Cartagena de Indias es la ciudad que goza al ritmo de la champeta y al son de la salsa, donde hay más parlantes para el picó que sillas en la casa y un salsero por calle que con equipo de sonido a buen volumen le da música al vecindario.

Sin embargo, dentro de esa cultura predominante, hay una experiencia corporal que con su decencia y armonía se ganó un espacio en la ciudad, consiguiendo entrar a más hogares de los que podríamos imaginar, el ballet.

Para conocer un poco sobre los orígenes de la danza clásica hay que ir a la época del rey de Francia Louis XIV, quien no solo fue un hombre poderoso por su acción política, sino que se caracterizó por defender las artes, siendo él un bailarín que le dedicó dos décadas a los escenarios.

El apodado Rey Sol, por su papel en le Roi Soleil, creó la institución ‘Académie Royale de la Danse’ con el propósito de restaurar el arte de la danza y, a pesar de que cayó con la monarquía, su fin perduró hasta formar lo que hoy es la Opéra national de París.

Salto a Colombia

La reconocida ciudad del amor tiene una estrecha relación con quien fuese una de las más importantes precursoras de la danza en el país, Sonia Osorio; honorable artista, coreógrafa y fundadora del Ballet Nacional de Colombia.

Sonia vivió su segundo matrimonio en Francia con el pintor Alejandro Obregón y tuvieron dos hijos, el tercero y cuarto para ella: Rodrigo Obregón, quien se hizo cargo de la compañía antes de fallecer su madre, y Silvana Obregón que recientemente quedaría al mando posterior a la muerte de su hermano y reconocido actor.

En sus sesenta años de existencia, el Ballet Nacional de Colombia ha sido embajador del folclor colombiano en una mezcla con las danzas modernas, brindando espectáculos en los distintos continentes y reconocido con importantes premios.

Gran parte del legado de esta mujer vive en el Carnaval de Barranquilla, ahí consiguió con sus numerosos montajes sembrar su magia; sus últimos días los pasó en Cartagena, donde murió de 83 años a causa de una infección renal.

Las nuevas artistas

Para el 2011, año de su muerte, la ciudad amurallada ya contaba con importantes escuelas a nivel local, entre ellas la Academia de Danza Los Cisnes, fundada por Rafael Carrasquilla y dirigida por Doris Esquivel.

A esta prestigiosa escuela ingresó Carolina Ospina Anaya a los 3 años, esto bajo el esfuerzo económico de su familia y el apoyo de su madre, quien la imaginaba desplegando talento sobre los escenarios.

Costosas mensualidades, gastos en medias panty, zapatillas, vestuarios y demás pudieron ser sostenidas durante 10 años de aprendizaje, convirtiéndose en la inversión que le trazó a Carolina un camino para cumplir su sueño.

La joven fue creciendo y junto a ella su amor por el ballet. Ya sin pertenecer a una escuela, su proceso formativo maduró con clases personalizadas y posteriormente inició una trayectoria como profesora.

En el 2015, Ospina pasó a personalizarse como instructora, trabajo que la motivó a emprender su propia academia en el seno de su casa. Camila, su hermana menor, también incursionó en el ballet desde pequeña, recibió clases de expresión corporal, técnica vocal y ha sido la compañera fiel en los cinco años de existencia de la Academia de Ballet Clásico Carolina Ospina.

Carolina explica que la técnica de la danza del ballet es la base de todo arte musical, desde su experiencia afirma que todo bailarín integral debe aprender ballet clásico, ya que todos los géneros se valen de este para tener una técnica limpia.

Tatiana Rodríguez es la prueba exacta de la tesis planteada por Ospina, pues siendo en primer lugar una bailarina de danza moderna, su ‘performance’ creció satisfactoriamente durante los tres años que ha trabajado con Carolina y Camila.

En su mayoría son niños y niñas los que desde temprana edad llegan a las manos de estas tres mujeres, esto por la motivación que tienen los padres de infundir en ellos disciplina, responsabilidad y perseverancia, mientras que en el proceso las profesoras se encargan de sembrar la pasión por la danza.

En tiempos de pandemia la tarea se ha intensificado, pues al no contar con clases presenciales el hecho de corregir virtualmente las poses de sus aprendices se complica. Por eso, ahora envían a sus estudiantes material didáctico y teórico como refuerzo. 

Esperando que todo pase, Carolina, Camila y Tatiana son conscientes de que el salón de su academia estará nuevamente lleno de futuros talentos que conservarán el arte del ballet en la ciudad y el país.

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