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Este artículo fue curado por pulzo   Sep 13, 2025 - 6:58 am
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La organización criminal conocida como el Clan del Golfo ha consolidado su presencia en el departamento de Risaralda, Colombia, con operaciones especialmente notorias en municipios como Mistrató y Belén de Umbría. El impacto de sus actividades —que incluyen delitos como narcotráfico, extorsión, homicidios y amenazas a líderes sociales— ha desestabilizado la convivencia y la seguridad en amplias zonas rurales. Recientemente, las autoridades colombianas divulgaron un cartel identificando a 16 personas, entre ellas “Santiago” y “El Indio”, considerados los principales cabecillas tras la muerte de alias “Colonia” en el municipio de Santuario, según lo informado en el artículo original y corroborado por el Ministerio de Defensa Nacional y la Policía Nacional. La publicación destaca también la presencia de mujeres, como alias Anyi y Camila, un dato relevante que refleja la participación femenina creciente en estas estructuras criminales.

El Clan del Golfo ha intensificado sus actos violentos en Risaralda, lo que ha sido motivo de alarma entre la población local y las autoridades. Datos del Ministerio de Defensa Nacional y de la Policía Nacional indican que la región representa ahora un enclave estratégico para el control territorial y las rutas del narcotráfico, circunstancias que incrementan la conflictividad y los casos de violencia. El Instituto para el Desarrollo y la Paz (INDEPAZ) ha documentado un aumento significativo de homicidios relacionados con enfrentamientos entre bandas en los últimos años, una tendencia que afecta gravemente la estabilidad regional.

De acuerdo con los datos presentados por el Observatorio de Drogas de Colombia, no solo Risaralda, sino también otros departamentos del país, han experimentado una diversificación de las operaciones ilegales de estos grupos armados. Esta expansión implica, además, un recrudecimiento de las amenazas y extorsiones a líderes sociales y a la población civil, lo que pone en entredicho la gobernabilidad local y dificulta la ejecución de políticas públicas orientadas al desarrollo.

En respuesta, la estrategia de publicar carteles con los alias más buscados busca motivar la colaboración ciudadana. Para ello, se han dispuesto líneas telefónicas específicas (323 276 9857 y 320 301 2791) donde la comunidad puede suministrar información. Sin embargo, esta medida debe ir acompañada de robustos mecanismos de protección para denunciantes, una debilidad histórica en el contexto colombiano señalada reiteradamente por organizaciones de derechos humanos.

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La inclusión de mujeres en roles activos dentro de la organización, como lo observa la Fundación Paz y Reconciliación, subraya un giro en la composición estructural de las bandas criminales. Ya no cumplen solo funciones auxiliares, sino que también asumen posiciones de liderazgo y organización. Esta evolución representa un desafío adicional para las autoridades encargadas de combatir estas redes, pues cambia los parámetros tradicionales de persecución y desarticulación.

Las recomendaciones de expertos y entidades como Human Rights Watch enfatizan la urgencia de fortalecer la confianza comunitaria y los esquemas de protección, elementos esenciales para debilitar el dominio del Clan del Golfo. En suma, la problemática en Risaralda evidencia que la solución a estos fenómenos requiere respuestas integrales: acciones conjuntas de seguridad, apoyo a las víctimas y estrategias de desarrollo social orientadas a restituir la paz y garantizar una vida digna para las comunidades más afectadas.

¿Por qué la presencia de mujeres en organizaciones criminales como el Clan del Golfo representa un cambio relevante?
La incorporación de mujeres en roles de liderazgo dentro de estructuras delictivas ha sido señalada por la Fundación Paz y Reconciliación como un cambio estructural, pues tradicionalmente su participación se había limitado a tareas logísticas o de apoyo. Este fenómeno, documentado en el contexto del Clan del Golfo con figuras como alias Anyi y Camila, amplía el espectro de capacidades y estrategias de las organizaciones, lo que plantea desafíos tanto para las instituciones encargadas de la persecución penal como para el diseño de políticas de prevención y reintegración.

El reconocimiento de estas nuevas dinámicas implica repensar no solo las estrategias policiales y judiciales, sino también los programas de atención y desmovilización, que tradicionalmente se han enfocado en perfiles masculinos. Tal transformación puede influir en la complejidad de las redes y las rutas de ascenso al interior de los grupos criminales, dificultando su desarticulación y prolongando su influencia sobre las comunidades.

¿Qué desafíos enfrentan las comunidades al colaborar con las autoridades contra grupos armados ilegales?
El llamado a la colaboración ciudadana ha sido un pilar en la lucha contra estructuras como el Clan del Golfo. Sin embargo, en el contexto colombiano, este proceso enfrenta obstáculos significativos: el temor a represalias, la desconfianza hacia las instituciones y la carencia histórica de esquemas efectivos de protección a denunciantes. Organizaciones como Human Rights Watch han señalado consistentemente estos vacíos, que contribuyen a perpetuar el silencio y a dificultar la obtención de información clave para desarticular los grupos criminales.

La desarticulación efectiva de redes ilegales no debería depender únicamente del valor individual de los denunciantes, sino de mecanismos estatales que garanticen su integridad y la de sus familias. El fortalecimiento de estas garantías, junto con una mayor presencia institucional y apoyo psicosocial, es imprescindible para la construcción de una respuesta integral que permita restaurar la confianza y la seguridad en municipios afectados como los de Risaralda.


* Este artículo fue curado con apoyo de inteligencia artificial.

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