Mitomanía que acompaña cada pronunciamiento público de su mandatario traza el camino de fantasía que se teje para apagar incendios con gasolina. Narrativa ilusoria, con la que esta semana se estructuró una fábula sobre la Amazonía, capta incautos, e incentiva una horda de seguidores, que vociferan la grandeza de un discurso que por ningún lado reconoce el mea culpa que le asiste a los comunes y demás secuaces criminales, vinculados a la paz total, que han talado miles de hectáreas para el lucrativo negocio de la droga, y contaminado ríos con precursores químicos o volando oleoductos. Complejo es creer que se va a superar la pobreza y el hambre sin petróleo y carbón, composición de un gobierno que raya entre lo burlesco y lo circense, alimentando egos personales y pagando favores, lejos está de saber de dónde obtendrá recursos para cumplir con sus promesas sociales e invertir en educación, ciencia y tecnología.

Palabras que estimulan fuego, a través de discursos que alimentan hogueras, fue el que estructuró Gustavo Francisco Petro Urrego para meter leña a la candela y demostrar al mundo que en Colombia se personifica un emulo de Hugo Chávez Frías y el socialismo del siglo XXI, disfrazado ahora de izquierda progresista. Política exterior de los colombianos se resquebraja con lo que representa su presidente para el mundo, y un canciller que, a todas luces, desde una ideología conexa a los grupos alzados en armas, devela unas decisiones absurdas que parecen tener trasfondos más ilógicos aún y una percepción de improvisación disfrazada de nueva realidad. Es claro que el país está en manos de gente incapaz y con nula preparación para liderar sus carteras de gobierno, creer que vivir sabroso se logra con poquita plata, un tímido desarrollo, escasa competencia, o modesta innovación, es la argucia de activistas que ejerciendo el poder quieren implantar una doctrina que no es más que mediocridad.

Tendencia de acabar con todo lo construido sin tener en cuenta los procesos que por años llevaron a los colombianos a constituir una sociedad de progreso, son el reflejo de una izquierda que critica el sistema, pero al llegar al poder es incapaz de tomar decisiones con cabeza fría y sin apasionamientos. Consecuencia de dejarse llevar por la moda del momento, la efervescencia colectiva, y no leer y revisar que las propuestas fueran viables, es la que tiene a los colombianos transitando un camino que conduce a un futuro negro que nada bueno deparará a la democracia y la economía de la nación. Decisiones de la administración Petro Urrego, frente al petróleo, el gas, las invasiones, las reformas, las fuerzas militares, o las anunciadas negociaciones de paz total, entre otras determinaciones que se anuncian a los cuatro vientos, después se retractan, luego se insisten, posteriormente se desdicen, para al final hacer lo que menos le conviene al país, siembra odio y resentimiento en un colectivo que desde la pereza constituye un cambio que solo cosecha pobreza, miseria y guerra.

Anuencia que se delinea con la delincuencia y los movimientos guerrilleros arrodilla a un gobierno con el crimen desde su inicio y quién sabe cómo terminará. Experiencia vivida con la guerrilla, el narcotráfico, los paramilitares, las BACRIM, fue terrible para Colombia y de nada ha servido para evitar que se revivan las caravanas que a la usanza de las tenebrosas convivir pretenden generar miedo e intimidación a comunidades que se toman las tierras a la fuerza bajo la excusa de que padecieron la barbarie en el territorio del departamento del Magdalena. Todo parece indicar que su mandatario olvidó que antes que incentivar las acciones de hecho debe desactivar los actos ilegales para evitar más muertes, el robo de hectáreas y el desplazamiento de comunidades. La ineptitud del gobierno es la que promueve la delincuencia, castiga a los buenos ciudadanos y premia a los bandidos dialogando con ellos y dándoles miles de privilegios en vez de someterlos a la ley.

La ilegalidad, el pensamiento mafioso, la idolatría a los falsos héroes, el saltarse la norma, el hacerle bullying al buen ciudadano, el desconfiar de la policía, el rendirles pleitesía a los políticos, toma carrera en la sociedad colombiana con el Pacto Histórico y sus milicias urbanas conocidas como primera línea. Laxitud que se proyecta contra el crimen, sumada a la apertura que se comienza a dar de las fronteras con Venezuela, hace temer que en el corto tiempo Colombia se verá invadida por terroristas, comunistas, traficantes y vagos patrocinados por el gobierno, entorno de embates y amenazas en el que quienes tienen ínfulas de cambio pretenden hacer creer que todo ha estado mal en la historia republicana de los colombianos. El silencio y la pasividad no pueden estar presentes en este momento, por eso es importante que un gran número de ciudadanos salgan a marchar este 26 de septiembre para exigir respeto por la democracia, la propiedad privada, las pensiones y dar un NO rotundo a la reforma tributaria que aniquilará a la clase media y golpeará fuertemente a los “nadies”.

Circo filosófico que sustenta el socialismo progresista del siglo XXI se desdibuja en la justificación a cada mala decisión de su presidente y el equipo de gobierno. Inexperiencia, desconocimiento e ineptitud de Gustavo Francisco Petro Urrego y sus ministros conlleva a que no se sepa administrar el déficit de las finanzas públicas y se vea la reforma tributaria como el único foco para captar dinero sin antes pensar en atajar la corrupción, ajustar el gasto y optimizar los recursos. Sacrificio al pueblo empieza a esbozar, en el ejecutivo colombiano, comportamientos que son normales en modelos de izquierda eternos que se preparan para sembrar cizaña, pero no para gobernar. Indiferente de quien quedara de presidente se veía venir una crisis política, económica y social que debería ser enfrentada con firmeza por un estadista que fijara un programa de gobierno, coherente con la realidad de la nación, y no un metaverso desde el que se defiende criminales y ataca a las fuerzas del orden, está a favor de la coca y en contra del petróleo y el carbón, mundo de fantasía para un mitómano que muere por la igualdad sin importar el cómo.

Intento de manipular la comunidad internacional, para defender el narcotráfico y sus fortunas, no puede negar los intereses que acompañan a los secuaces de un pacto que está detrás de la invasión de tierras para emplearlas en el cultivo de sustancias non-santas, producción coquera que se pide legalizar desde discursos en escenarios internacionales. Romanticismo que se vende, en tono pausado, es el estandarte de distracción que se emplea para evitar que el mundo observe que en Colombia están atemorizando y matando al pueblo, enceguecimiento que se tiene con las energías limpias eclipsa que guerrilleros y paramilitares se envalentonan y están haciendo de las suyas. Miopía que se ha tenido durante siglos frente al valor de la naturaleza revive la eterna discusión entre el valor económico de los recursos ambientales y el matiz del equilibrio planetario sustentado en los ecosistemas y la biodiversidad.

Enmarañado resulta militar en la izquierda y pretender vivir como un capitalista, primeras acciones del gobierno dejan claro que, al Pacto Histórico, y sus fuerzas aliadas, no les interesa la inversión extranjera, ellos necesitan arruinar la nación para administrar pobreza, que es lo que sabe hacer a la perfección el comunismo. Peligroso para la apuesta ideológica de Gustavo Francisco Petro Urrego es que la gente salga de la pobreza porque deja de ser de izquierda como él mismo lo dijo en una entrevista, gente clamando la ayuda del estado mantienen la sumisión a un sistema e impide que se exalte la necesidad de búsqueda de caminos distintos. El pueblo colombiano está al frente de dos países, 11 millones que aplauden al Sensei de los humanos y 10 millones que sufren de indignación ante tanta incoherencia que acompaña el decir y el hacer de su presidente, olla podrida que está en la mira de Vladimir Putin para convertir a Colombia en uno de los aliados estratégicos de Rusia en el mundo.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.