La Noche de Velitas, después de casi cinco meses de temporadas de confinamiento por los enfrentamientos entre grupos armados, los habitantes de la vereda Candelillas, a 46 kilómetros de Tumaco (Nariño), se volvieron a encontrar para ver la luz.

Los Guardianes Verdes, un grupo de 30 niños y niñas, les habían preparado una sorpresa: decoraron el parque con árboles de Navidad, muñecos de nieve y palabras de esperanza y paz, entre otras figuras hechas de tapas de gaseosa, botella y bolsas plásticas, e iluminadas con luces led.

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“Fue una oportunidad muy bonita para volver a encontrarnos. Le transmitimos a la comunidad un mensaje de paz y han estado motivados saliendo al parque para tomarse fotos con el trabajo de los niños y niñas, y ellos están felices porque no hacen más que felicitarlos”, dice Sandra Quiñones, líder ambiental del municipio.

Sandra es quien encabeza este proyecto que parece pequeño, pero ha sido inmenso en un territorio con casi nula presencia institucional y disputado por las disidencias del Comando Coordinador de Occidente. Desde hace dos años, todas las semanas va y vuelve desde la vereda Bucheli, a unos 50 minutos de allí, junto a su hija pequeña, para dictarles a los niños y niñas talleres sobre conciencia ambiental, cambio climático, manejo de residuos y reciclaje.

Sandra Quiñones creció al lado de la basura. La vereda Bucheli, a unos 15 minutos de Tumaco, es un eje central del departamento porque allí quedan el relleno sanitario, el acueducto y la cárcel, pero más del 50 % de su población vive del reciclaje porque no tiene más opciones de acceso a empleo. Es una paradoja que el periodista Eccehomo Cetina describió así en su libro Somos Líderes de Vida: “Bucheli es un poblado que lleva el nombre glamuroso de Julián Bucheli Ayerbe – primer gobernador de Nariño- y cuya realidad está lejos de representar el linaje del ilustre apellido de prócer, pues sus 1.500 habitantes malviven entre la basura del relleno sanitario a donde llegan los desechos de Tumaco y otras zonas del departamento”.

“De alguna manera todos dependemos de la basura, porque con lo que sale del reciclaje ellos compran en las tiendas y esa es la plata que se mueve en el pueblo”, dice Sandra. Así, por ejemplo, la sostuvo a ella su abuela: vendiendo bolis y trabajando en “cualquier cosita que le saliera por ahí”. Vivieron en condiciones de pobreza extrema, en donde los días que llovía no podían dormir porque el agua les mojaba todo.

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Por eso apenas pudo, Sandra se inscribió en una convocatoria para estudiar Tecnología en Medio Ambiente en el Sena, en Caldas (Antioquia). “El único compromiso era que a uno le debían mandar 50 mil pesos mensuales para cosas de aseo, todo lo demás estaba cubierto. Y yo dije que sí sin saber cómo me los iba a conseguir y pasé”, recuerda. Se fue y mientras estudiaba su abuela enfermó de cáncer y falleció. “Mi abuela, la única persona que yo tenía en el mundo, me decía que estaba bien, pero ella estaba agonizando en una cama postrada porque aquí tampoco hay cómo acceder a salud”, dice con la voz entrecortada.

Cuando terminó la tecnología, Sandra regresó a Bucheli con nada más que el colchón, la comida que le daban los vecinos y la intención de organizar a los recicladores del pueblo para que crearan una asociación y buscaran juntos condiciones laborales dignas. En 2016 llegó a ser presidenta de la Junta de Acción Comunal. La asociación se estancó por las resistencias de los adultos en el pueblo, pero en 2020 empezó la idea de crear Ecomira, una organización con la que le ayudó a su suegro a formalizar su trabajo de venta y compra de chatarra y en donde ella puede desarrollar su sentido social promoviendo la educación en cuidado del medioambiente y aprovechamiento de residuos.

En un solo día pueden llegar a recoger hasta siete toneladas de reciclaje entre 28 veredas del Consejo Comunitario Alto Mira y Frontera que llevan hasta el centro de acopio que su suegro tiene en la vereda Candelillas. Por eso fue allí donde empezó el trabajo de concientización con niños y niñas.

Un espacio seguro para madres e hijos

Ecomira se ha convertido en un refugio para los 30 niños y niñas que participan del programa Guardianes Verdes, con quienes turnan clases de teoría con talleres de manualidades. Aunque por el conflicto han llegado a ser 25. “Ha habido épocas del año en que no pueden salir ni al parque. Hace unos días volvió contenta una chiquita que no había podido salir de su vereda en los últimos seis meses porque el orden público estaba complicado”, explica Sandra.

Por eso fue tan representativo poder trabajar juntos en el alumbrado navideño del parque. Durante el mes de noviembre y diciembre se encontraban de 2 a 5 de la tarde para cortar, pintar y organizar. “Ellos estaban felices, no había quién los sacara de aquí”, dice Sandra entre risas. “Nosotros queremos demostrarles que queremos un planeta sano y un futuro en paz” y “Este alumbrado lo hicimos con mucho trabajo y mucho esfuerzo”, fueron las palabras de dos de los niños durante la entrega a la comunidad.

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Sandra nunca ha tenido problemas con los grupos armados, trabaja silenciosamente con la comunidad. Pero el miedo sí les ha limitado las labores y ha evitado que se expandan a otros territorios. Aunque poco a poco su incidencia ha sido mayor. Actualmente trabajan también con cinco madres cabeza de hogar en la elaboración de manualidades con los anillos de las latas. Hacen bolsos, prendas de vestir, utensilios para la casa y las llevan a ferias de emprendimiento en Tumaco, por lo que les ha significado una fuente de dinero.

Por ahora, la lideresa espera poder ampliar su trabajo tanto en lo social como en el emprendimiento. Quiere comprar una compactadora de plástico para poder hacer más efectivo el acopio de reciclaje y para generar más ingresos para ayudar a más niños y madres.