Fue una historia muy amarga y me dejó agotada, tanto mental como físicamente. No quiero saber nada de esta persona y me gustaría poder narrar esta experiencia para que, si tu estás pasando por una situación parecida, puedas tomar decisiones responsables contigo misma y con tu corazón.

El día que lo conocí habló tanto sobre sí mismo que me pareció que había algo extraño en él, también me dio la sensación de que le iba a tomar tiempo confesarme por qué tenía algún dolor dentro. La relación empezó en 2020 porque físicamente nos atraíamos poderosamente, porque él parecía un querubín de cera y me encantaban sus ojos, su pelo, su boca de revista y algo más que no diré que es.

Nuestro diálogo no era bueno y siento que, mientras yo quería contarle sobre mi vida y mis cambios, él apenas me escuchaba y nunca me daba pie a que pudiéramos charlar sobre mí. En cambio, cuando el tema se centraba en él, sí había llamadas largas y muchos minutos dedicados a lo que él quería, a lo que él opinaba (por lo general criticando con malos modos todo lo que no correspondía con su pensamiento seudofascista, sus gustos y sus aprobaciones). Tenía un carácter del demonio y encadenaba un cigarrillo detrás de otro porque sufría de una ansiedad contagiosa. Esto se vio porque si bien yo puedo fumar alguno con amigos, en mi relación con él volví a comprar tabaco como si estuviera en exámenes, y también empecé a tomar vino a diario, pues nuestra unión se enmarcó en esas dos adicciones: tabaco y alcohol.

Tuvimos una relación de poco crecimiento porque sus problemas, que sí salieron a la palestra a las dos semanas de conocernos, se tomaron por completo nuestro noviazgo.

Tenía una economía muy compleja porque no había podido gestionar sus deudas, y una vez que me contó que no tenía para vivir, cometí el primer error que se puede hacer con un narcisista: le dejé dinero.

Abrí la puerta prohibida. Empecé a ver que, si bien en las primeras citas él sacaba un billete o unas monedas para pagar alguna cuenta, esto dejó de pasar y todos los cafés, vinos y platos de comida los empecé a pagar yo. Sentía que así le estaba ayudando, pero yo me estaba echando la soga al cuello con cada una de estas cuentas.

Yo pagaba y pagaba, y él pedía y pedía sin que se le pasara por la cabeza si era mucho. En esa época, para rematar, no tenía trabajo e invertía las horas largas de su vida jugando a un videojuego de coches que tenía en el móvil.

El abuso narcisista fue explicado por primera vez por Alice Miller, es un trastorno que ya se ha tipificado y que incluye algunos comportamientos que se veían a la perfección en este hombre.

En primer lugar, hay una situación de abuso que se empieza a percibir desde las primeras semanas. En mi caso empezó por un abuso económico. Yo lo mantenía y permitía que él fuera un mantenido. Pero lo más complejo es que él no mejoraba su carácter, no cambiaba su cara sufrida, no encontraba paz. Al principio me gustaba salir con él, pero con el tiempo me dejó de apetecer y empecé a cambiar la estrategia para que mi economía no se viera saqueada. Opté por que pasáramos más tiempo en casa (aún más encerrados, aún más excluidos, aún peor para mi libertad).

Me llama la atención que cuando él quería pedir dinero lo hacía en diminutivo (dame 5 eurillos) para que nunca pareciera mucho, pero lo mismo le pasaba con los billetes de 20 o de 50. Yo me percaté de eso y me daba mucha rabia eso de los 5 eurillos, que normalmente eran para comprar cigarrillos y que, sumándolos todos, fueron más de 700 eurillos en sus múltiples necesidades diarias.

Él hacía la compra y sacaba al perro. Esos oficios se le daban bien, porque yo también quería que él se sintiera útil en medio de su eterna mala racha. Lo curioso es que este hombre, pasara lo que pasara, así encontrara trabajo, así fuera su cumpleaños, o así le viniera la Navidad, siempre estaba hundido. Y yo, para darle algo de alegría le daba regalos, ropa, perfumes y todo lo que se me ocurriera que pudiera arreglarle su cara de infeliz.

Luego empecé a ver por qué no podía escapar a tanta mala suerte.

Su nula vida social (sólo tenía un amigo, que encima era jugador de póker) encendió mis alarmas. Este hombre no tenía nadie con quien compartir, nadie a quien llamar, nadie con quien tomarse algo. Así que en lugar de ver esto como una bandera roja, empecé a comportarme como si yo fuera su tabla de salvación. Su amiga, su jefa y su amante. Todo en uno.

Me parecía terrible que nuestra vida social fuera tan limitada, porque si él no tenía a nadie, yo sí, pero prefería ver a mis amigos sola que llevarlo a él con su cara de puño a mis reuniones. Lo escondí un poco de mis contactos porque temía que fuera a ventilar sus posturas radicales y terminara ofendiendo a alguien como empezó a ofenderme a mí.

Yo publicaba un libro y no me daba la enhorabuena, en cambio él, que tenía un rutinario trabajo como experto en seguros de carros, intentaba enseñarme la pantalla de su trabajo como si fuera un experimento de NASA. A mí ni su trabajo ni sus opiniones me interesaban, así que cuando él quería darse ínfulas de que era el mejor en la empresa, yo optaba por no prestarle atención. Y por no comentar nada cuando me decía: ¿A que tengo una letra muy bonita? Toda llena de mayúsculas.

Yo le hablaba de mis ideas y proyectos en el trabajo y él se quedaba callado. Fumaba y bebía sin parar. Aprendí a hacer su misma comunicación. La cosa quedaba más o menos así.

El: Me han llamado para decirme que tengo que trabajar el lunes

Yo: silencio

El: Voy a hacer de repartidor de Amazon y tengo que llegar a las 7 de la mañana

Yo: silencio

El: el dinero me vendrá bien y podré invitarte a comer

Yo: silencio

Lo cierto es que en cuanto algo de dinero tampoco me invitó a comer. Recuerdo la primera vez que me dijo que me iba a llevar a desayunar. Insistió que iba a pagar con una tarjeta. Cuando le trajeron la cuenta la tarjeta salió denegada. Con él nunca hubo sorpresas felices.

A medida que pasaban las semanas, había algo en mí que me hacía sentir que ya le había invertido mucho a esa relación, y necesitaba creer que él remontaría, que él podría ser lo que en algún momento soñé. Pero esto es clave. Queridos míos: los narcisistas no cambian, no remontan, no dejan de pedir cinco eurillos, no van a empezar a sonreír de buenas a primeras, no pagarán la siguiente cuenta, no serán cariñosos, ni tampoco tendrán una mirada compasiva cuando nos enfermemos y tengamos que ir a urgencias al hospital.

Me costaba mucho mi nueva forma de ser, mi nueva manera de entender esa relación tan desastrosa. Pero si él no celebraba mis triunfos y no comentaba nada de lo que a mí me pasaba, yo iba a hacer lo mismo con él. Callada y pintando nubes de colores, así empezó mi tímida autodefensa.

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.