Se trata de una fiesta que busca rescatar la tradición y la cultura colombiana al incentivar la participación de todo el pueblo, especialmente de los jóvenes.

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Argentina es conocida por su tango. Brasil es reconocido por su samba. En Colombia, no se puede hacer una distinción tan clara. En cada departamento al que se llega se escucha un ritmo diferente y se siguen unos pasos de baile distintos.

Dentro de un mismo departamento se encuentran variaciones del mismo género. Solo en Cundinamarca, por ejemplo, se puede encontrar la carranga, el bambuco y el torbellino. Este último baile es especialmente reconocido en la región ya que, en un pueblo de 74,5 kilómetros cuadrados llamado Tabio, ubicado a 45 kilómetros al norte de Bogotá, se adelanta el Encuentro Nacional de Torbellino y Danzas Tradicionales.

A media cuadra del parque central de Tabio está ubicada la sede principal del Instituto Cultural Joaquín Piñeros Corpas. En este lugar, los bailarines que participaron del evento ensayaban las coreografías de las diferentes danzas tradicionales que presentarían. Aquel jueves a la seis de la tarde, Camila Espitia y Álvaro Montenegro fueron de los primeros bailarines en llegar al ensayo de tres horas. Ella vestía unos ‘leggins’ y un top deportivo, mientras que él se quedó en jean y camiseta de diario. Sin embargo, ambos se descalzaron al pisar la tarima de baja altura que ocupaba casi todo el espacio del salón de espejos en el que ensayaban.

Los bailarines pueden tener el atuendo que prefieran al momento de ensayar, mientras no pisen la tarima con zapatos bajo ninguna circunstancia. Esta es una regla implícita que se aplica como una manera de respetar el arte de la danza, una regla que bailarines como Rolando González, compañero de Camila y Álvaro, conocen a la perfección.

Esta es una muestra de cómo se baila el torbellino:

Álvaro

Álvaro, de 32 años, cabello negro y piel bronceada, empezó a bailar torbellino cuando tenía siete años. Para ese momento, en el que el joven se encontró con la danza, el Encuentro Nacional ya se había celebrado seis veces. “Esto viene de nacimiento”, dijo él sonriendo orgulloso.

Este evento nació el 18 de septiembre de 1992. En aquel momento se llamó Festival del Torbellino Joaquín Piñeros Corpas. Llevaba este nombre en honor al hombre que hizo los primeros aportes investigativos acerca de la danza tradicional de Tabio. Fue su interés por la historia y el legado del torbellino lo que inspiró a la Gobernación de Cundinamarca a expedir una ordenanza en la que se establecía la creación del Concurso Departamental Joaquín Piñeros Corpas. A partir de esta iniciativa surgió la idea de conmemorar el ritmo del torbellino con una fiesta que incluyera a todo el pueblo.

En 1996, el festival cambió su nombre a Encuentro Nacional de Torbellino y Danzas Tradicionales. Este nombre llegó con la incorporación de distintas danzas representativas del país. Es por ello que Álvaro y sus compañeros, además de ensayar la coreografía del torbellino, deben ensayar la coreografía de bullerengue, baile bravo, joropo, entre otras.

El ensayo empezó con la canción Arremáchalo, una interpretación con ritmo caribeño que habla de las pilanderas de arroz Este es un baile animado que cuenta la historia de unas mujeres que pilan el arroz, mientras que los hombres llegan a distraerlas para que bailen. Después, el ritmo cambió a ser el baile bravo antioqueño, que demanda que los bailarines aleteen sus brazos y sacudan su cabeza. Luego empezaron a ensayar el joropo, un baile que exige mucha fuerza en los zapateos del hombre y delicadeza por parte de la mujer, todo mientras se mueven al ritmo del tambor llanero. Estos bailes tienen en común la energía y la euforia.

El torbellino no transmite esta misma energía. No es tan delicado como el vals, pero tampoco implica tanta firmeza como un joropo. Es un baile coqueto en el que la música ayuda a representar el cortejo del hombre hacia la mujer. El reto del torbellino está en que la pareja no debe tocarse. Sin embargo, la atracción entre ellos debe sentirse en sus movimientos, en cada giro y en su paso tres cuartos, que se reconoce por su 1, 2, 3 marcado con los pies. Para Álvaro, el torbellino en Tabio tiene otro sentido, porque, mientras que otros departamentos se esfuerzan por acelerar el paso, en el pueblo desean conservarlo tal y como lo enseñaron los abuelos. Es un baile que expresa tradición y cultura, pero más que nada, identidad.

La maestra Rosa Mercedes Rojas, una de las fundadoras del evento y primera profesora de torbellino en el municipio, explicó que la identidad que connota el torbellino vino desde mucho antes de que se consolidara el evento. Al buscar una danza que pudiese representar a Tabio en su evento, encontró que el torbellino era aquel que más se bailaba en las zonas rurales del pueblo. El momento decisivo llegó con una pareja de abuelitos. Cuenta la maestra Rosa que Doña Carmelita y Don Gustavo Moreno bailaban el torbellino de una manera que se veía muy nata y pura. Eran los portadores del folclor tradicional.

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Camila

Camila Espitia, de 25 años, es una mujer de cabello largo y rizado. Su piel morena tiene tintes de rosa y cuando baila mueve los pies con toda la autoridad de una persona que nació con el torbellino en la sangre. La música folclórica corre por sus venas ya que su padre, el maestro Hermes Espitia, es el compositor más reconocido en Tabio debido a sus creaciones musicales.

Esta bailarina tuvo que aprender de su padre acerca de lo que caracteriza e identifica a su tierra. Al igual que ella, los tabiunos tuvieron que aprender de sus mayores para que la tradición siguiera viva. De los 180 artistas que fueron a presentarse en el encuentro, el Grupo de Danza Adulto Mayor Torbellino tuvo el honor de ser de los primeros en aparecer el primer día del evento.

Ese viernes 11 de noviembre, en el lugar de eventos de Tabio conocido como ‘El Foro’, los bailarines se acomodaron en la tarima después de que la maestra Rosa Mercedes los presentara ante el público. Las 22 personas se dividieron en dos grupos de a diez. El único señor y una de las señoras se ubicaron en el medio y al frente de ambos grupos. Las 21 mujeres de esta agrupación estaban vestidas con una falda negra que cubría sus tobillos, una blusa blanca de manga larga, alpargatas y un sombrero negro. Las señoras que tenían el cabello largo lo recogieron en dos trenzas, atadas con un listón rojo. El hombre de la agrupación vestía un pantalón negro, una camisa blanca, alpargatas, sombrero negro y una pañoleta roja encima del cuello de la camisa.

El cantar del tiple, una suerte de guitarra de doce cuerdas, dio inicio a la coreografía. En su canto agudo se podía sentir cómo las cuerdas se deslizaban por los dedos de su intérprete, igual que una lengua recitando un trabalenguas. Después de la introducción hecha por el tiple, cantó una guitarra dulce y de tono grave, en comparación con su compañero. El canto de ambos instrumentos era acompañado por un ritmo grave de velocidad intermedia. Era este el sonido que guiaba los pasos de los bailarines.

Con el ritmo claro, los bailarines realizaban el paso tres cuartos. Daban dos pasos para adelante y volvían a su posición original. Otros dos pasos para adelante y de nuevo al punto de origen. Las mujeres movían las faldas hacia adelante y hacia atrás cada vez que daban el paso. Las canastas con flores que llevaban en sus manos eran usadas para animar el coqueteo del hombre, quien mantenía una postura firme con las manos atrás de la espalda.

La coreografía se destacó por cómo los bailarines lograron transmitir los orígenes del baile a través de un paso dado con naturalidad. El torbellino “representa a nuestros campesinos”, mencionó Camila, y ese origen se vio con cada vuelta que dieron porque era evidente la experiencia que cada uno poseía en esta área. En ningún momento fueron en contra de la música o cambiaron el sentido del paso. A pesar de su edad, recordaban los movimientos con total lucidez.

Cada parte de la interpretación de estos abuelitos –el vestuario, la música y el baile– reflejaba el paso campesino que bailaban doña Carmelita y don Gustavo. Hasta el más mínimo detalle de esa esencia se vio reflejado en aquella tarima por estas personas que se han encargado de inculcarle la tradición a tres generaciones de tabiunos. Camila siente cada paso que dan estos abuelitos porque le hacen “reconocer sus orígenes”, dijo ella irradiando amor por este arte.

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Rolando

Rolando González, de 24 años, cabello castaño y piel morena, ha sido parte del Grupo de Danzas Juvenil Representativo del Instituto Cultural de Tabio desde hace nueve años. Bailar torbellino se convirtió en una actividad que significa “todo” para él. “La cultura nos transforma”, dijo Rolando en tono pensativo. “Transforma nuestra manera de pensar, de actuar y hasta de comunicarnos”. Desde que empezó a participar en el evento, se ha esforzado por transmitir este sentimiento de pertenencia cultural.

El domingo 13 de noviembre, día nacional del torbellino y penúltimo día del evento, Rolando y sus compañeros de baile le presentaron a los aproximadamente 3 mil espectadores cómo los jóvenes se han apropiado del baile que les dejaron los abuelos. A pesar de tener las mismas bases, el baile que interpretaron los jóvenes era más dinámico que el que habían presentado los adultos mayores.

La coreografía de los 20 jóvenes contaba con una historia de cortejo entre las parejas que viven de lo que produce el campo. Para crear una representación precisa, su baile se caracterizó por una elaborada escenografía. Las mujeres cargaban un bolso de fique mientras que el hombre “araba” la tierra. Entre giros y ochos, la mujer iba recolectando los frutos de los árboles y el hombre giraba alrededor de ella para apreciar su labor. En un momento, la mujer desamarraba el pañuelo rojo del hombre y giraba a su alrededor para despojarlo de este con el fin de ayudarlo a aliviar el calor causado por la labor del campo.

En todo momento estuvo presente el sentimiento de equipo entre ellos, al igual que el coqueteo por ambas partes. Sin embargo, la interacción que mantenían las parejas era más constante que en la presentación de los adultos mayores. No era solo por sus movimientos o la relación que mantenían con la música, sino por la expresión que mantenían en el rostro. Sus sonrisas daban a entender que estaban interpretando una obra adaptada, mientras que los abuelitos daban a entender que ellos eran la obra original.

Los adultos mayores le daban mayor énfasis al movimiento de los pies. Sus posturas eran erguidas, orgullosas y firmes. La postura que mantenían los jóvenes era menos firme y el énfasis estaba en la historia. En ningún momento aceleraron el paso o incluyeron movimientos de otras danzas. No fue necesario, puesto que el objetivo de los jóvenes era hacerle un homenaje al torbellino, añadiéndole un toque creativo de jovialidad.

En este homenaje es que bailarines como Rolando, Camila y Álvaro encuentran la oportunidad de rescatar sus costumbres y de que no se pierdan en el tiempo. Es la manera de interesar a más jóvenes a participar de esta apropiación cultural, manteniéndola viva. Solo con el interés de los jóvenes por las tradiciones es que es posible que continúen y, como dice la maestra Alexandra Reyes –maestra de danzas tradicionales por más de 20 años–, “es importante que los jóvenes practiquen el folclor por amor y pasión, y no por repetición”.

Al final, si se le toma el pulso al torbellino se encontrará que mantiene un esfuerzo constante por seguir vivo. Los responsables de lograr esto son los jóvenes. Ellos reciben el legado de los abuelos, del pueblo y de la cultura. Es por medio de su creatividad y pasión que le añaden nueva vida a los géneros tradicionales del folclor colombiano.

Por: Sara Carrascal Hernández, Juan Esteban Medina Caicedo y María Alejandra Ruge Duarte

*Estas notas hacen parte de un acuerdo entre Pulzo y la Universidad de la Sabana para publicar los mejores contenidos de la Facultad de Comunicación Social y Periodismo. La responsabilidad de los contenidos aquí publicados es exclusivamente de la Universidad de la Sabana.