Y allí, en medio de sábanas, plácidos momentos, largas jornadas laborales, días turbios y otros de cariño, se va conformando la respuesta de la supervivencia de un amor.

Y es que no es tarea fácil llevar de la mano los sueños de un equipo y canalizarlos en un solo horizonte. Sin embargo, se conoce que el detalle del ojo al blanco es el caminar en la misma dirección. Ahí, mirando hacia el mismo lado. Con ojos templados. Avivados. Coloridos y estampillados en esos sueños que alentarán en las dificultades.

Dos humores, dos pensamientos distintos, dos costumbres diferentes para ligarse en uno. Dos cuerpos. Una sola carne. Donde se sobrepone la subjetividad. Donde pesan más los intereses comunes que los personales. Donde se aceptan y reconocen las falencias del otro, sin recriminarlas. Donde se comparten los defectos, sin criticarlos. Donde se guía, mas no se manda. Donde se reconcilian los errores, sin reprocharlos.

Y cuesta, claro. La naturaleza del ser humano de por sí es egoísta. Ensimismada. Y ceder ante los sueños y anhelos propios, para compaginarlos con otro, solo se da sanamente cuando existe amor. Amor propio y amor por el otro.

Y así, aunque exista amor, también habrá dolores, tragos amargos momentáneos, sonrojados hasta en color vino tinto y subidas de tono que acaloran el ego personal. Pero esa también es la naturaleza del amor y mirar en una misma dirección cuesta acomodarse a un plan de vida en común.

Por eso, se vale soñar. Anhelar en equipo. Es exigirse. Es planificar. Es entenderse en los malos momentos. Acompañarse en los buenos. Es velar día a día por la estabilidad y buscar siempre el mejor camino para resolver la dificultad.

Caminar hacia el mismo lado es plantearse los objetivos como pareja. Es ayudar a cumplir los propios. Es ponerse en los zapatos del otro, andar y, si es posible, correr kilómetros en ellos. Es poner la palabra y el hombro a disposición. Es acomodar el bolsillo para ambos.

Cuando existen hijos, es reflexionar sobre el tipo de educación y enseñanza a brindarles. Es crear hábitos, reglas y cumplir lo prometido. Es dar el mejor ejemplo. Es respaldarse en las decisiones como padres. Es arrodillarse con los hijos. ‘Perder’ el tiempo en el juego con ellos. Es involucrarlos en el proyecto de vida que como pareja están creando.

Caminar hacia la misma dirección es también equivocarse. Pero levantarse. Con la frente más ensanchada para seguir recibiendo cruces pesadas y con espigas. Dispuestos a derribar muros. Pero ahí, de la mano. Así el sudor haga deslizar los dedos. Pero que una tela de la dermis sea el soporte para ambos.

Y claro. Algunas veces las miradas se tornarán laterales, o en forma de ciclón y hasta de huracán. Pero la firmeza de ese tallo que se ha alimentado es la que hace invencible esa relación.

Que la tarea de hoy sea mirar en esa misma dirección de hogar. Nuestra hija tenía una y era pintar el mejor momento de su fin de semana. Eligió esta fotografía. Gratamente entendí que para ella el estar juntos es su mayor alegría y bendición. Así, tomados de la mano. En línea recta y respirando un mismo oxígeno: el oxígeno del amor. Donde la existencia de una distancia física sea hasta invisible a la profundidad y amplitud de nuestro amor.

Familia Ferreira Toro
Familia Ferreira Toro / Cortesía
Dibujo
Dibujo de familia Ferreira Toro / Cortesía

Que nuestro horizonte sea pues el mismo siempre, así los huracanes quieran darle giros a nuestra sagrada brújula.

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