“¿Que con quién hacía las mejores paredes en el fútbol?, con el ‘Checho’ Angulo, sin duda. Ese toca y pasa que tan famosa hizo a Colombia en los 90, se veía en todos los partidos de la liga, y ¡sáquela!”.

Cuando fue profesional anotó uno de los goles más rápidos en el fútbol colombiano, en solo 9,7 segundos, vistiendo la camiseta del ‘Glorioso’, del Deportes Quindío.

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Hoy hace otro tipo de paredes, “porque cuando toca, toca”. En Armenia, no le faltaba nada, pero quería respirar un aire distinto y estar al lado de su hija, y por eso decidió viajar a Estados Unidos.

¿Pero what’s up?, ni él lo sabe. Llegó pensando en fútbol, pero el inglés le dio duro. “I do not speak english”, intentos que vienen e intentos que van, pero el idioma ha sido como un volante de marca difícil de driblar, algo así como un Eduardo Pimentel con afilados taches.

¡Pero sí dicen que el fútbol no tiene idioma! Para jugarlo, no; pero para enseñarlo, sí. Aún más cuando es en las categorías de base. “Pero el deporte te da eso, capacidad para recuperarte, para reponerte de un golpe, para pararte y buscar el gol de la victoria”.

“¿Trabajarías conmigo en una empresa de aseo? ¿Qué si qué? De una, papá”. Si después de ser un niño con muy pocas oportunidades, llegó a ser uno de los mejores futbolistas de Colombia, quién sabe a dónde lo lleve esta nueva oportunidad.

Aceptó la invitación de un amigo, uno de esos futboleros con los que se encuentra en los rectángulos verdes, y después otro se lo llevó a una compañía de construcción, donde hace de todo, lejos del fútbol, pero también siendo parte de un equipo.

¿Y qué cambió? “Que antes, cuando estaba en Armenia, trabajaba más una pala empeñada”. Todo era fútbol, fútbol, fútbol y para él, jugarlo, enseñarlo, dirigir, no es un trabajo, es un gusto, un placer, su pasión.

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Por eso siente que hasta ahora está comenzando a trabajar. “Es que acá no comen de nada, que usted es doctor, abogado, un goleador; nada, póngase a producir”.

Los sábados juega fútbol y porta la 11, su marca indeleble, con la que formó una dupla de oro en el Deportes Quindío con Justino Sinisterra; con la que se ganó los aplausos de los hinchas del Independiente Santa Fe, complementándose con el ‘Tren’ Valencia, y con la que fue un diablo imparable en las filas del América, siendo uno con el ‘Pitufo’ de Ávila.

Fueron años de gloria. En esa época hacía paredes de lujo con el ‘Checho’, las que hace ahora las sufre más “Tuve que aprender de cero a manejar la pala, a hacer la mezcla, a pegar ladrillos, pero ahí voy, siempre me gusta aprender”.

3 de sus hermanos viven en Estados Unidos y su hija es jefe de área en una fábrica de cosméticos. Cuando a ella le den la ciudadanía, el proceso se encarrilará para él. Por ahora, se la juega en la dura plaza gringa, pero no le queda grande, nada le queda grande.

Cuando debutó en el América de Cali, le anotó 2 goles a Pedro Antonio Zape, en el clásico ante el Deportivo Cali. Sí, nada más y nada menos que a Zape; él siendo solo un jovencito, y el portero, una leyenda viva del balompié nacional.

El fútbol lo llamó desde que era un niño. Se inició en las inferiores del Deportes Quindío e integró las selecciones del Quindío en eventos nacionales, y fue vistiendo la camiseta del combinado departamental, cuando Humberto Ortiz le vio la estela roja propia de los diablos.

Se lo llevó a las toldas americanas, donde se conformó un grupo que fue conocido como los ‘pitufos’ del ‘Tucho’, en el que nacientes figuras hacían de las suyas por las canchas de Colombia, mientras que los mayores, comandados por el profesor Gabriel Ochoa Uribe, encaraban su segunda Copa Libertadores de América.

El zurdito deslumbraba, con esa velocidad se convirtió en un dolor de cabeza para las defensas. En su carrera anotó 150 goles, siendo uno de los pocos históricos que lograron sobrepasar la barrera de las 100 anotaciones.

América obtuvo su primer título en 1979, y cuando él llegó al club se encontró con estelares que le enseñaron secretos fundamentales que lo ayudaron a crecer en el deporte de alta competencia.

“Acá el trabajo comienza a las 8 a. m. y termina a las 6 p. m. No queda tiempo para mucho”. Reside en Westbury, villa perteneciente al estado de New York. Está cerca de la playa, por lo que puede disfrutar de la belleza del mar.

En su nuevo oficio, apenas está aprendiendo. No sabe cómo exactamente llamarle a su trabajo, pero se define como ayudante de construcción y de demolición. Según el caso, tiene que estar pendiente de los ladrillos, de la mezcla, y si llegan los representantes del gobierno, debe mostrar el carnet que le entregaron cuando hizo un curso para aprender bases del oficio.

En sus horas de descanso le gusta caminar por la playa, salir de la casa que comparte con uno de sus compañeros y seguir conociendo ese mundo distinto al que llegó y que aun así no lo aleja del fútbol, por una simple razón, este corre por sus venas.

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Pasó de líder de equipo a ser un gregario. “Es como ser el utilero en el fútbol. Uno está pendiente de que a nadie le falta nada, para que todo funcione como debe ser, para que no haya ningún inconveniente. Es algo duro, porque yo nunca había trabajado en esto, pero apretamos dientes y hacemos de tripas corazón”.

La semana que pasó acompañó al maestro a pegar ladrillos en un quinto piso y tenía que subir el material por las escaleras. Con sus compañeros juega fútbol los sábados en el equipo La Recocha y durante este fin de semana comenzaron un torneo de veteranos, en el que en su primera presentación se impusieron 1-0 en la cancha de Flushing.

No pudo convertir, pero confía en que en las fechas siguientes vendrán las celebraciones. Para ello, cuando tiene oportunidad, hace trabajo físico y entrena, reviviendo los momentos que vivió cuando fue ‘profeta’ y jugó los partidos de ensueño en los que anotó los 150 goles que lo convirtieron en uno de los más grandes.

De esos tantos, 30 fueron de tiro libre, ponía su ojo en el objetivo y pasaba la barrera, algo lógico, pues si algo ha quedado claro después de esta entrevista es que para Armando el ‘Pollo’ Díaz no existen las barreras.