Desde hace un año, los israelíes no podían salir de casa sin mascarilla. Pero este domingo, dejaron de tener que llevarla en el exterior, lo que podría ser indicio de una primera “victoria” contra el coronavirus en el país.

Sin embargo, en medio de los indescifrables picos de la pandemia, la decisión de las autoridades de Israel no deja de llamar la atención, si se considera, por ejemplo, el caso de Uruguay, que, después de ser un modelo de control de la emergencia, se convirtió ahora en el peor país del mundo, por exceso de confianza y nula percepción de riesgo, con la tasa de contagios más alta.

De hecho, con al menos 3’011.975 muertos en todo el mundo y 140,6 millones de casos registrados, según un balance de la AFP este domingo a partir de fuentes oficiales, la pandemia de coronavirus continúa dejando un panorama de fuertes contrastes: el mismo día que Israel dice adiós al tapabocas, Alemania conmemora a los 80.000 fallecidos víctimas de la pandemia.

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Pero Israel, con su decisión, también se convierte en una luz de esperanza de regreso a esa normalidad que el mundo perdió hace más de un año, cuando el virus atenazó al planeta y le impuso a la humanidad tres condiciones básicas para enfrentarlo: el uso del tapabocas, que en poco tiempo se volvió paisaje, el lavado meticuloso de las manos y el aislamiento social.

Este domingo por la mañana, Jerusalén rompió ese paisaje. A las 9:00 de la mañana, hora local, en el cruce de las calles Jaffa y King Georges, varios pasajeros salían de los autocares y del tranvía y se quitaban el tapabocas al poner un pie en la calle. Dentro de los transportes es obligatorio su uso, pero fuera, al aire libre, ya no.

Eliana Gamulka, rubia y de ojos azules, se apeaba del autobús y se ataba su mascarilla amarilla a la muñeca derecha. Un gesto simple pero que desde hacía un año era ilegal.

“En el bus llevaba la mascarilla, la mayoría de la gente la llevaba puesta, y luego me la he quitado. Estoy aliviada, podemos volver a vivir“, comentó Eliana, gestora de proyectos de 26 años, feliz porque la medida ha entrado en vigor dos semanas antes de su boda. “¡Podremos celebrarla todos sin mascarilla y las fotos serán bonitas!”.

La parte mala, bromea Eliana, es que “ya no se puede fingir que no se conoce a alguien por la calle“.

Un paso logrado gracias a la vacunación

Otros pasajeros, en cambio, prefieren dejarse la mascarilla puesta al salir del bus, o se la dejan a la altura de la barbilla para poder ponérsela rápidamente al entrar en alguna tienda. Ester Malka, “acostumbrada” a llevar mascarilla, prefiere esperar antes de quitársela en plena calle.

Todavía tengo miedo. Veremos qué pasa cuando todo el mundo se haya quitado la mascarilla. Si veo que todo va bien dentro de un mes o dos, entonces me la quitaré”, dice, precavida, la oficinista.

El país pudo dar este paso, el jueves por la noche, gracias a una intensa campaña de vacunación, facilitada por un acuerdo firmado entre en el Estado y el gigante farmacéutico Pfizer.

A cambio de un acceso rápido a millones de dosis de la vacuna, Israel aportó a Pfizer datos reales sobre el efecto de la vacunación. En Israel, los datos médicos de la población están digitalizados.

“Publicidad para Pfizer

Desde diciembre, casi cinco millones de israelíes (el 53 % de la población) recibieron las dos dosis de la vacuna, es decir, el 80 % de la población mayor de 20 años, según los datos oficiales del país, en el que se reportaron unos 836.000 casos de COVID-19 y más de 6.300 decesos.

En enero, Israel registró un pico de 10.000 casos diarios a pesar de la campaña de vacunación, pues los efectos del inmunizante no se empiezan a sentir hasta que pasan unas semanas desde la inyección. Desde ese momento, la curva empezó a doblegarse, por lo que las autoridades permitieron la reapertura de bares, restaurantes y cafeterías a principios de marzo.

En los últimos días, el país solo ha registrado unos 200 casos diarios.

“No hay mejor publicidad para Pfizer”, afirma, bromeando, Shalom Yatzkan, un informático de unos 40 años, que se contagió de coronavirus.

“Estuve enfermo durante tres días. Me dolía el cuello. Me sentía débil. Pero esto es una victoria”, afirma, contento, y esperanzado en que “las variantes no nos acaben alcanzando”.