De las guerras solo quedan corazones desconsolados y adoloridos. Con sed, incluso, de más guerra. “Cada guerra es una destrucción del espíritu humano”, dijo el escritor estadounidense Henry Miller.

El mundo está viviendo en guerra. La muerte de los dos niños tras el atentado al CAI de Arborizadora Alta, en Bogotá, es de los reciente casos de guerra en nuestro país. Guerra utilizando a inocentes para enviar mensajes de resistencia. Un colmo malvado de la indolencia.

“Ningún hombre es tan tonto como para desear la guerra y no la paz; pues en la paz los hijos llevan a sus padres a la tumba y en la guerra son los padres quienes llevan a sus hijos a la tumba”, escribió Heródoto de Halicarnaso, historiador griego.

Y es que el ser humano quisiera desligar esos sentimientos causados por el dolor de una guerra y la impasible necesidad de sentir venganza; pero es difícil lograrlo, aunque no imposible. Allí, la naturaleza marca su territorio.

Pero cuando el corazón arde, la sangre es lava.

“La guerra es la salida cobarde a los problemas de la paz”, manifestaba Thomas Mann, escritor alemán. Y Colombia sí que sabe de eso.

Me pregunto. ¿Cómo es el corazón de aquel que es capaz de crear guerra y asesinar?

Seguro está hecho de la mismas cavidades, arterias y venas de los que mueren, pero con la diferencia de que ambos fueron transformados e inyectados con diferentes especies. Las unas clandestinas, picantes, amargosas, casi putrefactas y envenenadas. Las otras, dulces, aromatizadas, reconfortantes, relajantes, vivientes.

Duele la guerra en un país donde hemos construido la guerra y hemos vivido con guerra. Donde nunca nos acostumbraremos a ella, a pesar de compartir la vida con ella. Donde la guerra puede tocar hasta a aquel que causa la guerra, que inyecta la guerra.

Duele el dolor de esos padres que hoy entierran a sus hijos inocentes de 5 y 12 años de edad. Duelen sus ilusiones asesinadas. Duele su amor hoy electrocutado. Duele el sufrimiento al que estarán acuñados de por vida. Duele la inocencia asesinada. Duele la inapetencia a vivir, que es la única que estará viva.

Guerra física y moral. Guerra que no se puede matar con guerra. El filósofo alemán Friedrich Nietzsche dijo “la guerra vuelve estúpido al vencedor y rencoroso al vencido”.

Y así, flotando, quedan los que deben vivir con el recuerdo del que ya no está: un corazón fracturado y un recuerdo con una luz siempre encendida recordando, como disco rayado, lo que ya no está.

Guerra, muérete sola; atropéllate. Canalla eres.

No te necesitamos para cambiar, ni para reflexionar. No te necesitamos para respirar. No eres mala. Eres perversa. Eres maldita.

“Mientras la guerra sea considerada como mala, conservará su fascinación. Cuando sea tenida por vulgar, cesará su popularidad”. Oscar Wilde, escritor irlandés.

Pero en la realidad, ni siendo mala ni siendo vulgar. Oscar Wilde lo soñó mucho, pero han pasado más de 100 años desde su muerte y el ser humano no ha logrado hacer lo que la razón les dice: que el pacifismo podría lograr, sin una lágrima, lo que la guerra no logra ni con litros de sangre derramados.

Apágate ya, guerra, y llévate el odio que te causa y la intolerancia que te alimenta.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.