Calma. Esa es la primera palabra que se me viene a la mente cuando pienso en Pijao, Quindío. Esta vez el viaje fue en autobús, por lo que salimos desde la terminal de transporte de Armenia a eso de las 11:15 a. m., el viaje tardó cerca de una hora para 33 kilómetros de recorrido. Llegamos a la plaza del pueblo y por la hora y el viaje, lo primero que buscamos fue un buen almuerzo. 

A una cuadra de la plaza principal nos encontramos con una casa de fachada azul claro y un muy buen olor a almuerzo, se trata de Entre Montañas, un espacio mágico con murales y lámparas de canasto, que nos sorprendió además con el sabor de su deliciosa lasaña, algo no muy típico para la región, pero decidimos cambiar el menú… eso sí, los patacones con hogao que inauguraron la mesa, fueron clave para despistar el hambre, mientras llegaba la delicia gratinada.

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Nos quedamos un rato disfrutando del ambiente y emprendimos camino hacia uno de los lugares más recomendados del municipio, el museo arqueológico ubicado en la alcaldía municipal. 

Aunque suene extraño, la alcaldía del pueblo resguarda en un rincón, una vitrina con piezas arqueológicas originales encontradas en el territorio, que dan cuenta del paso de los pijaos por la cordillera a través de piezas manuales.

Uno de los aspectos que más predomina en su obra, es el uso del oro en prendas de vestir, fabricación de objetos y símbolos representativos como el tradicional Poporo, esta fue, una parada histórica que abrió los ojos hacia el recorrido que se avecinaba.

Luego de esa clase fugaz de historia y arte, comenzamos a recorrer las calles del pueblo que impacta con su arquitectura. Los balcones, los colores y materiales de construcción usada para sus casas, son sin lugar a duda, un punto a favor para los pijaos; y es que ese linaje artístico heredado desde sus antepasados aún persiste entre los oriundos del pueblo.

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Los murales son otro de sus atractivos, donde nadie pierde la oportunidad de sacarse una fotografía y compartir sus postales a través de las redes.

Fue una tarde fresca, con el sol tranquilo y el viento soplando con fuerza, así que antes de partir decidimos hacer una parada obligada para quienes gozamos las costumbres de esta región, ¡El café de la tarde!

Debo decir, modestia aparte, que cuando de café se trata, mis sentidos están afinados para elegir los lugares con las mejores tazas y esta no fue la excepción.

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Visitamos La tienda del buen vivir, y como su nombre lo indica, es un espacio donde se vive la cultura de los anfitriones, quienes dan cátedra en calidad de vida. La oportunidad fue para un café filtrado acompañado de un maravilloso dulce de tomate de árbol, con queso de gavera, ¡Un verdadero manjar!, aún se me hace agua la boca al pensar en ese perfecto maridaje que expone la tradición y el sabor de los frutos de la región, un dulce perfecto para la tarde que comenzaba a cerrar entre las montañas.

La jornada llegó a su fin y, definitivamente, Pijao ratificó su lugar como pueblo sin prisa. Allí todo se detiene, incluso el reloj da tregua para disfrutar de cada detalle embalsamado en tradición, recuerdos e identidad cordillerana.