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Un particular experimento mostró cómo puede cambiar el sabor de la comida si se fermenta en el espacio. Investigadores publicaron un estudio en la revista iScience en la que detallan cómo llevaron un conocido condimento japonés, llamado miso, para que se fermentara a bordo de la Estación Espacial Internacional (ISS, por sus siglas en inglés).
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La investigadora industrial Maggie Coblentz, de la Iniciativa de Exploración Espacial del MIT, le dijo al portal Science que ella y su equipo quisieron indagar sobre la fermentación en el espacio ya que los astronautas tienen una dieta bastante limitada cuando están en órbita. Lo que suelen consumir es conocido como alimentos liofilizados, que básicamente consiste en quitarles el agua sin aplicar calor, para que conserven mejor su sabor, textura y nutrientes.
Según Coblentz, esto hace que los alimentos que consumen los astronautas estén desprovistos de la mayoría de microbios que comemos en la Tierra. Por eso, la elección del miso para su experimento se debe a su estructura firme y sabor intenso. Josh Evans, de la Universidad Técnica de Dinamarca en Copenhague, le explicó también a Science que él y sus colegas combinaron sal, arroz fermentado y soja cocida para crear un kilogramo de una mezcla de miso. Conservaron un tercio y el resto fue enviado a Coblentz, en Cambridge, Massachusetts. Allí, ella dividió la porción y envió otro tercio al espacio desde Florida durante marzo de 2020. La idea era que, en cada lugar, tanto en la Tierra como en el espacio, se congelaran las porciones y luego se analizara su composición y perfil de sabor.
Científicos fermentaron comida en el espacio y el resultado es increíble
Para ese proceso, catorce catadores probaron el miso fermentado. Entre sus consideraciones, afirmaron que el miso espacial tenía “notas más tostadas y a frutos secos” que el terrestre. Esto, según Coblentz, podría deberse a que la temperatura a bordo de la ISS aceleró el proceso de fermentación.
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En general, el miso espacial estuvo expuesto a una temperatura ambiente de unos 36 °C, probablemente por la presencia de equipos que emitían calor cerca, mientras que en Cambridge la temperatura era de 23 °C y en Copenhague, de 20 °C.
Estos hallazgos, según Coblentz y Evans, abren la puerta a nuevas posibilidades para mejorar la dieta de los astronautas en misiones largas, explorando cómo las condiciones espaciales pueden ser utilizadas para desarrollar alimentos con sabores y texturas mejoradas.
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