El colegio Stella Vélez Londoño queda en lo más alto de la comuna 13, en un sitio conocido como La Quiebra, muy lejano al esplendor comercial de las famosas escaleras eléctricas.

El nombre del barrio, La Quiebra, le hace honor a la geografía empinada, dificultosa y quebradiza, por donde construyeron calles que parecen paredes. La complejidad del terreno ha pasado factura. Desde el año pasado, un derrumbe fracturó parte del colegio y dejó a los niños en un éxodo que no parece tener solución.

Todo comenzó cuando parte de la cancha, que da la cara a una cañada, se ladeó. La tierra se desgajó y un muro se vino al suelo. Los profesores y el rector, preocupados e impotentes, llamaron a la Alcaldía de Medellín, pues el colegio es público.

Unos días después llegaron funcionarios del Dgrd, que tomaron nota y evaluaron la situación. La orden fue perentoria: había que evacuar el colegio.

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Entonces comenzó el exilio de 460 niños, los de primaria. La sede del bachillerato está unas cuadras más abajo de la pendiente, pero allí la situación tampoco ofrece alivio; los techos están corroídos por la humedad y las paredes están chorreadas, desgastadas. Algunas puertas tienen los goznes malos y no abren o se dejan cerrar.

Sin mucho margen para maniobrar ante el cierre de la primaria, las directivas del colegio se vieron obligadas a tomar medidas inmediatas. Desde el año pasado, los 460 niños estudian en la sede de acción comunal del barrio, que la misma Alcaldía alquiló, y en otro salón que la parroquia les ofreció.

Los niños están recibiendo clases de matemáticas en la iglesia, arrumados, podrían representar una imagen pintoresca si no se tuviera en cuenta todas las incomodidades y problemas que han sufrido en estos meses.

La escena más memorable en el barrio se repite cada viernes. Por la calle empinada, los estudiantes, acompañados de sus papás, tienen que subir los pupitres para que en la capilla y la acción comunal se puedan celebrar otras reuniones los fines de semana.

Diana Mejía, que tiene dos hijos y un sobrino en la institución, habla de lo que están pasando: “Los niños no se están preparando igual ni están cómodos. En la sede de acción comunal hace mucho calor y no tienen espacio para jugar”.

Esta situación tiene a los niños estudiando apenas dos horas y cuarenta y cinco minutos al día. Así lo hacen para ir rotando los grupos para que quepan en los salones.

“Se les está vulnerando el derecho a la educación. No tienen tampoco un lugar para jugar, ni para desestresarse. Además de que están recibiendo menos horas académicas, no tienen lugar para socializar, la otra función que cumple el colegio”, comentó un miembro de la comunidad educativa.

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Lo más grave del asunto es que no se avizora una solución pronta. El daño del colegio lleva más de cinco meses y no se ha solucionado. La Secretaría de Educación ha dicho que con las vigencias futuras que el Concejo de Medellín aprobó el año pasado para reparar los colegios —por 319.000 millones de pesos— se hará un estudio geotécnico para determinar cómo reparar el daño. Sin embargo, aunque las vigencias se aprobaron en agosto, en el colegio reclaman que ese estudio no se ha iniciado.

Jornadas de menos de tres horas, saben en La Quiebra, no son suficientes. En el barrio, pese a estar en la famosa comuna 13, se sienten olvidados