En el texto, Buncombe dice que Vladimir Putin tiene motivos para sonreír más allá de la destacada actuación que tuvo la selección de su país en el recién terminado Mundial de Rusia, ya que este lunes en la capital finlandesa recibió un premio mucho más preciado que el propio trofeo de oro de la Fifa:

“Putin […] vio cómo el presidente de Estados Unidos le dijo al mundo que confiaba tanto en la palabra del líder ruso como en la de su propio jefe de inteligencia”.

Luego dice que resulta obvio que Trump quiera minimizar cualquier impacto que haya podido tener la supuesta interferencia de Rusia en las elecciones presidenciales de 2016, luego de haber perdido con Hillary Clinton en el voto popular y de obtener una apretada victoria gracias a los colegios electorales.

Sin embargo, “nadie más se benefició de lo que pasó en Helsinki que Vladimir Putin”, dice el columnista, que agrega que Trump insultó a los funcionarios de su propio gobierno, a los encargados de mantener la seguridad nacional y, especialmente, a la inteligencia de los estadounidenses.

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Y es que en enero de 2017, la CIA, el FBI, la Agencia de Seguridad Nacional y la Oficina del Director de Inteligencia Nacional publicaron un reporte en el que aseguraban estar “muy confiados” de que Rusia sí intervino en las elecciones en las que se impuso Trump.

Buncombe agrega que la incapacidad de Trump de plantársele a un líder autoritario como Putin, acusado de varios delitos (como el uso de agentes nerviosos en Reino Unido negado por Rusia), especialmente luego de atacar a sus propios aliados en la cumbre de la OTAN, la semana anterior, hizo ver al presidente estadounidense como un “cobarde”.

El autor finaliza diciendo que si Trump no estaba preparado para ese encuentro y tampoco estaba listo para dar respuestas “inteligentes y útiles” cuando lo confrontaran con preguntas que él mismo debía saber que le iban a hacer, lo mejor era no haber ido a Helsinki. Y agrega:

“Putin 1-0 Trump”.

Tal vez el sentir de los estadounidenses después de lo que ocurrió en Finlandia lo plasmó de la mejor manera el caricaturista Bill Bramhall en el New York Daily News: