Varias locuciones que se escucharon en las horas previas y durante la crucifixión de Jesucristo trascendieron a través de los siglos y muchas, incluso, han alcanzado la categoría de sentencias que se emplean en diferentes circunstancias y con varios propósitos. Si bien los seres humanos las usan en sus vidas particulares con relativa frecuencia en ámbitos que van del amor a los negocios, es en la política donde se pueden encontrar sus mejores manifestaciones.

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Esas frases, como cualquier sentencia, refrán, dicho o aforismo, pueden ser aplicadas en múltiples situaciones. Se asemejan a comodines sacados en defensa o en ataque en diversos contextos. Y, además, tienen un poder superior, un plus, por entenderse emanadas de pasajes de la Biblia, un texto sagrado para miles de millones. Todas, en resumidas cuentas, son un reflejo de la naturaleza humana, que engloba lo bueno y lo malo.

Marcaron al mundo cristiano por haber sido pronunciadas en los momentos más aciagos de la existencia de Jesucristo, cuya vida y muerte se conmemora en Semana Santa. Algunas de esas frases tienen un común denominador: la idea de traición y algunos de sus matices, una conducta tachada desde el origen de los tiempos por los humamos de cualquier condición. Algunos la llaman pecado. Para Maquiavelo, padre del realismo político que lo tolera prácticamente todo, “es el único acto de los hombres que no se justifica”.

Las fronteras que limitan el sentido de esas frases son borrosas. No hay definiciones estrictamente puras, y el paso del tiempo ha hecho que tengan más tonalidades. La traición puede ser de diferentes grados, y, particularmente en Colombia, se rotula de distintas maneras a las personas que la ejecutan: faltón, tránsfuga, desertor, torcido, lentejo. Y, como si fuera poco, hay quiénes la relativizan, porque si una persona considera que fue traicionada, el traidor puede ver en su conducta algo normal y justificado.

A continuación, algunas frases que reviven cada año en Semana Santa y tienen aplicación permanente en la cotidianidad del mundo. En cada caso se asigna como ejemplo o correlato algún hecho notable de la política colombiana. Sin embargo, será usted, amable lector, el que, desde su propia vivencia y mirada, encuentre ejemplos a su medida.

“El beso de Judas”

Si se consideran cronológicamente los hechos, la primera de esas frases tiene su origen en la actitud del apóstol Judas Iscariote que, a cambio de 30 monedas de plata, reveló dónde estaba Jesucristo para que fuera capturado por los soldados romanos. Para eso, acordó antes con los captores un signo: “Al que yo besare, ese es: prendedle”. Luego se acercó a Jesús: “¡Salve, maestro!”, le dijo, y lo besó.

En Colombia, a integrantes del Pacto Histórico les pareció un beso de Judas el abrazo que le dio Roy Barreras a Gustavo Petro, después de que el presidente del Senado hubiera criticado con dureza a la ministra de Salud y a su proyecto de reforma a ese sector. Años atrás, los gestos de proximidad y respeto de Juan Manuel Santos hacia su mentor Álvaro Uribe fueron entendidos por los seguidores del líder uribista como ese beso traicionero. “En la política, la traición es casi la regla y no la excepción”, dijo Santos en El País, de España. Y, en general, ha sostenido que “solo los imbéciles no cambian de opinión cuando cambian las circunstancias”.

“Me negarás antes de que cante el gallo”

Después del arresto de Jesús, vendido por Judas, fue llevado ante el sumo sacerdote Caifás. El apóstol Pedro lo había seguido de lejos, y se sentó a buena distancia. Pero una sirvienta lo reconoció: “Tú también estabas con Jesús el galileo”. Pedro lo negó: “No sé de qué hablas”. Luego, otra sirvienta lo vio y dijo: “Este estaba con Jesús”. Pedro lo volvió a hacer: “¡Yo no conozco a ese hombre!”. Para rematar, varios le dijeron a Pedro: “Seguro que tú también eres uno de ellos, porque aun tu manera de hablar te descubre”. Y Pedro subió el tono: “¡Yo no conozco a ese hombre!”. Al instante, un gallo cantó.

Así se consumó la advertencia que le había hecho Jesús a Pedro en la Última Cena: “Esta noche, todos vosotros os apartaréis por causa de mí, pues escrito está”. Ante esto, Pedro le había dicho: “Aunque todos se aparten por causa de ti, yo nunca me apartaré”. Jesús le dijo: “En verdad te digo que esta misma noche, antes que el gallo cante, me negarás tres veces”.

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Hace poco se señaló al presidente Petro de negar la crianza de su hijo Nicolás, después de que este se viera envuelto en un escándalo por supuestamente haber recibido dinero de delincuentes para la campaña presidencial de su padre. “Yo no lo crie”, dijo el mandatario. Este caso —y no porque no haya más ejemplos de negaciones en la historia de Colombia— ahora resulta emblemático porque constituye una sarta de negaciones de toda índole.

Luego de la negación de Petro, su hijo negó haber recibido dineros de dudoso origen y también negó conocer a Santander Lopesierra, alias ‘Hombre Marlboro’, aunque poco después se conocieron imágenes de una reunión en la que departieron los dos. A su turno, Lopesierra negó haber dado dinero al hijo del presidente. La Fiscalía trabaja para desenredar este rosario de negaciones, y Colombia espera que lo haga, como quien dice, en menos que canta un gallo.

“Se lava las manos”

A la mañana siguiente, Jesús fue entregado a Poncio Pilatos, procurador de Judea que, en fiestas de Pascua, acostumbraba soltar el preso que el pueblo le pidiera. En esa ocasión, la turba debía escoger entre Jesús y un famoso delincuente de la época llamado Barrabás. Pero prefirieron la muerte del justo. “¡Sea crucificado!”, gritaban. Ante el arrebato del tumulto, Pilatos tomó agua y se lavó las manos delante de la multitud: “¡Yo soy inocente de la sangre de este! ¡Será asunto vuestro!”.

Hoy, en Colombia, a una actitud así se le denomina escurrir el bulto por conveniencia personal, o tirarse la pelota deslizando cualquier responsabilidad sobre un asunto delicado. Eso quedó en evidencia con la primera reforma que se le cayó a Gustavo Petro, la política. Después de que fuera radicada en el Congreso en un álgido debate, el jefe de Estado la descalificó en Twitter y el presidente del Senado, Roy Barreras, incluso la rompió en un video.

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La bancada del Gobierno y el Pacto Histórico reprocharon al Ejecutivo por haber mantenido con soberbia política ese proyecto que desde el principio fue rechazado en la misma coalición del Gobierno. Ante la debacle —inoportuna porque muestra que la aplanadora petrista ya no pesa mucho justo cuando comienzan su trámite las reformas de la salud, la laboral, la pensional y de justicia—, surgió la pregunta sobre quiénes fueron los responsables de esta situación. O como se dice: ¿quién asume la responsabilidad política?

Uno de los ponentes en la Cámara, Heráclito Landínez, sugirió que era de los ponentes en Senado, Ariel Ávila y Roy Barreras, que, a su vez, dijo que los polémicos puntos habían sido estigmatizados y que la reforma fue abandonada por su dueño (el Gobierno). Al final, la representante Katherine Miranda concluyó: “Acá no pueden ser irresponsables y lavarse las manos de esa manera tan vil. La reforma claramente fue presentada por el Gobierno”.

“Hasta ver, no creer”

Después de que Jesús fue sacrificado, a su apóstol Tomás le dijeron que regresaría de entre los muertos. Pero Tomás no creyó y dijo, según el evangelio de Juan: “Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré”. Cuando, según la Biblia, Jesús resucitó, fue al encuentro de sus apóstoles y reprochó al escéptico Tomás porque necesitó ver para creer. “Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron”, dijo Cristo.

Es claro lo indispensable que resultan para las religiones los actos de fe. Pero en la credulidad también se sustentan otras actividades como la publicidad o la política, en la que quienes aspiran a ser elegidos ofrecen el oro y el moro a los votantes, y siempre encuentran quiénes les crean y los sigan. Los más escépticos, como Tomás, abren un compás de espera a la manera de “hasta ver, no creer”.

Es el caso de quienes esperan las ejecutorias del presidente Petro, que prometió el cambio pero que, lo mismo que cualquier otro presidente (y cualquier ser humano), como diría Ortega y Gasset, está preso de sí mismo y de sus circunstancias, y enfrenta situaciones que dificultan la consecución de sus objetivos. Lleva ocho meses de gobierno, pero no ha conseguido controlar el costo de vida (la inflación de marzo llegó a 13,34%), ni estimular la economía (desacelerada por la caída en el consumo de los hogares y el desplome del comercio).

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Tampoco, a la luz de las evidencias, ha conseguido controlar el orden público, en medio de los esfuerzos por el alma de su mandato, la “paz total”, que ha tenido tropiezos como la ruptura por parte de la banda criminal ‘Clan del Golfo’ del cese al fuego con su ‘paro minero’ en el Bajo Cauca antioqueño. Este hecho, un botón de muestra, se ofrece como una bisagra que vincula al menos tres aspectos concomitantes: el avance del narcotráfico, el deterioro del orden público y la severa caída en la operatividad de la fuerza pública.

Si a todo lo anterior se suman las muy discutidas reformas (salud, laboral, pensional, justicia) que comienzan su trámite en el Congreso, se entiende por qué la favorabilidad de Petro (es decir, la credibilidad en él) ha caído, incluso entre los estratos bajos, su base electoral: una encuesta de Invamer evidenció que Petro sufre un descalabro entre esos sectores en los que su imagen positiva no llega ni al 50 %. Solo el 40 % de los colombianos aprueban su gestión en relación con el 48 % que le daba el visto bueno al trabajo del mandatario en diciembre de 2022.

Se trata de la caída es más pronunciada, si se tiene en cuenta que antes de esa medición, en agosto, Petro empezó su mandato con una aprobación del 56 %. En otras palabras: en cuestión de seis meses su imagen cayó 16 % en esa medición. En conclusión, son más, entonces, los que hoy aseguran: “Hasta ver, no creer”.

Otras frases originadas en Semana Santa de uso común

Como las anteriores, hoy se usan en diferentes contextos.

  • “Esa es mi cruz”: Jesús, cuando, después de ser torturado y antes de morir, tuvo que cargar la pesada cruz de madera, y no aceptó ayuda. Hay quienes quieren llevar su propia cruz, pero también quienes quieren echar la suya encima a otros.
  • “Perdónalos porque no saben lo que hacen”: Jesús, al pedirle a Dios por los que lo martirizaron. Es epítome del perdón y cuestiona la ignorancia.
  • “¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?”: Jesús, al sentir que sus fuerzas ya flaqueaban. Recoge ahora esos momentos en los que un ser humano se siente profundamente solo y sin ayuda.
  • “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”: Jesús, antes de morir. Es la expresión suprema de confianza y entrega total.