En el más reciente de esos artículos de opinión quincenales, este martes, De la Torre, que está a punto de cumplir 42 años, contó cómo le ha cambiado la vida desde que su marido, el también periodista Diego Santos, que recién llegó a los 40, se dedicó de lleno a trotar.

Lo curioso es que la versión de ella de lo que pasa en su matrimonio, que empieza a transitar por el ‘cuarto piso’, fue completada este miércoles con la versión de su esposo en la columna que escribe en La República. Los dos artículos delinean una pintura aproximada de la pareja.

De la Torre se declaró desconcertada cuando a su esposo “le dio por volverse maratonista a los 40”, aunque lo dijo echándole flores: “Un señor guapo, delgado, que jugaba tenis y fútbol de vez en cuando, decidió un día que había encontrado su destino: correr. Y se convenció de ser un ‘talento especial’”.

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“Me pregunté muchas veces si estaba corriendo de mí. Por qué no. Con dos hijas, una vida relativamente organizada y la cotidianidad que puede ser tan aburridora, me sonaba lógico que en el fondo de su corazón o de su inconsciente, estuviera huyendo de mí”, admitió De la Torre en su columna.

Por la nueva y saludable actividad de su esposo, De la Torre cuenta que se le acabaron a ella los tequilas de los viernes por la noche, “porque había que madrugar para correr”, escribió, aunque aclarando que ella no corre. “Pero igual, si el papá corre, ¿quién cuida a las niñas? Mis sábados en la mañana dejaron de ser para mí”.

Contó también que a su casa comenzaron a llegar cajas de ropa deportiva y aparatos para medir la presión “y no sé qué cosas más que se miden los que corren”. Pero ella, como una prueba de la nobleza de su carácter, se acopló y hasta acompañó a su marido en una maratón, incluso a punto de infartarse; aunque admite que a mitad del año, casi tira la toalla. “Mi vida había cambiado drásticamente. Una bicicleta estática se mudó a vivir en mi biblioteca y ahora hablábamos de maratones alrededor del mundo. Terrible”.

Sin embargo, su talante la rescata: “Como la vida es tan mágica y parte del chiste es irse acomodando a lo que ocurre, en algún momento decidí que así como [él] me había acompañado durante tres años en los que me dio por volverme escritora, yo también iba a acompañarlo en esta”.

Y vuelve a echar flores, a su esposo y a la vida. “Ahora estoy fascinada con mi marido deportista. Ha perdido como 10 kilos. Come saludable. Lo espero para almorzar […] y entiendo que un sábado en la playa él corre en la mañana mientras yo leo con mis hijas. Termino así mi año. Fascinada con la vida, con las sorpresas, con la posibilidad de reencontrarme con los amigos que adoro y acompañando a mi marido en ser maratonista […]”.

Santos, por su parte, escribe en el diario económico con otra disposición. En las primeras líneas de su columna, cuenta que su esposa le mandó con anticipación el título del texto, por lo que él aguardó con ansiedad para leerlo completo. Esperaba “un reconocimiento tras tantas horas y días trotando”, quizás una adulación.

Pero, al parecer, el resultado no fue como lo pensó. “La perversidad de las esposas crece exponencialmente con el paso de los años. La columna [de Vanessa] no es ninguna adulación, sino la vivencia de una mujer normal y predecible, así se autodescribe ella, que se encontró de la noche a la mañana con un marido que enloqueció con su crisis de los 40 y empezó a correr como un poseso todo los días”, escribe Santos.

Y dice que aprovecha la última columna del año “para responderle a Vanessa y enarbolar la voz de miles de hombres casados con mujeres que están convencidas de que son normales y predecibles, que nacen, crecen y envejecen siendo siempre las mismas, y que los de los cambios somos nosotros”.

“[…] Nosotros también las padecemos. No sé en su caso, pero el mío es que de la noche a la mañana, hace tres años, pasé de tener una esposa periodista de radio y televisión a una escritora de historias de amor”, agrega Santos en su columna. “[…] Vanessa, que nunca se ha destacado precisamente por ser una mujer romántica y cariñosa, cualidades que realmente admiraba de ella, comenzó a creerse Isabel Allende. Sus conversaciones, que siempre fueron pragmáticas y políticas, empezaron a girar en torno al poder del amor y cómo éste mueve el mundo”.

Santos remata con un comentario que refleja lo que es llegar y transitar en pareja por el ‘cuarto piso’: “Nuestra casa, ahora solo la de ella, a juzgar por la decoración, comenzó a llenarse rosas; las sábanas, sobrias antes, ahora son de corazones o jardines, y el respaldar de la cama, antes un precioso tablón de madera de puertas japonesas, es hoy un lobísimo tablón tapado con flores de lana, rosas de plástico y corazones que dicen Vanessa y Diego. Nuestra historia de amor, nos conocimos por Twitter, era un hit. […]. Feliz Navidad”.