamita, mueva su carro y deje de ser abusiva.

Allí en Colombia esto está como mal visto, lo leen como si uno fuera un perro rabioso, y no hacen el ejercicio de pensar que es precisamente esto lo que ha convertido a mucha gente en masa no crítica, no se quejan, se aguantan todo, nunca discuten si el servicio es malo, ni se molestan en exigir sus derechos y se callan. Porque así se piensa que funcionan allí, y para qué discutir, para qué levantar la voz, si eso no sirva pa nada. Falso. Si a uno lo insultan (con el “encima son sudamericanas”, uno responde). Sé que soy latina, y también soy española. Pero el caso es que si solo fuera latinoamericana, también le habría dicho a la señora que no se puede ser tan racista, tan falsa y tan majadera. Si a uno se le cuelan en la fila, no lo permite. Si a uno lo estafan, uno denuncia. Y sé que muchos dirán que es que eso es cultural, que para qué desgastarse, y demás, pero yo creo que es precisamente esto lo que hace que la gente tome conciencia que no vale todo, y que los derechos se diseñan para respetarlos.

 

Enfadarse en estas ocasiones sí sirve. Al igual que me enfado cuando le hacen algo a quien no puede defenderse, como puede ser un niño pequeño, un anciano o un perro. La injusticia con los animales en los últimos tiempos me ha hecho volverme muy consciente de que en estos casos hay grados. Los niños y los ancianos pueden tener algunos mecanismos para defenderse porque pueden hablar, o tienen voz, pero en el caso de los perros me resulta todavía más hiriente, porque un perro como el mío (tengo un pug) no se puede defender del maltrato, no muerde, no sabe enseñar los dientes, y tampoco sabe responder. Así que la defensa de ese animalito soy yo. Si alguien le muerde, yo soy su única protectora; si alguien le pega, igual. Curioso que esto no lo haya tenido que ver hasta que la vida me trajo un perro como el que tengo. Porque los animales nos vuelven más humanos.

Curioso también que la gente piense que me vuelvo cansona cuando respondo, cuando no callo, cuando escribo que algo va mal. Porque no todo se puede consentir y hasta el Dalai Lama respondió en una entrevista que enfadarse es lo que corresponde en algunos casos, y esto le sucedió a él cuando por error perdieron sus medicamentos en una maleta. A veces hay que saber decir que no, a veces es necesario decir que eso no es así, y que no pienso tragar entero.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.