Desde el primer caso de Covid-19 en el mundo, completamos ya dos años. Y como es la costumbre, en nuestro amado país, vinieron los chistes y memes en alusión a los dramáticos sucesos que dieron inicio a lo peor que haya conocido nuestra generación. La humanidad completó la muerte de al menos cinco millones de personas como consecuencia de la enfermedad.

A los que fuimos niños en las décadas de los setentas, ochentas y noventas, nos tocó un país súper convulsionado y muchísimo más violento que el actual. Pero no habíamos visto nunca un evento que afectará así a todos los países del planeta.

Desde que se presentó el primer caso en China a finales 2019, el chiste flojo inundó la red. Para un extranjero, la explicación sencilla de ello no podría ser otra: aquí hasta en eventos apocalípticos y sucesos tan dolorosos, todo se vuelve un chiste. Esa es nuestra particular forma de ser.

Aclarando que, en toda Latinoamérica, los faros morales de los otros países siempre fueron y han sido los humoristas disfrazados de políticos. Ellos fungen de comediantes y nos hacen reír hasta las lágrimas.

Pero mientras unos lloramos por la tragedia personal, familiar, económica y social, otros hacen chistes flojos del asunto, así somos.

Mire las consecuencias evidentes y aterradoras: El comercio mundial está paralizado, hay escasez de suministros y materias primas, la economía de los 5 continentes habitados se afectó de tal manera que mandó a una importante porción de la clase media de nuevo a la pobreza.

El desempleo se disparó, la inflación en las grandes potencias aumentó dramáticamente los precios de servicios públicos y comida. La producción de bienes y servicios disminuyó dramáticamente. Los que estaban muy bien dejaron de estarlo.

Por si fuera poco, las sociedades en el mundo siguen divididas en torno a la pandemia. Para muchos, el número de muertos es insignificante y dicen que la relevancia que se le dio al tema, generó como consecuencia el daño a la economía y la parálisis de la producción y la vida como la conocíamos.

Cuánta razón tiene aquella frase que dice: Qué fácil ser profeta del pasado.

Lo cierto es que el deficitario y endeble sistema de salud universal no aguantó esta ni aguantará ninguna otra pandemia más fuerte y de escala más masiva.

¿Se imaginan si realmente hubieran sido mortandades significativas como esperaban los críticos? ¿Qué tal hubiera sido la mitad de los colombianos muertos por Covid-19? Es decir, que el virus hubiera matado a 25 millones.

La debacle del mundo conocido, estaba al lado, en el siguiente kilómetro de este tortuoso camino que sigue recorriendo la humanidad adolorida, agobiada y doliente.

Antes y ahora, si no eran los huracanes, los deshielos o las inundaciones eran los incendios, los terremotos o los tsunamis hasta que llegó la enfermedad general, el gran malestar mundial.

En cualquier caso, han sido dos años muy convulsionados y acompañados de un hastío general por las formas sociales imperantes que han dejado desigualdad y a las mismas clases privilegiadas de tan pocos individuos en los mejores lugares y posiciones de poder, liderazgo y generación económica.

Y cuando usted los escucha con sus discursos llenos de consignas positivas, queda ese tufillo de que se sienten mejores y ni esto los afecta.

Da risa que unos y otros se endilgan el odio de clases, cuando esta es una realidad evidente, sangrienta y absurda, pero no para los que la diagnostican y muchos menos para los que la promueven.

Un día están en el gobierno, luego en la industria y sus hijos igual. Como una especie de aristocracia elegida por designio divino.

Nos encantan las dinastías, esas de los mejores hombres, los elegidos, los iluminados, los de esas familias prestantes. Lo que llaman las fuentes de poder.

Nuestros países gustan de esos pequeños grupúsculos que todo lo manejan. Claro, ello sucede mientras todos los demás se quejan y sufren pero ocupan su tiempo haciendo chistes por todo.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.