En el año 2014, un grupo formado por hombres y mujeres decidió hacer de las fechas especiales un día totalmente diferente para los niños de su barrio Torices. Ellos querían marcar una gran huella y acortar las brechas de desigualdad social que abundan en Cartagena de Indias, algo que no les ha sido nada fácil.

A comienzos del siglo XX, este sector popular de la ciudad empezó a ser reconocido como caserío por la alcaldía local de la época, esto debido a que inicialmente muchas personas levantaron sus viviendas en aquellos terrenos que alguna vez fueron pertenecientes a una hacienda ganadera. Con el tiempo se ganaron el calificativo de barrio y dieron pie para empezar a crecer de manera urbana.

Desde ese entonces, los niños crecieron viendo pasar vacas y burros que halaban carretas cargadas de carbón, pimpinas de gas o cualquier otro elemento que se necesitara transportar.

Pero, así como algunos pequeños desde la placentera mecedora de sus casas miraban pasar aquellos animales de carga, otros al mismo tiempo iban montados en ellos ayudando a sus padres en la producción del día.

Entonces, ¿dónde se encontraba la diversión para los niños y niñas de la época? Ellos la tenían cuando jugaban bolita de caucho, bate tapita y bolita de uña, con el barrilete, el trompo y el yoyó, las rondas infantiles y el hula hula… distracciones que difícilmente se pueden ver en la actualidad.

Jorge Enrique Yepes Meriño, cocinero por profesión y habitante de Torices, cayó en cuenta de eso, pues ahora el entretenimiento se centra en las nuevas tecnologías. Además, se percató de que los niños y niñas de su barrio crecen rodeados de personas en condición de calle y drogadictos, además de situaciones de violencia y delincuencia.

A raíz de esto, su propósito fue incentivar a amigos y conocidos para que juntaran sus energías y las pusieran al servicio de la comunidad y los más desfavorecidos.

Todo empezó en épocas de la Copa Mundial de la FIFA Brasil 2014. Mientras la Selección Colombia volvía a decir presente en la gran cita después de 16 años, los niños de Torices disfrutaban de un campeonato de microfútbol organizado por Jorge Enrique y su hermano Jorge Iván, con el fin de abrirles un espacio sano dentro de su tiempo libre.

Entre ellos se encontraba Jordy Rodríguez Ruiz, quien trabaja como docente de matemáticas e inglés; él recuerda haberse sentido motivado a pertenecer al grupo, porque siempre le ha gustado servir a los demás sin esperar nada a cambio y por eso ayudó a correr la voz de lo que se empezaba a forjar.  

El grupo fue creciendo y personas como el mesero Melvis Enrique Ruiz Sarabia encontraron en esta iniciativa la oportunidad de brindar ayuda a quienes lo necesitan, aunque fuese con un pequeño gesto. Por otro lado está Marcel Andrés Mercado Cueto, tecnólogo HSEQ del Servicio Nacional de Aprendizaje (SENA), quien define como una de las cosas más importantes de su vida el hecho de pertenecer a este colectivo.

Pasaron los meses y en Halloween se organizaron para armar cajas llenas de dulces y repartirlas entre los niños, en diciembre entregaron regalos y compartieron desayunos y cenas navideñas, acciones gratificantes para quienes se iban uniendo al grupo y los que recibían.

Andry Ríos fue una de las madres que se dio cuenta de la labor que estaban teniendo sus vecinos, por eso fue una de las personas que le presentó a Jorge Enrique la idea de darle al grupo una forma más organizada para conseguir mayor visibilidad.

Siguiendo esos consejos, llegó el día de la planificación y Héctor Jaraba Reyes aún lo recuerda como si hubiese sido ayer: “En ese momento dejamos de hacer acciones aisladas y materializamos sueños que habíamos callado un grupo de magos. Se extendió la participación de más integrantes y empezamos a crecer”. De esa reunión nació el nombre Colectivo Dejando Huellas.

A partir de ahí, aquella iniciativa de Jorge se consolidó y sigue en crecimiento. David Andrés Puello Cabeza es una de las personas que ha aportado a eso, pues siendo director de otro colectivo no tuvo problema en compartir sus experiencias.

Ahora en tiempos de pandemia la labor no resulta fácil, pues como lo afirma Mayerling Dimas, es un reto constante el llegar a cada hogar o persona para recibir un aporte que les permita desarrollar sus actividades.

De momento se han dedicado a entregarle comida a personas de bajos recursos, pero “con toda la precaución del caso y también las medidas de bioseguridad que competen”, según menciona Yesid de Jesús Barrios Atencio, quien hace parte del colectivo y tiene una cooperativa de seguridad.

Sin embargo, ellos mantienen su buena energía y como le enseñó el colectivo a Rolando Castello Herazo, en todo momento se debe ser solidario. “Todo esto nos llena de orgullo y mucha fuerza para seguir con esta labor”, me expresó Carlos Enrique Barrios, una opinión que va muy de la mano con lo dicho por Luis Fernando Lombana García al preguntarle cómo visualiza Dejando Huellas dentro de un tiempo:

“Este grupo va para adelante y espero que en pocos años pasemos de ser un colectivo a ser una fundación, a la que llegará mucha gente y estaremos nosotros para escucharlos y darle solución a sus problemas”.

Un sueño que tienen en común los veinticinco de Torices: Jorge Enrique Yepes Meriño, Jorge Iván Yepes Ruiz, Jordy Rodríguez Ruiz, Melvis Enrique Ruiz Sarabia, Marcel Andrés Mercado Cueto, Andry Ríos, Héctor Jaraba Reyes, David Andrés Puello Cabeza, Mayerling Dimas, Yesid de Jesús Barrios Atencio, Rolando Castello Herazo, Carlos Enrique Barrios, Luis Fernando Lombana García, Enrique Garcés, Rodrigo Crespo, Lucas Ramos, Joel Carrasquilla, Jhonatan Cuadro, Marticela Caicedo, Esther Barcasnegra, Jimmy Moscote, Anthony García, Rubén García, Luis Eduardo Parra y Walner Cuello.

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