En un principio, Guillermo Botero aseguró que el fallecimiento de Dimar Torres se había dado por un forcejeo del exguerrillero con un soldado (¿lo habían vuelto a desinformar?).

Mientras el poder civil de manera irreflexiva justifica o niega el crimen del desmovilizado Torres, es la moral militar de los soldados y de sus comandantes la que se apega al honor de respetar las leyes de la guerra, lo que habla bien de unas fuerzas militares modernas y de la vigencia de una ética militar aleccionadora de la violencia civil promovida desde el poder.

Porque es lamentable que mientras desde el Congreso el senador Uribe prefiera “80 veces al guerrillero en armas que al sicariato moral difamando” y haya llamado al senador Petro “sicario”, -haciéndole de paso el favor de resucitarlo políticamente-, sea un general en ejercicio quien envíe entonces un mensaje institucionalizador de apego a la verdad y al honor militar.

Un ejército debe estar tan bien preparado para la paz como para la guerra. Y el general del Ejército Diego Villegas si no lo sabía lo aprendió, porque se sometió a la Justicia Especial para la Paz -JEP- desde febrero de 2018 por una ejecución extrajudicial o “falso positivo” ocurrido en Antioquia en 2008, lo que demuestra una vez más la relevancia de esta justicia para conocer la verdad de lo ocurrido durante el conflicto, y donde tienen cabida tanto militares como exguerrilleros.

Carlos Mendoza Latorre

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Esta dura lección de un comandante militar -en la JEP-, demuestra que nuestro ejército es aún más consciente de su responsabilidad histórica de la que creemos, frente a las irresponsables palabras del expresidente Uribe reivindicando el uso de las armas por encima de la interlocución politica con los desmovilizados digan lo que digan y como lo digan aunque también indigne y genere rabia.

Desde orillas diferentes, si Alberto Lleras Camargo y Álvaro Gómez Hurtado vivieran, no concebirían las desafortunadas palabras de un expresidente haciendo apología de la violencia armada y de los odios que se creyó superada -por lo menos desde el mensaje político-, hace ya 60 años, lo que cuestiona su talla de estadista.

Pastrana, Uribe y Santos comparten un proceso histórico de fortalecimiento de las fuerzas militares, debilitamiento militar y psicológico de las guerrillas y posterior firma de un acuerdo de paz que debería en el tiempo encontrar un juicio justo.

Pastrana con el Plan Colombia preparó y fortaleció la capacidad militar para sortear la guerra. Uribe con la seguridad democrática actuó como un mariscal de campo con la misión de devolver la seguridad y derrotar a la guerrilla. Y Santos cumplió su rol de desmovilizar a la subversión y llevar al país a un rediseño de país con ambición de futuro por fuera de la violencia. Así lo pronosticó el ejercicio de prospectiva Destino Colombia en 1997.

Carlos Mendoza Latorre

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Revertir este proceso hacia un nuevo llamado a la violencia que entusiasma a unos ciudadanos pensando en las elecciones, es un interés mezquino y contrario a cualquier asomo de interés nacional, que pone en riesgo hasta la mentada confianza inversionista que tanto la pacificación uribista como la paz santista legaron.

El país necesita altura moral y ejemplo desde el ejercicio del poder. No es posible demandar del pueblo honestidad cuando sus élites se corrompen, ni paz cuando se justifica la violencia. Por eso tampoco sorprende que de manera deplorable manifestantes hayan prendido fuego a la estatua de Simón Bolívar en la plaza de Bogotá, haciendo eco a que los violentos emulan a los violentos. Nada los excusa.

Mientras Uribe da mal ejemplo y el ministro de defensa omite un crimen, el presidente Duque parece ausente y es un general del Ejército quien teniendo las armas y siendo investigado por la JEP mantiene un asomo de conciencia civil.

“Esto no debió haber pasado y esto no obedece a una acción militar (…) en nombre de los cuatro mil hombres que tengo el honor de comandar, les pido perdón” manifestó el general Villegas frente a la Comisión de Paz del Congreso que viajó al Catatumbo a investigar este crimen que queda ahora en manos de la Fiscalía.

El honor militar se ha impuesto a la demencia del poder civil. Dura enseñanza para los políticos que no quieren enmendar. En el fondo resta la esperanza de que en este país quedan ciudadanos y soldados héroes que reconociendo los errores aún tienen la entereza de pedir perdón.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.