Siempre se dice que, si el río Magdalena hablara, seguramente contaría quiénes fueron las miles de personas que han sido arrojadas a sus aguas y quiénes las lanzaron allí.

La relación que se ha formado entre la muerte y el río está mucho más interiorizada en nuestra memoria colectiva de lo que nos damos cuenta. La abundancia se convirtió en miedo y, en los años de más violencia, la muerte era una presencia silenciosa, aunque en su momento se quiso negar.

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En ‘El río de las tumbas’, una película colombiana de 1964, las autoridades devuelven un muerto a la corriente porque están en medio de las fiestas del pueblo y no quieren alterar a la gente. Hace algunos años, cuenta un pescador de Honda (Tolima) que prefiere no tener nombre, la Policía les decía: “Si no conocen al muerto que viene bajando, mejor déjenlo seguir”.

Las primeras tribus que habitaron el Alto Magdalena lo llamaban ‘Guaca-hayo’, una palabra quechua que significa ‘río de las tumbas’. Los cuerpos de sus fallecidos eran depositados en medio de rituales. Siendo la principal arteria de comunicación durante décadas, su papel en las guerras constantes del país ha sido central: en los tiempos de la Colonia, la Independencia, la Violencia y en los conflictos más recientes.

En las guerras tempraneras fue un medio de transporte de tropas y su disputa era por control posicional. Luego se volvió un escenario de guerra más en donde asesinaban y desaparecían a las víctimas, la mayoría de ellas desmembradas. De ser el río de las tumbas se convirtió en río de los despojos.

Pescadores de cuerpos

Es imposible determinar cuántos cuerpos fueron tirados al río, pues el objetivo de desaparecer todo rastro de los crímenes se cumplía en la mayoría de los casos. Todas las formas diversas de la violencia pasaron por el Magdalena y, en esa medida, los paramilitares, y otros grupos al margen de la ley, convirtieron al gran río en una gran fosa común.

De todo el norte del Tolima venían a buscar muertos y extraviados a Honda. Si una persona no aparecía en Mariquita o en otro municipio, la gente pensaba en el Magdalena. A mí me llamaban para preguntarme si no sabía de algún cuerpo que hubiese bajado en los últimos días”, cuenta el periodista Luis Fernando Montoya, quien ha registrado la violencia de esta zona del departamento desde hace más de 30 años.

Por mucho tiempo esta región fue un terreno dominado por el paramilitarismo debido a su ubicación geográfica cercana al Magdalena Medio. El horror no daba sitio ni siquiera a que los familiares despidieran los restos mortales de sus difuntos y de muchos seres humanos aún no saben con certeza de su paradero.

“Varios cuerpos fueron recuperados, pero la mayoría no. Es una época terriblemente reciente. Incluso, en el 2020 asesinaron cuatro personas en Puerto Bogotá y las tiraron al río. Una parte de uno de ellos apareció en Honda y el resto en otros tramos del río”, mencionó el periodista.

Los cuerpos, que muchas veces venían de lejos, comenzaron a ser molestos para las autoridades: “Los pescadores primero se dedicaban a sacar cuerpos del río, pero ya después les pidieron que no los retiraran, que se dedicaran solo a sacar pescados”.

El pescador Raúl Rondón tiene muy presente la imagen de las mujeres que iban al río a buscar a sus esposos o hijos: “Venían a preguntar si alguien había visto algo. Se pasaban horas en las orillas llorando, esperando encontrarlo. No solo mujeres, también papás, hermanos, hijos”.

El río también es una víctima

El Magdalena es un río de vida, pero también de muerte. Es el pago por su protagonismo en todos los fenómenos del ser humano. Sin embargo, yo estoy cansado de que las personas lo señalen como si fuera culpable. Él no es violento, es una víctima más”, asegura Germán Ferro, director del Museo del río Magdalena.

Para el académico es necesario que se cambie esa imagen que se tiene del río y, en su lugar, las ciudadanías regresen a él para que la frontera de la violencia no avance más.

“Hay que hacer presencia sobre el río, recuperarlo como un espacio de intercambio y de movimiento. Aun así ha tenido la paciencia de entregarle a los colombianos la posibilidad de construcción de nación al mismo tiempo que recibe tantas agresiones y es señalado cuando no hace más que permitir la vida”, agrega.

“No se trata de negar la violencia, pero hay que regresar sobre el río para protegerlo y para resaltar la multiplicidad de factores de vida, de creación cultural, de gente maravillosa que habita sus orillas y que construye país y que sueña con la paz de Colombia”, dice Ferro.