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Este artículo fue curado por pulzo   Dic 22, 2025 - 5:00 am
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Por Caroline Renaux

Las primeras luces de diciembre bastan para que resurja su angustia. A medida que los calendarios de Adviento se alinean en las estanterías, las guirnaldas salen de las cajas y reaparecen las listas de reproducción navideñas, se les hace un nudo en el estómago. No son “navidafóbicos” en el sentido médico, pero la palabra, que a veces se utiliza para describir a quienes temen las fiestas, les queda bastante bien.

Porque, detrás de la imagen idealizada de las fiestas en familia, muchos temen estos reencuentros obligatorios. Solo en Francia, según una encuesta de OpinionWay para Reddit, publicada el pasado 2 de diciembre, más de uno de cada tres (39 %) considera que la Navidad es la época más estresante del año. Los jóvenes adultos y los padres son los más afectados. Sus preocupaciones no provienen de la fiesta en sí, sino de todo lo que conlleva: comidas familiares, conversaciones obligadas, temas delicados, regalos que encontrar… ¿Y si todo no sale como estaba previsto?

La organización, un quebradero de cabeza

Antes incluso de sentarse a la mesa, hay que ocuparse de la logística. Entre las actividades del 24 y el 25, los viajes de ida y vuelta entre padres, abuelos y suegros, “las cuestiones de gestión se vuelven muy complicadas”, observa el psicólogo y psicoterapeuta Vincent Joly.

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Para Anna (nombre ficticio), cuya familia está dispersa por todo el mundo, se ha convertido en un auténtico calvario. “Para que todos podamos reunirnos, hay que gastar como mínimo 1.500 euros, semanas de preparación y toda una carga mental”, cuenta la joven de 20 años. Hay que coordinar varias agendas, encontrar el lugar, la fecha, desplazarse… Empezamos a hablar de la Navidad en septiembre, así que cuando llega el día D, ya estamos agotados”.

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A esto se suman las horas dedicadas a devanarse los sesos para encontrar regalos. Margot lo describe como una misión: “Tengo que cruzar toda la ciudad, volver varias veces a las tiendas, es toda una organización”. Sami (nombre modificado), profesor de música, ve la cuestión al revés: “Hacer regalos es mi pasión y un placer, no cuento ni mi tiempo ni mi dinero”.

Otros, por el contrario, lo convierten en una cuestión de arbitraje financiero. Elio, de 25 años, empieza a examinar su presupuesto en noviembre. “Me prohíbo ciertos gastos para centrarme en los regalos”, confiesa. Margot, por su parte, teme la comparación implícita: “Sé que me voy a encontrar con personas que tienen más ingresos…”. El peso de estas expectativas la empuja a veces a tomar “decisiones poco razonables”, hasta el punto de duplicar su presupuesto. “También hay una inflación de regalos que aumenta cada vez que la familia crece”, añade el psicoterapeuta, citando el ejemplo de las familias reconstituidas.

Reencuentros pesados

Pero el verdadero reto comienza cuando las familias se reúnen. A veces, los temas de discordia del 24 de diciembre se conocen incluso antes de que lleguen los primeros invitados. Elio ya se prepara para la angustia de “encontrarse con personas que van en contra de mis ideas políticas”. En su casa, hay 15 invitados alrededor de la mesa, niños sobreexcitados y el deseo de hacerlo lo mejor posible: “Me siento un poco responsable de que todo salga bien, pero, por otro lado, hay cosas que no puedo pasar por alto”.

Cada año, los temas explosivos no se mantienen a raya durante mucho tiempo. “Nuestros conflictos no solo existen durante las fiestas, pero siempre resurgen en ese momento”, dice Elio con una mueca. Sami lo resume así: “Siempre hay algún tío o tía que hace comentarios desagradables sobre tu trabajo o tus estudios”.

Para Emma, las fiestas tampoco son un momento de respiro. “Estar rodeada de mi familia durante varios días es una fuente enorme de estrés, me cuesta mucho soportarlos”, confiesa. Describe las fiestas de fin de año como una mezcla de “violencia verbal” y “máscaras” que se esfuerza por llevar. “Antes, hace unos años, las cosas iban muy lejos y siempre acabábamos discutiendo la noche del 24. Ahora lo dejo pasar, me callo y espero a que pase el momento para salvar lo que queda de la velada”, cuenta. ¿Su pequeño placer? “Cuando por fin se acaba”, concluye con una sonrisa resignada.

Según Vincent Joly, estas situaciones son habituales. La Navidad, afirma, no solo tiene como objetivo reunir a las familias: es “la fiesta de los problemas familiares” tanto como la de los reencuentros. Un periodo en el que “los problemas que permanecían latentes se reactivan”. Y cada año observa lo mismo: las familias regresan agotadas tras intentar encarnar la imagen de la comida perfecta que no existe. “Es un tema que surge en la mitad de mis sesiones de enero”, sonríe.

Porque detrás de cada tensión hay un esfuerzo por evitar que ocupe todo el espacio. Margot, cuyo padre ya no acude a las cenas de Navidad para “protegerse”, conoce bien este reflejo: “Siento que tengo que compensar su ausencia porque al resto de la familia le cuesta aceptarla, así que intento hacer de amortiguadora”.  El psicólogo ve en ello un fenómeno habitual: en las fiestas con muchos invitados, cada uno reajusta su papel, a veces sin haberlo decidido. “Los hijos asumen un papel más parental, los padres aceptan que están envejeciendo…”, explica.

Para Elio, la multitud —y el papel tácito de mantenerla unida— se vuelve rápidamente agobiante. “Es agotador estar rodeado de tanta gente, tener que escuchar e interactuar con todos, mientras intento ignorar que mi suegro es un poco gruñón o que mi madre está estresada”, susurra. Entonces se aferra a lo que él llama “las cosas positivas”, como los niños felices al abrir sus regalos o el hecho de volver a ver a sus hermanas.

Aceptar que la Navidad puede no ser perfecta

En casa de Margot, “la gente actúa como si todos se quisieran, cuando en realidad hay muchas cosas que no se dicen”. Otra forma de decir que hay que “parecer una familia modelo”, comenta Sami, que durante mucho tiempo tuvo la sensación de estar interpretando un papel. Una “presión hipócrita por ser perfecto”, de la que se ha liberado en parte al crecer. Y con razón, ya que aquel cuyo trabajo le mantuvo alejado de la Nochebuena durante tres años estableció su propia línea roja a su regreso: “Todos hemos crecido… ¡Si me molesta, me voy!”. Elio también admite ser “lo contrario de la persona que salva la cena”. Una estrategia elogiada por Vincent Joly: “”Al intentar evitar los problemas, a menudo se crean aún más”, señala. Si el tío empieza a hacer bromas hirientes y es el tercer año consecutivo, ¡en algún momento hay que decirle que se calme un momento! Si no está contento, nos vamos a casa, y en el fondo no es tan grave”.

Para el psicólogo, la principal trampa de las fiestas sigue siendo la imagen idealizada que nos hacemos de ellas. “La Navidad está ligada a un modelo familiar de los años 50, es decir, papá, mamá y dos o tres hijos. Todos son felices, tienen un árbol de Navidad y la vida es bella. Pero la vida real no es así: ¡la mitad de las familias están divorciadas!”, señala Vincent Joly riendo. Según él, si bien los modelos alternativos, como una Navidad entre amigos o con la familia elegida, pueden crear cenas más tranquilas, a veces también es preferible romper el decorado ideal y dejar que estalle un desacuerdo según las reglas del arte. “Hay que aceptar que la Navidad puede ser dolorosa”, concluye el psicólogo.

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