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Escrito por:  Claudia Sterling
Columnista     May 16, 2025 - 11:03 am

¡Ah!, “Ir a La Habana” (Tusquets, 2024), de Leonardo Padura. Un título que resuena con la promesa de un viaje, pero que en sus páginas nos embarca en una travesía mucho más honda, una inmersión en las entrañas de una Habana que palpita entre el desencanto y la esperanza. Permítanme, con la familiaridad de una vieja amiga que comparte un secreto, desentrañarles este tejido narrativo urdido por uno de los narradores más lúcidos de nuestra América.

Leonardo Padura Fuentes, nuestro anfitrión en este periplo literario, es mucho más que el aclamado autor de la serie del detective Mario Conde. Nacido en La Habana en 1955, este hijo de la barriada de Mantilla ha cincelado con su pluma una radiografía implacable y a la vez entrañable de su ciudad natal. Lo que quizás no sepan es que antes de empuñar la novela negra con la maestría que lo caracteriza, Padura fue un apasionado jugador de dominó en los parques habaneros, una experiencia que, me atrevo a decir, le brindó una perspectiva única sobre las dinámicas sociales y las conversaciones a media voz que luego trasladaría a sus ficciones. También, en sus años mozos, fue un ferviente coleccionista de vinilos de jazz, salsa y son un género musical que, al igual que su prosa, evoca melancolía y ritmo en partes iguales.

El proceso de escritura de “Ir a La Habana” es, en sí mismo, un testimonio de la obstinación del escritor por capturar la esencia escurridiza de su tierra. Padura, cuenta en su libro, llevaba años incubando las historias que convergen en este volumen. No se trata de relatos recién salidos del horno, sino de narraciones sedimentadas por la observación paciente, por las conversaciones robadas en las esquinas, por el eco de las frustraciones y los anhelos que flotan en el aire habanero. Cada historia fue pulida con la dedicación de un artesano, buscando la palabra precisa que desnudara una realidad compleja sin caer en el panfleto fácil y relacionándola siempre con algún aparte de alguno de sus anteriores libros.

“Ir a La Habana” no es una novela lineal, sino un mosaico de relatos que, como las callejuelas de la capital cubana, se entrelazan y se bifurcan para ofrecernos una visión poliédrica de la vida en la isla. Encontraremos historias de amor truncado por la distancia y la ideología, de sueños de emigración que se estrellan contra la burocracia y la desesperanza, de la lucha cotidiana por la supervivencia en un entorno económico precario, y de la persistente búsqueda de dignidad en medio de la adversidad. Cada personaje, desde el taxista ingenioso hasta la anciana que añora tiempos mejores, pasando por el joven que sueña con escapar, es un fragmento de un espejo roto que refleja las múltiples caras de la Cuba contemporánea.

La Habana misma, pues, se erige como el personaje principal indiscutible. Sus barrios emblemáticos –desde el Vedado con su decadente elegancia hasta la Habana Vieja con sus piedras cargadas de historia, pasando por los barrios periféricos donde la lucha es más palpable– son escenarios vivos donde se desarrollan las tramas. Los malecones, testigos silenciosos de tantas despedidas y esperanzas, los solares donde la vida comunitaria se resiste a desaparecer, los bares donde el ron amarga las penas y aviva las ilusiones, todos ellos son espacios cargados de significado.

Sin proponérselo, Padura nos escribe una fábula: El mensaje moral que emana de “Ir a La Habana” es sutil pero poderoso, y se relaciona directamente con la situación política y social de la isla. Padura, con la maestría del que ama profundamente su tierra pero no cierra los ojos a sus heridas, nos invita a mirar más allá de los clichés y las simplificaciones. Nos muestra la dignidad resistente de un pueblo que, a pesar de las dificultades y las restricciones, sigue buscando resquicios de libertad y de esperanza. La moralidad de estos relatos reside en la denuncia implícita de un sistema que a menudo sofoca los sueños individuales y colectivos, pero también en la celebración de la capacidad humana para encontrar belleza y conexión incluso en los contextos más adversos.

“Ir a La Habana” es, pues, un libro imprescindible para quienes deseen comprender la complejidad del alma cubana, más allá de las postales turísticas y los discursos oficiales. Es una invitación a escuchar las voces silenciadas, a sentir el pulso de una ciudad que resiste al tiempo y a las ideologías, y a reflexionar sobre el eterno anhelo humano de libertad y pertenencia. Léanlo con el corazón abierto, como si estuvieran caminando por las calles de La Habana junto a Leonardo Padura, escuchando susurros al oído y descubriendo los secretos que guarda cada esquina. No se arrepentirán del viaje.

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