Desde que perdió las elecciones de 2018 con Iván Duque, el líder de la Colombia Humana, Gustavo Petro, comenzó a hacer su campaña política para las elecciones de 2022. Incluso siendo senador (una dignidad que recibió por ley al perder con Iván Duque), y caminando por la cornisa de infringir la ley, hizo correrías y manifestaciones en diferentes partes del país, lo que le dio una enorme ventaja sobre cualquier otro que también quisiera aspirar a la presidencia. Petro, en suma, salió con mucha anticipación del partidor, y eso le permitió coger la delantera.

Pese a que participó en una consulta interpartidista para escoger el candidato de los partidos y movimientos de izquierda, en la cual se le midieron varios aspirantes, entre ellos, la que sería después su fórmula vicepresidencial, Francia Márquez, se sabía que Petro arrasaría y sería ungido como el representante de esos sectores políticos. Así fue, al alcanzar más del 80 % del total de los votos (4,2 millones). Las consultas se convirtieron en la primera de tres vueltas presidenciales, y Petro superó esa fase sin problemas (además, fue el más votado de las tres consultas que se hicieron) por lo que en su futuro se veían nubarrones.

Ese resultado y lo que venían diciendo las encuestas aproximaban al candidato a la idea que con un pequeño esfuerzo más podría ganar la presidencia en la primera vuelta, sin someterse al desgaste de una segunda, pues la lógica electoral indica que, en esa instancia, la gente no vota por su favorito, sino en contra del que no quiere. En esas no siempre confiables fotografías que son las encuestas, a Petro se le veía sobrado del lote, moviéndose entre el 35 % y el 45 % de la intención de voto, mientras que sus rivales apenas si llegaban al 15 %.

La indiscutible fuerza que traía se hacía notar aún más en sus manifestaciones de plaza pública, a las que llegaban miles a escuchar su discurso encendido, con promesas no siempre bien sustentadas, sino animadas por el hecho de que recogían el descontento y hasta el resentimiento de amplios sectores de la sociedad cansados de no recibir del Estado respuestas para sus reclamos. Además, las adhesiones de políticos y de personajes del mundo de la farándula hicieron lucir esa campaña muy sólida y lista para liquidar a todos sus contendores en primera vuelta.

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Francia Márquez enredó la cosa con César Gaviria

Sin embargo, en las últimas semanas, la campaña se vio envuelta en situaciones que pudieron minar las simpatías hacia Petro y que hicieron que, por ejemplo, se estancara en las encuestas o presentara unos repuntes marginales. Los descalabros comenzaron en medio de los intentos de Petro de hacerse con el apoyo de la oficialidad del Partido Liberal, con cuyo director, César Gaviria, se reunió para que se uniera a su proyecto, lo cual le representaría unos dos millones de votos, suficientes para llevar a buen término su idea de saldar el asunto en primera vuelta.

En medio de esas aproximaciones, su ya designada fórmula vicepresidencial, Márquez, dio unas declaraciones desobligantes contra Gaviria que, a la postre, privaron al candidato del Pacto Histórico del caudal de votos del líder liberal. Si bien varios congresistas liberales (que están por concluir sus periodos) apoyan al aspirante de izquierda, no representaron la oficialidad de la colectividad política roja que lidera Gaviria.

El caso de Márquez recuerda aquello de que, en las campañas electorales contemporáneas, la política tiende a convertirse en “un campo donde la manera y el modo de hacer las cosas tiene tanta importancia como lo que se hace” (la afirmación es de David Riesman, citado por Gilles Lipovetsky en su ensayo ‘Gustar y emocionar’, pág. 310). Es decir que las formas siguen siendo muy importantes, y la de Márquez no le ayudó a Petro. En ella pudo más su espontaneidad y sinceridad que la apelación a modos más ‘diplomáticos’, si se quiere, necesarios en la política.

El tono del diálogo político que se necesitaba en ese momento lo indicaron el propio Petro, que, si bien no descalificó a Márquez por lo que dijo, sí insistió en reconocer a Gaviria como importante representante de la institucionalidad liberal. A su turno, Roy Barreras, enviado por Petro para restablecer los puentes con Gaviria, también usó un tono conciliador para buscar un encuentro con Gaviria, a quien exaltó por lo que representa en la política colombiana.

Pero nada de eso fue suficiente. Gaviria exigía, para volver a hablar con Petro, que este ofreciera unas excusas públicas por lo que había dicho Márquez, una petición a la que no accedió finalmente Petro. La lección para Márquez (y para Petro) ya la había dado Baltazar Gracián en su ‘Oráculo manual y arte de prudencia’ (Cátedra, 2016): “Siempre hay tiempo para enviar la palabra, pero no para volverla. Hace de hablar como en testamento, que a menos palabras, menos pleitos”.

Hermano de Gustavo Petro y Piedad Córdoba, en la cárcel

Después vino el remolino provocado por Fernando Petro, hermano del candidato, y su visita a presos en La Picota, condenados por corrupción, homicidio y hasta por paramilitarismo. El país se enteró de que Fernando Petro fue a hablar con personas que provocan todo el rechazo de la sociedad como Iván Moreno, hermano del exalcalde Iván Moreno, vinculados ambos al corruptor ‘Cartel de la contratación’, con los que ventiló la idea del ‘perdón social’ que ha propuesto el líder del Pacto Histórico. 

No acababa Petro de intentar una explicación sobre la presencia de su hermano en ese penal, cuando Colombia se enteró de que Piedad Córdoba —elegida por el Pacto Histórico aun con los líos judiciales por sus presuntos vínculos con Álex Saab, señalado testaferro de Nicolás Maduro, y acusada también de negociar las liberaciones de los secuestrados por las Farc— se había encontrado con extraditables en la misma cárcel. A Petro no le quedó otra que decirle a Córdoba que se apartara de su campaña hasta que resolviera los líos judiciales. Por lo de su hermano y por lo de Córdoba, los detractores de Petro acuñaron la expresión ‘Pacto de La Picota’, que él ha cargado desde entonces como un tomatazo en la cara.

Resultaría ingenuo no aceptar que todas esas circunstancias pudieron afectar el impulso de Petro para ganar en la primera vuelta. Es decir que se vio golpeado no por los ataques de sus enemigos ni por que otras campañas crecieran con sus esfuerzos, sino por su propio entorno. Para evitar preguntas incómodas, Petro decidió sacarles el cuerpo a los debates y a las entrevistas en medios, y se concentró en las plazas públicas, escenarios en donde, por su naturaleza, solo es su voz la que se escucha sin que nadie pueda interpelar. Pero, con eso, se privó de la necesaria exposición en medios, que para un político es determinante en elecciones.

Rodolfo Hernández quitó protagonismo a Gustavo Petro

Es claro que Rodolfo Hernández, candidato de la Liga de Gobernantes Anticorrupción, consiguió quitarle a Petro el protagonismo que traía marcando la agenda política y atrajo hacia sí los focos de la opinión acentuando su discurso contra la corrupción, y la “robadera”, sin siquiera ahondar en ese tema ni hacer propuestas claras sobre cómo lo va a hacer.

Hernández, además, no solo es el único candidato que viene creciendo realmente en las encuestas, sino que ha sido consistente en su postura de no aliarse con los que él denomina “politiqueros”, algo que sí ha hecho Petro en su afán de buscar votos. Hernández, que siempre dijo que el que debía acercársele era Sergio Fajardo, aceptó la llegada de Íngrid Betancourt a su campaña, pero sin que eso implicara un acuerdo ni negociar su programa político.  

Ahora, para conseguir en la segunda vuelta el triunfo que espera, Petro debe remar contra la corriente y contra los vientos que, si bien no le son del todo desfavorables, parecen soplar más a favor de Hernández después del fracaso de las campañas de Fajardo y Gutiérrez, cuyos electores empezarán a mirar para el lado de Hernández, no tanto porque les guste el ingeniero (aunque también), sino para que Petro no llegue al poder.