El papa dio la instrucción el jueves pasado, a través del documento ‘Vos estis lux mundi’ (‘Vosotros sois la luz del mundo’), en el que establece que en ese sistema para denunciar se podrán dar a conocer todos los delitos en los que “se obligue a alguien, con violencia o amenaza o mediante abuso de autoridad, a realizar o sufrir actos sexuales; realizar actos sexuales con un menor o con una persona vulnerable; producir, exhibir, poseer o distribuir, incluso por vía telemática, material pornográfico infantil”.

En Colombia hay quienes piensan, como Juan Lozano, en El Tiempo, que los trámites para abrir la primera oficina de ese tipo en el país “deberían iniciarse ya. Inmediatamente”, y que es “cuestión de ganas y voluntad de las autoridades eclesiásticas dar cumplimiento a la voluntad y a las órdenes del papa”.

Para Lozano, las instrucciones de Francisco “aparecen en un momento crucial para la Iglesia” porque esa congregación “ha tardado […] en reaccionar y hasta ahora parece que se hubiera puesto más del lado de los victimarios que del de las víctimas”. Además, porque “resulta dramático el manejo complaciente, tolerante y cómplice que en muchos casos, la Iglesia les ha dado a criminales con sotana, monstruos depredadores de niños, sádicos crueles, depravados y degenerados”.

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También cree que el documento papal “les hace justicia a los centenares de miles de víctimas de abusos sexuales que en el mundo habrá”, sino que además protege “la honra de la inmensa mayoría de sacerdotes probos, inmaculados y buenos”.

Pero otra cosa piensa Sergio Ocampo, en El Espectador, que califica el documento de Francisco como “positivo y valioso […], pero tardío y corto frente a la magnitud de la larga monstruosidad” porque “no exige poner los casos en conocimiento de la Policía o las autoridades”, con lo que “se mantiene aquel mensaje de que la iglesia misma se investigue y autocontrole. Y que todo se silencie si está de por medio el secreto de confesión”.

“Las verdaderas acciones implicarían una revolución que la iglesia no está dispuesta a hacer, aunque sea consciente de que este daño para su imagen es quizás irreparable y que sus crisis (de moral, de credibilidad, de vocaciones) es la más honda de la historia”, escribe Ocampo, y plantea que la primera de esas acciones sería bajar de los altares a San Juan Pablo II, “un hombre que escondió a los pedófilos y hasta los premió”.

Recuerda que Juan Pablo II se refería al “horripilante” Marciel Masiel, fundador de los Legionarios de Cristo y contra quien había denuncias desde 1943, como “apóstol de los jóvenes”.

“Sería absurdo e injusto afirmar que la pederastia llegó a ser una práctica mayoritaria e institucional en la iglesia; no lo creo, pero la negativa a admitirla, a combatirla; la decisión de esconder y no exponer a los curas pedófilos sí fue una doctrina tácita (y a veces escrita) que alcanzó su punto más aberrante justo en el pontificado” de Juan Pablo II, agrega Ocampo.

También reclama a la iglesia una especial solicitud de perdón a los niños, por dos razones: porque “con el tiempo hemos terminado descubriendo que la pedofilia estaba, y está, enquistada en los seminarios, en los colegios religiosos y en cuanta circunstancia relacione curas con menores de edad”, y porque “además del abuso, de traumatizar el futuro de miles de seres humanos al someterlos a unas experiencias tempranas aversivas, […] se reafirmaban en el discurso hipócrita de la homosexualidad como una abominación aunque tantos clérigos la practicaran, y con los más indefensos. Y, adicional, pretendían (pretenden) mantener ante el mundo la enorme mentira de la castidad”.