Sin excesos, la reina Isabel II disfrutó de los placeres de la alta cocina y de la buena bebida, momentos en la mesa que compartió por más de 70 años con un gran cómplice, su esposo Felipe, quien también tenía un paladar amplio para apreciar los sabores nuevos y destacar las preparaciones. Los dos compartieron también un espacio para degustar un buen licor, aunque luego de la muerte de Felipe, por recomendación médica, la reina debió restringir, solo para los momentos especiales, el consumo de bebidas alcohólicas.

Su menú normal

Debidamente arreglada y cumpliendo siempre un horario establecido, la Reina llevaba una variada dieta que comenzaba muy temprano del día con una taza de té Earl Grey sin azúcar y una galleta. Seguía un típico desayuno que incluía fruta, generalmente de la temporada, y cereales que combinaba con tostadas con un poco de mermelada. En ocasiones especiales, pedía huevos revueltos con salmón ahumado y trufas.

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Almorzaba a la 1 p. m. Desde hace varios años, sus platos no incluían pastas, arroz o papas, alimentos con almidón. Su menú generalmente tenía pollo o pescado a la parrilla, acompañado por una ensalada, calabacines o una cama de espinacas.

Como buena inglesa, la reina, al igual que millones de sus súbditos, tomaba el té de la tarde, que acompañaba de forma variada. Entre las opciones estaba un bizcocho de miel y crema y galletas de chocolate. Además, según un ex chef de palacio, había tres tipos de sándwiches que disfrutaba mucho: el de pepino con salmón ahumado, el de huevo con mayonesa y el de jamón y mostaza.

Para la última comida del día, Isabel II se inclinaba por carne proveniente de granjas locales. Su favorito era el tradicional bistec gaélico. Lo importante es que la proteína animal elegida debía estar bien cocida. Acompañaba el plato con frutas provenientes de los invernaderos del Castillo de Windsor. Su majestad dejaba para los domingos, los tradicionales asados donde se permitía comer cordero, roasbeef y urogallo.

A la reina Isabel II, el dulce le estaba permitido

De España provenía una de sus grandes debilidades, la mermelada de naranja de Sevilla, un dulce que ocupaba un lugar privilegiado en sus gustos y que disfrutaba en su “centavo de mermelada”, que no es más que pan del tamaño de un centavo cortado en pequeños círculos con mantequilla y el mencionado dulce.

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El chocolate negro también era otra de sus debilidades, pero lo consumía con mesura para disfrutar solo en momentos de real antojo.

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Pocas copas, pero muy exclusivas

El placer de un buen licor lo disfrutó diariamente, hasta que por recomendación médica le aconsejaron que lo limitara solo a eventos especiales. Había dos momentos en el día donde la Reina tomaba una copa. El primero antes del almuerzo, cuando le servían una ginebra o un Dubonnet con hielo y una rodaja de limón. Aunque cercanos también refieren a que en ocasiones, alternaba con un Martini seco. El segundo era después de la cena, donde terminaba el día con una copa de champán, que le servían de una exclusiva selección de marcas.