
El término diversidad empleado en el discurso político tiene la calidad de antídoto, de vacuna que garantiza por adelantado una suerte de blindaje frente a la crítica porque conlleva una fuerte carga de profundidad e impacto debido a que hace parte del discurso incluyente y políticamente correcto. Pero esa palabra, a la cual apela el presidente Gustavo Petro para aplaudir la decisión de Estados Unidos de sacar a Cuba de la lista de países que apoyan el terrorismo, lo vuelve a dejar en evidencia.
(Le interesa: EE. UU. saca a Cuba de lista de patrocinadores del terrorismo antes de salida de Joe Biden)
Después de que el presidente estadounidense Joe Biden sorprendiera al mundo, a seis días de dejar el cargo, haciendo el anuncio sobre la isla, el mandatario colombiano, que intercedió junto con otros para que se tomara esa decisión, escribió en X: “EE. UU. tiene dos maneras de relacionarse con América Latina: o dialogando con la diversidad o imponiendo con la fuerza. Felicito a Biden que buscó siempre el diálogo con la diversidad latinoamericana. Levantar bloqueos, así sea parcialmente, es un gran avance”.
En principio, diversidad es definida por el Diccionario RAE como variedad, desemejanza, diferencia, y esa definición es la que deja ver la manera como el presidente Petro relativiza los conceptos por razones ideológicas y con fines políticos. Es decir que los términos, para él, son aplicables en unos casos, pero en otros no. Valen solo desde una perspectiva, y a este respecto la que interpela permanentemente al jefe de Estado colombiano es Venezuela.
Si el mandatario reclama el derecho de la diversidad a existir en el diálogo del continente americano, por qué no dice nada sobre la manera en que esa diversidad, es decir, la diferencia (o sea, por extensión, la oposición), es aplastada no solo en Venezuela, sino en Nicaragua y especialmente en Cuba. En esos tres países oprimidos por dictaduras, la diversidad está representada por quienes reclaman democracia, libertad y respeto a los derechos humanos, pero están presos o han sido expulsados de sus patrias o fueron desaparecidos o asesinados por agentes de esos regímenes.
A finales del año pasado, el presidente Petro también reclamó por la “soberanía” de Panamá luego de que el mandatario electo de Estados Unidos Donald Trump anunciara su escandalosa intención de hacerse otra vez con el canal interoceánico. “Hasta las últimas consecuencias estaré al lado de Panamá y la defensa de su soberanía”, escribió en X el jefe de Estado colombiano, a quien se le ha reclamado por el silencio que guarda frente a la más importante expresión de soberanía del pueblo venezolano: las elecciones del 28 de julio en las que decidió en las urnas salir de Nicolás Maduro y entregarle el poder a Edmundo González Urrutia.
Pese a que Maduro se ‘posesionó’ de manera ilegítima, el presidente Petro lo convalidó al enviar a esa ceremonia espuria a su embajador en Caracas Milton Rengifo. Así, por contera, el mandatario colombiano deja ver que también tiene su propia idea de lo que es democracia, un concepto no aplicable a Venezuela, en donde lo que se ha consolidado es una dictadura porque no hay respeto al Estado de derecho, no hay respeto por la separación de los poderes públicos, no hay respeto por los resultados electorales, y no hay respeto por los derechos humanos ni por la libertad de prensa.
En Cuba ocurre lo mismo, pero al presidente Biden parece habérsele olvidado lo que pensaba uno de los padres de la constitución de su país, James Madison (que gobernó entre 1809 y 1817), sobre la democracia: consideraba que como los humanos son falibles, es necesario un gobierno; pero, como los gobiernos también son falibles, se hacen indispensables herramientas que denuncien y corrijan sus errores como las elecciones libres, la separación permanente de las ramas del poder público (Legislativa, Ejecutiva y Judicial), y la protección de la libertad de prensa.
El hecho de que Biden saque a Cuba de la lista de países que apoyan el terrorismo y lo aplaudan, entre otros, presidentes como Gustavo Petro, no le quita a ese régimen, ni a los de Venezuela y Nicaragua su condición de Estados terroristas. Así lo constató en Venezuela la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), que en su más rediente informe señaló que no puede considerarse que la reelección de Maduro goce de “legitimidad democrática”, y califica como terrorismo de Estado las prácticas de represión sobre más de 300 manifestaciones surgidas a raíz de la opacidad electoral y las denuncias de fraude. Hay terrorismo de Estado por el simple hecho de que existan presos políticos.




Al presidente Petro también le duelen (y con toda razón) los niños muertos por los brutales bombardeos de Israel en Gaza. Eso hizo que rompiera las relaciones de Colombia con el Estado judío. Pero no se recuerdan intervenciones enérgicas suyas que lamenten y condenen el asesinato de niños israelíes por parte del grupo islamista palestino Hamás, o que se conduelan por los miles de niños que se quedaron sin padres en Venezuela por la diáspora que ocasiona el régimen, o los que tuvieron que salir de su patria con sus familias y hoy crecen en condiciones extremas en el exilio forzado, o los que han muerto en ese terrible proceso migratorio, por ejemplo, en la selva del Darién.
Así como para el presidente Petro hay niños para destacar y reivindicar, y niños para ignorar o ningunear, también hay solo unas masacres para señalar y reprochar. En su trino de felicitación a Biden por sacar a Cuba de la lista de países que apoyan el terrorismo, cuestionó que a la posesión de Trump “vaya solo la extrema derecha, invitada por él, o como en el caso colombiano, por su partido, incluso la extrema derecha manchada con las masacres”. Pero la extrema izquierda también es responsable de masacres a lo largo de su lucha armada.
“No quieren hablar con la diversidad y, por tanto, quieren imponer”, insistió el mandatario en su tuit. Y, de nuevo, a sus palabras las interpelan los pueblos oprimidos de Venezuela, Cuba y Nicaragua.
* Pulzo.com se escribe con Z
LO ÚLTIMO