Es denominado “fin de semana Lehman” y recuerda la grave crisis de liquidez que sufrió el gigante bancario por el creciente ‘default’ de créditos inmobiliarios riesgosos (subprimes). Esto llevó a la búsqueda de un comprador, pero al no encontrarlo, las autoridades estadounidenses abandonaron a la institución centenaria.

El lunes 15 de septiembre de 2008, Lehman Brothers se declaró en quiebra, sorprendiendo al mundo tras un fin de semana de intensas e infructuosas negociaciones; el banco dejó una deuda de 691.000 millones de dólares y a 25.000 empleados en la calle.

Fue la mayor quiebra de la historia estadounidense. En Wall Street, el Dow Jones se hundió 500 puntos, su mayor caída desde los ataques terroristas contra las Torres Gemelas en 2001. Ese lunes, los incrédulos corredores de Lehman vaciaban sus escritorios y dejaban la sede del banco con cajas bajo el brazo, mientras sus fotos recorrían el mundo.

“¡No la vimos venir!”, aseguró entonces un empleado de Lehman en Londres.

Sin embargo, para otros como Lawrence McDonald, un excorredor y coautor de un libro publicado en 2009 sobre la caída del banco llamado ‘A colossal failure of common sense’ (Un fracaso colosal del sentido común), los jefes de Lehman estaban al tanto de los riesgos excesivos que corrían para aumentar sus ganancias a corto plazo.

Lehman “había apostado la casa, los muebles y la vajilla” por estos créditos inmobiliarios tóxicos, pese a que desde 2005, en el piso 31 del banco donde trabajaban los directivos se conocía el riesgo de un derrumbe del mercado inmobiliario, aseguró este excorredor.

De 2005 a 2007, en el corazón de la burbuja inmobiliaria que otorgaba créditos hipotecarios a compradores insolventes, Lehman Brothers, que compró muchos préstamos inmobiliarios, registró ganancias récord.

Pero desde mediados de 2007 el banco comenzó a acumular pérdidas, y el golpe de gracia llegó nueve meses después, el 16 de marzo de 2008, con la casi quiebra de otro banco de inversiones, Bear Stearns.

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Al borde de la bancarrota por sus apuestas desastrosas en los subprimes, Bear Sterns fue comprado por migajas por JPMorgan Chase, bajo la égida de la Reserva Federal, una medida que socavó la confianza de los mercados que comenzaron a apostar por la caída de Lehman.

Las autoridades intentaron hallar un comprador para Lehman, y negociaron primero con un banco surcoreano y luego con Bank of America y Barclays.

Estados Unidos acababa de nacionalizar una semana antes a los gigantes de la refinanciación hipotecaria Fannie Mae y Freddie Mac, que garantizaban más de 5 billones de dólares de préstamos. Y eligió finalmente dejar caer a Lehman.

Unos días más tarde, sin embargo, el Estado salvó a la compañía de seguros AIG (por 180.000 millones de dólares) antes de colocar a disposición de los bancos otros 700.000 millones de dólares en un polémico plan de recapitalización.

Atrapadas entre el yunque y el martillo, las autoridades fueron muy criticadas por haber sacrificado a Lehman Brothers y por haber salvado a otros como Goldman Sachs.

“Lehman era muy débil, incluso en relación a otras instituciones. Era muy difícil encontrar a alguien lo suficientemente sólido, en este periodo lleno de peligros, para asumir ese riesgo”, dijo recientemente Timothy Geithner, entonces jefe de la Fed en Nueva York, a la radio pública NPR.

Pero para algunos como el economista Laurence Ball, que acaba de publicar un libro sobre la caída de Lehman, el banco de inversiones fue víctima de “una presión política enorme”. La opinión pública ya denunciaba el rescate de los gigantes de Wall Street a expensas de los contribuyentes, y para evitar más críticas las autoridades eligieron no actuar.