A todos nos confinaron. En mayor o menor grado tuvimos que pasar por esa temporada encerrados en casa contra nuestra voluntad. Hubo confinamientos más duros que otros, pues dependía de con quién vivías en ese momento, y también del tamaño de la vivienda que tenías. Nadie estuvo preparado para ser encerrado por razones que escapan a nuestro registro histórico. No conocíamos lo que era una pandemia y sus alcances. Lo cierto es que, con esos meses que pasamos sin poder pisar la calle a voluntad, muchas personas optaron por hacer algún cambio en su vida. A unos les dio por cocinar (muchos hicieron sus pinitos con la panadería), a otros les salió la vena de entrenadores deportivos dentro de sus casas, y también llegaron los que se lanzaron a la piscina para convertirse en TikTokers. Cada uno invirtió su tiempo de la mejor manera que supo y, como era previsible, ante una situación tan extraordinaria, muchas parejas no la resistieron y terminaron en divorcio o en ruptura.

De mi red de amigos y conocidos puedo asegurar que casi la totalidad de ellos ha continuado con sus vidas y con sus proyectos, así que, en definitiva, siguen siendo las mismas personas que yo conocía antes de que el Covid apareciera. Sin embargo, tengo una amiga que me tiene más que preocupada. Si bien ella se mostró reacia a salir de casa una vez se hubo terminado el confinamiento, pues vivía con sus padres, al levantarse las restricciones pude ver que la persona que volví a ver pasados los años, no era la misma que yo conocía. Y esto me dejó muy dolida.

El primer indicio de que las cosas iban a cambiar con ella es que mi amiga no se vacunó. Si bien esta decisión es más que personal, y no me apetecía entrar en una discusión con ella al respecto, lo que vino a continuación es que refrendó su idea convirtiéndose en una acérrima antivacunas. Y esto fue sólo el comienzo de lo que llegó después. El tiempo casi interminable de la pandemia ella lo invirtió en cursos y ofertas formativas de escasa utilidad para el mercado laboral; mi amiga empezó a hacer cursos sobre eneagrama, numerología, y después siguió con foros para hablar de las subsiguientes teorías fuera del sistema que empezaron a rondar por su mente. Supongo que el excesivo tiempo libre la llevó a esto. Aquí cabe aclarar que mi amiga no tiene contrato laboral y que vive de su familia desde que yo la conozco, aunque antes se dedicaba a la danza oriental y estaba interesada en el diseño digital, asuntos que le gustaban y que la definían en esos años.

Defiendo una teoría al respecto. El ocio es un arte que hay que saber practicar. Si mañana mismo no tuvieras que trabajar en nada, ni despertarte para cumplir con un horario laboral, quizás tu vida no sería tan soñada, sino que, por el contrario, pienso que entrarías en una espiral caótica por la que te sería complicado mantener horarios, y tenderías a vivir más de noche que de día, sin nada que te obligara a dejar las redes, las pelis, las series, los cigarros o los chats con los amigos. Digamos que es un panorama un tanto cruel, pero así siento que sería la vida de muchas personas que no se han criado en la autodisciplina. No es algo que diga sin conocimiento de causa, sé por personas que conozco, que cuando se han quedado sin trabajo o se han jubilado, se han dormido en los laureles y han entrado en depresión por no saber gestionar tantas horas juntas sin tener nada que hacer con ellas. ¡El ocio ilimitado no es para todo el mundo!

Y sobre lo de mi amiga, yo no estuve muy atenta a estos cambios porque ella se borró de la faz de la tierra durante el confinamiento. No tuvo whatsapp, y anunció que se quedaría así hasta que tuviera ganas por volver a salir. Me autoinvité alguna vez a su casa, pero no me lo permitió.

Hace unas tres semanas invité a mi amiga Cris a cenar a mi casa y también llamamos a esta amiga. Cociné un pollo y una ensalada para las tres. Lo que viví en esa cena me dejó impactada.

Cualquier tema que tocaba con mi amiga era fuente de discusión. Ahora todo tenía tinte ideológico, lo que veíamos en Youtube, lo que comíamos, y hasta lo que pensábamos sobre el Covid, virus del que ella negó su existencia. Se volvió un sujeto con el que no se puede hablar, porque todo estaba lleno de carga política. Cris y yo dedujimos que esto pasó porque había pasado muchas horas viendo vídeos conspiranoicos, que los hay de todos los gustos y para todos los colores: para hablar del Covid, de las torres gemelas, del orden mundial, de la llegada a la luna, de la redondez de la tierra. Demasiadas horas intentando desentrañar misterios del universo, horas y horas dedicadas a asuntos-pescadilla, que es como se conoce a ese pez que se muerde la cola. Poca evolución y en su lugar una pérdida absoluta del norte, y de la energía que sí aporta para producir, para generar bienestar, y para ser parte de esta otra parte del mundo que no tiene la conciencia puesta en esos temas. No digo que la reflexión no sea necesaria en algunos casos, lo que pasa es que, sin ciertos parámetros, estar continuamente en búsqueda de referentes conspiranoicos puede conducir a instalarse sin billete de retorno en una de las vidas más infértiles que haya. Una lástima.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.