Johana Morales habla de su papá, Alejandro Morales, en tiempo presente. Reconoce que no ha vivido el duelo y no ha tenido un día de descanso desde el 15 de abril pasado, cuando lo asesinaron en una finca de Chía. La ligereza con la que las autoridades han tomado el caso, dice, la tiene desconcertada, pues el homicida, pese a que aceptó cargos, está en detención domiciliaria y ahora podría obtener ciertos beneficios ante una posible condena.

El proceso que lleva la Fiscalía no le ha ayudado a esclarecer las dudas que le han surgido tras la muerte. Se habla de un supuesto ritual satánico alrededor del crimen y de un objeto contundente con el que le quitaron la vida a la víctima, pero no lo han encontrado. Tres meses después, los motivos del crimen no son claros. En vez de verdad, “pareciera que las instituciones quieren evitar un desgaste administrativo”, insiste.

De Álvaro Puertas Lozano, el confeso homicida, se sabe que tiene 21 años y vive en un predio al norte de Bogotá, adonde se trasladó días antes de entregarse a las autoridades para responder por el delito. Según su abogado, se planea firmar un preacuerdo con la Fiscalía para agilizar el proceso. “Así las cosas ya se lograría la justicia de la vía legal, ¿pero nosotros, la familia, qué hacemos? ¿Dónde está la verdad que queremos oír?”, agrega Johana.

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La familia Morales espera que los agravantes del crimen sean tenidos en cuenta y Puertas no solo pague una condena ejemplar, sino que confiese los pormenores del caso. Además, Johana insiste en que seguirá recurriendo a cada institución, autoridad y medio para que le ayuden a hacer eco a su voz porque, “seguramente no es el único caso. Como yo, debe haber muchas personas que esperan verdad y reparación y no un proceso con muchas garantías, pero para el victimario”, asegura.

Un crimen en Viernes Santo

El viernes 15 de abril, cuando el papá de Álvaro Puertas Lozano, llegó a su finca, en una vereda de Chía, encontró a su hijo agitado y echando tierra a un hueco con una pala, al costado del patio. El hombre se acercó para ver qué estaba haciendo su hijo, y entre la tierra, ya casi sepultado, vio el cuerpo de un hombre. Era Alejandro Morales, su mejor amigo. El rostro no se podía reconocer con facilidad. De la boca hacia arriba, su cabeza estaba destruida. “Tuvo que haberle dado muchos golpes con la tal varilla, para dejarlo así”, dice Johana.

Álvaro, el homicida, le pidió a su papá que no dijera nada, que “ya iba a acabar”, pero el hombre avisó a las autoridades. En cuestión de segundos la finca se llenó de Policías e investigadores, quienes se encargaron de reconstruir los hechos. La versión, que hasta el momento ha tomado más fuerza, es que Alejandro y Álvaro (hijo) discutieron pasadas las 11:00 a.m., cuando este último fue a abrirle la puerta de la finca, para que pudiera ingresar.

“Mi papá ya había tenido problemas con ese muchacho, porque él era muy grosero con su propio papá y él siempre intentaba defenderlo, porque era su mejor amigo. Mi papá, esa Semana Santa, se había ido de la casa y volvió ese Viernes Santo. Como no tenía llaves, el muchacho fue a abrirle. Parece que ahí discutieron y fue cuando lo golpeó hasta destruirle la cabeza. Como quedó tirado en la entrada de la finca, al parecer, lo subió en una carretilla y se lo llevó a un costado, donde hizo el hueco y pretendía enterrarlo”, cuenta Johana.

Según el informe judicial del levantamiento, Álvaro, tras asesinar al mejor amigo de su papá, movió su cuerpo unos veinte metros, hasta la zona verde, en donde ya había adelantado parte del hueco para ocultar el cuerpo. Durante la labor de revisión de la escena, uniformados de la Policía inspeccionaron el lugar y encontraron que, en el sitio en donde vivía el homicida, había varios elementos que podrían determinar que hubo un supuesto ritual satánico al margen del asesinato.

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La finca donde ocurrió el crimen tiene dos casas: una grande, en donde vivía Alejandro (la víctima) y su mejor amigo Álvaro, y una secundaria, ubicada a un costado, en donde residía Álvaro hijo, el confeso homicida. Habría sido en este último predio en donde se encontró, sobre una mesa, unas hierbas secas, dos velas ya consumidas por el fuego, una baraja de cartas española, dos recipientes con tierra negra (aparentemente del hueco donde intentó sepultar a la víctima), un papel con un dibujo en tinta roja y una nota en la que, con dificultad, se lee algo similar a “clavos y ojo de la envidia”. En la pared había dos pentagramas inversos, uno de ellos dibujado a lápiz y el otro impreso.

Si bien la Policía judicial acordonó la escena, revisó con minucia y conoció esos elementos, parece que fueron pasados por alto. Además, pese a que se habló de que la agresión fue con una varilla, el arma homicida no ha sido hallada. “Ese día capturan a Álvaro (hijo), pero al momento de judicializarlo lo dejaron libre, porque dicen que hubo un mal procedimiento. Él duró desaparecido mucho tiempo. Dicen que la familia siempre supo dónde estaba. Hace unas semanas se entregó a las autoridades, lo judicializaron, aceptó cargos y terminó con casa por cárcel, pero a la fecha no nos ha dicho por qué mató a mi papá”, dice Johana.

Poco se habla del supuesto ritual satánico y esa es otra duda de la hija de Alejandro, pues sí existió esa versión, que tuvo que salir de la Policía, quienes fueron los primeros en conocer la emergencia. “¿Por qué no se ha investigado? Yo me pregunto ¿por qué salió esa versión? ¿Quién lo dice? Eso lo encontraron en la misma casa en donde ocurrieron los hechos el mismo día, porque esas son tomas que hizo la Policía al cuarto de este chico. Queremos que aclaren eso”.

A pesar de que el ritual satánico no sería un agravante para el proceso, de acuerdo con Johana, sí sería un aspecto que las autoridades deberían tener en cuenta, pues eso demostraría que el crimen pudo ser premeditado e, incluso, que el confeso homicida podría cometer nuevamente un acto similar. El próximo mes se llevará a cabo la audiencia de acusación, en la que se podría hablar del posible preacuerdo entre el procesado y la Fiscalía. Allí también espera la familia Morales tener un espacio para hacer un llamado a la verdad.