Las encuestas tuvieron la razón. Gustavo Bolívar sufrió una estruendosa derrota en Bogotá este domingo al obtener 571.591 votos, muy por debajo del candidato al que esas mismas encuestas dieron prácticamente desde el principio como ganador, Carlos Fernando Galán, que obtuvo 1’497.596 votos. Bolívar perdió incluso con Juan Daniel Oviedo, por quien votaron 614.233 bogotanos.
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Con ese resultado, además, Galán cumplió las dos condiciones estipuladas por ley (obtener el 40 % de la votación y sacarle al menos 10 puntos porcentuales al segundo) para que le entreguen de una vez, sin necesidad de una segunda vuelta, las llaves del Palacio Liévano, sede del gobierno capitalino.
Cuando las encuestas mostraban la marcada tendencia de la derrota de Bolívar, él y su jefe político, el presidente Gustavo Petro, prefirieron buscar la fiebre en las sábanas, o vender el sofá (algunas personas víctimas de infidelidad prescinden de ese mueble creyendo que es la causa de su desgracia), y responsabilizaron del inminente fracaso a esos sondeos y las firmas que los efectuaron.
Eso, pese a que el fracaso ya lo había advertido el mismo Bolívar, antes de ser candidato, al admitir que él podría convertirse, como candidato, en un referendo contra el Gobierno Nacional por los escándalos y desaciertos.
En junio pasado, Bolívar dijo premonitoriamente: “Por la situación política que tiene Colombia hoy, yo estoy muy atado a cómo le esté yendo al Gobierno en ese momento [el de las elecciones regionales]. Es decir, yo ya no me vuelvo un candidato, sino un referendo, porque la gente va a querer o premiar al Gobierno por como le esté yendo en ese instante, o castigarlo”. Y eso fue lo que ocurrió.
Es cierto que las encuestas son solo la fotografía del momento en que se hacen; también, que no siempre aciertan y que, antes que identificar una opinión, la pueden orientar y hasta inducir y modificar un comportamiento o conducta. Pero también es cierto que no se las puede mirar con recelo y desdén, porque ofrecen asimismo información valiosa. Tampoco es una buena idea decir que mienten, como lo hizo Bolívar, arrojando un grave manto de duda sobre los encuestadores.
Menos estratégico es pelear con ellas y con las empresas que las llevan a cabo. Los políticos más prácticos (tanto los que aparecen con ventajas en esos sondeos como los menos favorecidos) las tienen ahí como eventual insumo para la toma de decisiones y se refieren a ellas, aun en los casos en que los ponen como ganadores, como quien habla de un barco que ya pasó y no le interesa demasiado.
Qué dijeron Gustavo Bolívar y Gustavo Petro de las encuestas
Pero Bolívar y Petro quisieron influir en los electores descalificando esos sondeos que daban como ganador a Carlos Fernando Galán y desviando la atención hacia otro lado. Hace ocho días, el candidato del Pacto Histórico publicó un trino en el que mostraba que, si bien las encuestas en Argentina le daban a Javier Milei el 34,6 % de la intención de voto, y a Sergio Massa el 30,4 %, en las urnas el resultado fue otro: Milei: 30,5 % y Massa 36,6 %.
“Una pifia de 10 puntos”, concluyó Bolívar, y, así, intentó darles aliento a sus seguidores que veían cómo se desinflaba en los sondeos que, finalmente, acertaron. Basado en esos resultados de Argentina, el presidente Petro también empujó la idea de que las encuestas mienten, vinculando además a las encuestadoras “con los grandes poderes económicos”.
Según Petro, ese “vínculo” “no solo ha fracasado, sino que es el intento de construir burbujas políticas irreales en la mente de los electores”. Después agregó: “La encuestadora bajo pagos, busca construir como una realidad política, la aspiración de los grandes poderes económicos en el seno mismo de la sociedad popular y en contra de ella, solo que esta no se deja engañar”.
El resultado de las elecciones de este domingo, con la aparatosa derrota de Bolívar, no es ninguna burbuja política irreal creada en la mente de los electores. Es el significativo fracaso del petrismo en Bogotá anticipado por las encuestas, y de la izquierda en general que venía gobernando la capital desde hace 20 años. Pero Bogotá tiene otro significado importante: es el epítome de la derrota del Pacto Histórico en el país, que reconoció con gallardía el mismo Bolívar.
Es muy humana la actitud de escoger una faceta de la realidad que más convenga a unos intereses particulares. Pero la realidad ofreció simultáneamente, el mismo domingo de las elecciones argentinas que Bolívar y Petro tomaron como modelo, un caso de encuestas acertadas que ellos dos no quisieron mirar. En la línea argumentativa que sostuvieron (la de los ejemplos internacionales), ni siquiera mencionaron lo que ocurrió en Venezuela.
En Venezuela, con la opositora María Corina Machado, las encuestas tuvieron la razón, pues la anunciaron con muchos meses de anticipación como ganadora en las elecciones primarias organizadas para escoger al candidato que se le opondrá a Nicolás Maduro en las presidenciales del año entrante. Y Machado arrasó. Pero sobre este acierto de las encuestas no hubo ni una palabra del presidente de Colombia ni de su candidato a la Alcaldía de Bogotá.
Para no ir demasiado lejos, también cabe preguntar por qué Petro no consideró que, durante la campaña política para la presidencia que finalmente lo llevó al poder, las encuestas lo dieron siempre como ganador sin titubeos. Nunca negaron los resultados que eran favorables para el hoy presidente. La conclusión es que para algunos políticos las encuestas que los dan como ganadores son buenas y las que los dan como perdedores son malas.
A Bolívar en Bogotá le pasó todo lo contrario que a Petro en su campaña presidencial: el candidato a la alcaldía de la capital nunca estuvo en el primer lugar de preferencias, ni siquiera en una encuesta que él mismo mandó a hacer. Por eso, ocho días antes de las elecciones de este domingo, usó lo que pasó en la primera vuelta de las presidenciales en Argentina para desacreditar las encuestas que en Bogotá habían revelado de antemano su fallida candidatura.
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