
Un sondeo de la firma Meganalisis, de abril pasado, estableció que al menos 44,6 % de la población en Venezuela consideraría emigrar si este domingo gana las elecciones y se reelige por segunda vez para prolongar su mandato hasta los 18 años la cabeza del régimen, Nicolás Maduro. Otras encuestas menos dramáticas estiman que el número de venezolanos que abandonarían su país correspondería al 25 % de la población. Ese parece ser un problema interno, pero, si efectivamente ocurriera, el primer país impactado, otra vez, sería Colombia.
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De darse una nueva ola de migración, los primeros en sentirla serían los municipios de Norte de Santander fronterizos con Venezuela, aunque en diferentes proporciones (El Carmen, Teorama, Convención, Tibú, Puerto Santander, Cúcuta, Villa del Rosario, Ragonvalia, Herrán y Toledo). Pero también, los 10 municipios limítrofes de La Guajira, los siete del Cesar, uno de Boyacá, cuatro de Arauca, tres de Vichada y uno de Guainía.
Cuando no puedan pasar por los ocho puntos de cruce establecidos en la frontera entre Colombia y Venezuela —Paraguachón (La Guajira-Zulia), los puentes internacionales que unen a Norte de Santander con el estado de Táchira (La Unión, Francisco de Paula Santander, Atanasio Girardot [antes Tienditas] y Simón Bolívar), más el que une a Arauca con Apure (José Antonio Páez), el puerto fluvial de Puerto Carreño y el puesto de control migratorio fluvial de Inírida— los venezolanos apelarían a las trochas.
Los millones de venezolanos que, se estima, saldrían de su país si gana Maduro, no lo harían en un solo día. Sería un goteo de entre 60.000 y 100.000 personas diarias, como ocurre en la actualidad. En todo caso, el de Venezuela se consolidará como el caso de mayor migración en el continente, sin precedentes, y uno de los más importantes en todo el mundo. De nuevo, esos migrantes caerán en manos de grupos que delinquen en la frontera, y se dinamizará negativamente el contexto de violencia nutrido por el narcotráfico, el contrabando y la trata de personas, entre otros delitos.

Así, la línea fronteriza (de 2.341 kilómetros) recibiría el primer impacto, pero la ola migratoria penetraría, como ya ha ocurrido, hasta otros departamentos colombianos, principalmente los de la costa Atlántica, pero también los del interior, empezando por Santander y Boyacá y, por supuesto, la capital Bogotá. Hoy no se encuentra una región colombiana que no sea receptora de venezolanos. Incluso, como ya ha ocurrido, superaría el territorio nacional y se extendería hacia los países del sur del continente, como Ecuador, Perú, Chile y Argentina, algunos de los cuales ya han tomado medidas para contener esa migración.
Hacia el norte, el flujo migratorio intentaría, de nuevo, superar el tapón del Darién, en la frontera entre Colombia y Panamá, país que cerró con alambres de púas los cruces, una decisión que ha agudizado la crisis humanitaria de los migrantes en los municipios urabeños de Necoclí (Antioquia) y Acandí (Chocó), últimos lugares en Colombia desde donde decenas de miles de venezolanos, colombianos, ecuatorianos y oriundos de otros países incluso africanos y asiáticos comienzan su incierta travesía por Centroamérica para llegar a México y dar el salto definitivo a Estados Unidos, su destino final.
En el caso de Colombia, no se prevé que el Gobierno de Gustavo Petro estructure un nuevo plan de recepción e integración de migrantes venezolanos como lo hizo el expresidente Iván Duque, bajo cuyo mandato se legalizó a esos extranjeros en el país con el Permiso de Permanencia Temporal (PPT), lo que les permitió integrarse formalmente a la actividad económica y, como consecuencia, arraigarse acá, formar familias y establecer nuevos vínculos. Resultan prácticamente imprevisibles las consecuencias que tendría otra ola migratoria de Venezuela hacia Colombia.
Efectos para el Eln y disidencias de las Farc
Otro fenómeno que se debe mirar de frente, con pinzas para no caer en el campo de la xenofobia o la discriminación, es el de la inseguridad. Resultaría inevitable que con la nueva ola migratoria también llegara una oleada de personas que no vienen precisamente a trabajar en Colombia. Expertos ya han calificado el caso de Venezuela como un problema de seguridad multidimensional para las Américas, por la presencia comprobada, aunque negada por el canciller venezolano Yván Gil (algo que secundó el colombiano, Luis Gilberto Murillo), de las bandas criminales ‘Tren de Aragua’ y ‘AK-47’ en distintos países del continente.
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De lo que pase en las elecciones de Venezuela también dependerá la suerte de grupos armados como el Eln y las disidencias de las Farc ‘Segunda Marquetalia’, comandada por alias ‘Iván Márquez’, que encontraron refugio y se fortalecieron en el vecino país (para muchos analistas, hasta se integraron con las fuerzas armadas bolivarianas) y lanzan sus ataques desde allí. Es decir que el resultado de la jornada electoral incidirá en el fortalecimiento o debilitamiento de esas organizaciones, con las consecuentes repercusiones en las negociaciones que adelanta el presidente Gustavo Petro en el marco de su “paz total”.




En el ámbito económico, con la llegada de más venezolanos, Colombia vería dinamizado, entre otros, su mercado laboral de diferentes formas: de manera positiva porque habría más mano de obra y también nuevos consumidores, y de manera negativa porque algunos colombianos sentirían amenazados sus puestos de trabajo y porque empleadores aprovecharían para contratar esa vulnerable fuerza de trabajo en condiciones irregulares, como viene ocurriendo en la actualidad.
Si las primeras oleadas de migrantes se caracterizaron por traer también miles de mujeres con hijos o embarazadas, el nuevo éxodo les podría plantear retos más grandes a las autoridades, no solo a las relacionadas con la salud, sino las que tiene que ver con registro y control. En algún momento se les advirtió a las migrantes venezolanas que en Colombia no aplica la consigna que en 2020 les dio Maduro: “¡A parir, pues; a parir! ¡Todas las mujeres a tener seis hijos; todas! ¡Que crezca la patria!”.
Semejante idea, que busca detonar una verdadera explosión demográfica, agitada por la cabeza del régimen, tiene varios propósitos que superan la simple exaltación de la vida: en principio, aportaría más soldados para la causa chavista. Además, en el mundo de hoy (y en una Venezuela arruinada como la de hoy), un número elevado de hijos pauperiza aún más a la población y la deja vulnerable al control estatal que comienza con la entrega de subsidios. Es una curiosa manera de incentivar el crecimiento de “la patria”, despoblada a fuerza de una migración desesperada.
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