Con la tranquilidad que construyen la impunidad y la cotidianidad de estas acciones, uno a uno los pasajeros ingresan sin el menor asomo de pena, en un sector no identificado de Bogotá, donde los extraños resultan ser quienes sí validan la tarjeta Tullave.

En la red social Facebook, donde se viralizaron las imágenes, riñen los comentarios de quienes justifican la ‘colatón’ para castigar el “pésimo servicio” de las rutas urbanas de Transmilenio y aquellos que catalogan el hecho como uno de “corrupción” y lamentan la formación que se les está dando a los más pequeños.

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En medio del caos, hay quienes destacan el orden y la paciencia con la que estos usuarios invaden el vehículo. Todos respetan la fila. Nadie empuja. Incluso hay colaboración para quienes tropiezan o se enredan al esquivar el inútil torniquete. Un chispazo de cultura ciudadana.