La emisora ‘Mil veinte’ quedaba en la calle 24 con carrera 24, y Jorge Barón vivía en la carrera 3 con calle 1. Ser parte de la nómina de esa empresa, ese era su sueño.

Que le pagaran por ser locutor, pero que le pagaran ahí, que era el lugar que lo movilizaba. Cuando entendió que los anhelos no caían del cielo (no todos) entró al edificio y le preguntó a la recepcionista el nombre del gerente.

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Ella le contestó que Jardany Suárez. Que si era muy difícil conseguir una cita con él, volvió a preguntar Barón. Que sí, respondió ella, porque ese señor solo atendía a personas “muy importantes”.

Que claro, que ni más faltaba, respondió él. Al mes volvió con un paquete de uvas y una pregunta. La fruta como detalle por la cordialidad y la pregunta para darle una oportunidad a la recepcionista:

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“¿Se imagina contándoles a sus nietos que usted fue la mujer que le abrió las puertas de la radio y la televisión a Jorge Barón? Solo tendría que decir una mentira piadosa. ¿Cuál mentira?”, preguntó ella. “Dígale al doctor Jardany que el senador Fulanito de tal quiere hablar con él. Yo me encargó del resto”.

Ella aceptó. Él entró y, después de unos minutos, contó la verdad. Que no era ningún senador, que era aspirante a locutor. Y al señor Suárez le gustó el arrojo del jovencito. Y así fue como conoció a Julio Sánchez Vanegas. Por Suárez. O por la recepcionista de Suárez.