Se montó en la ciudad un gran despliegue policial para la custodia de los cada vez menos espectadores que este año decidieron llegar hasta la plaza de toros.

Entre las exageradas medidas que la administración distrital tomó se encuentra la movilización de dos mil policías en las inmediaciones del escenario taurino, y el bloqueo total del anillo vial y peatonal alrededor de este, dejando el centro de la cuidad partido en dos.

Falto de sentido común resultó ver a la policía, en gran número, amedrentando a tres niñas que decidieron protestar ante un acto que, para ellas, como para miles, es ruin y criminal. Ellas estaban en las afueras de las torres del parque, con pancartas e inscripciones en la piel invitando al amor hacia los animales; pero por la queja de algún vecino, y sin conocer que estaban ejerciendo un derecho constitucional, la decena de agentes malhumorados, las increparon, intimidaron, y reprimieron, en una ya típica muestra de abuso que la institución, encargada de supuestamente cuidarnos, hizo.

“Comenzó el arte en Bogotá”, escribía un usuario en Twitter, pero cómo puede ser visto como arte el acto de matar lentamente a un pobre animal indefenso, en medio del licor, que se servía a borbotones a pesar de la prohibición.

Breve crónica de una corrida

Una corrida de toros se divide en tres macabras partes o tercios. La primera es llamada tercio de varas. Aquí es cuando ingresan los toreros y banderilleros para realizar pases y también a observar el “comportamiento del toro”, mientras este es lastimado en muchas ocasiones con una lanza puntiaguda que lleva en las manos un personaje que monta un caballo (también objeto de maltrato). Aunque esta iniciación es vista por los aficionados como una práctica que mide lo bravo del animal, es en verdad el comienzo de la tortura; aquí el toro pierde sangre que lo comienza a desorientar haciendo más fácil el trabajo para los sujetos que entrarán más adelante a brindar a los asistentes una faena de dolor y muerte.

La segunda parte se denomina tercio de banderillas. En esta ingresan tres banderilleros, cada uno con dos lanzas de metal adornadas con colores llamativos para incrustárselas al animal en un punto particular de su lomo donde se cortan nervios y tendones que lo hacen más débil, y así el “valiente torero” puede lucirse ante el público.

El tridente del horror finaliza con el tercio de muerte, etapa en la que ingresa el verdugo con una filosa espada en una mano y una capa roja en la otra para disponerse a matar. A partir de este momento, al toro le quedan 15 minutos de vida, es decir, el nefasto personaje de reducido y luminoso traje tiene todavía todo ese tiempo para seguir torturando a un animal, ya exhausto y empapado en su propia sangre, para después finiquitar esa faena terrible con una puñalada profunda en medio de los hombros del toro hasta llegar a su corazón.

Cuando la “estocada final” no se logra, el animal muge con gritos ensordecedores evidenciando el dolor al que ha sido expuesto; entonces, el matador en medio de las rechiflas del público insatisfecho por su actuación alista un pequeño cuchillo para perforar la espina dorsal del toro paralizándolo por completo. En esta acción el toro aparentemente ha muerto, pero en realidad le ha sido desconectado el cerebro de sus músculos por lo que no se moverá más, aunque todavía sigue vivo, soportando la agonía de la muerte que le llegará lenta y cruelmente mientras es arrastrado por el ruedo bajo el sonido de los aplausos.

El torero es alabado, es aplaudido y premiado con partes del toro, todo por haber brindado media hora de tortura, humillación y dolor a un animal obligado a morir para el regocijo de algunos.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.