La noticia fue revelada por el diario británico The Guardian, que agregó que la rusa había sido contratada por el Servicio Secreto de Estados Unidos y habría tenido acceso a los sistemas de intranet y de correos electrónicos, por lo que tenía una puerta potencial para llegar a material confidencial, incluyendo las agendas del presidente y vicepresidente estadounidenses.

La mujer empezó a levantar sospechas en 2016, cuando durante una revisión de seguridad encabezada por la Oficina Regional de Seguridad, adjunta al Departamento de Estado, se supo que la mujer tenía contactos más allá de lo normal con miembros del Servicio Federal de Seguridad, la principal agencia de seguridad de Rusia.

Un funcionario estadounidense no identificado le aclaró a CNN que la mujer no tenía acceso a datos altamente clasificados. Ese mismo medio dice que si bien muchos trabajadores de la embajada suelen tener contacto con el Servicio Federal de Seguridad, la supuesta espía le estaba dando más información de la que debía tener a esa entidad.

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Las alarmas se prendieron en enero de 2017, y la mujer finalmente fue despedida a mediados del año pasado, poco antes de que el gobierno ruso ordenara la expulsión de personal diplomático estadounidense de Rusia. Esa medida habría servido de columna de humo para cubrir la salida de la supuesta espía.

The Guardian agrega que Servicio Secreto de Estados Unidos intentó mantener el bajo perfil de la situación (que se habría convertido en un escándalo en su momento), y dejó ir a la mujer en medio de la crisis diplomática que hubo con Rusia en 2017. Sin embargo, “el daño ya estaba hecho”, y altos funcionarios del Servicio Secreto tampoco iniciaron investigación alguna para evaluar la gravedad del asunto.