Multifacético, humanista integral, músico, con grandes conocimientos matemáticos y físicos, historiador, y además escritor. Un hombre que nació en Bogotá el 27 de enero de 1935, perteneciente por ello a una generación cuyas huellas perdurarán. Se trata de un “experimentador” del sonido, el pasado y la palabra.

Germán Borda Camacho, para mi gusto no lo suficientemente conocido en Colombia es, sin duda, un Tesoro Nacional.  Así, con mayúsculas. Y con sus 84 años, tiene una vitalidad arrolladora.

En redes sociales e Internet, podremos encontrar mucho más de su faceta de músico que de la de escritor. Ha escrito y publicado poesía y novela. Dentro su obra literaria suya es inevitable encontrar intertextualidades con la música y la estructura musical. Cada composición musical suya, a su vez, es, cerrando los ojos –como si fuera música para invidentes-, una historia contada para la imaginación.

Nos cuenta El Tiempo en una entrevista que le hicieren en 2005, que descubre, por ejemplo, una relación entre “El coronel no tiene quien le escriba”, de García Márquez, y una estructura musical. Cuando el Nobel se enteró de ese análisis comentó: “Si un músico de méritos grandes cree encontrar elementos de composición musical en El coronel, si esto es lo que quiere saber mi estimado Germán Borda, le contesto que sí”.

Quiso la vida que en Austria fuera alumno del profesor Alfred Uhl, director del Departamento de Composición de la Universidad de Viena graduándose en 1968 en teoría y composición y con quien continuó realizando cursos de posgrado con Uhl en 1970, quien por demás en su honor, organizó en Austria un concierto con las mejores composiciones del maestro Borda. Su música no es fácilmente catalogable, solamente sabremos que es clásica, pero se ha clasificado también como “música culta”, “música erudita”, “música moderna”: es original, tensionante, impactante. Es como ver una película de suspenso en música. Vale la pena ver los videos que de él hay en YouTube. Ha escrito mas de 1200 obras para casi todos los instrumentos, siendo calificada en Alemania su obra de “supraterrenal”.

En 1968 fue nombrado Profesor de Historia de la Música y apreciación musical en la Universidad de Los Andes, y del Conservatorio Nacional de Música, Forma y Análisis. Desde 1975 incursionó mediáticamente con programas en la extinta emisora H.J.C.K El Mundo en Bogotá, del recordado Alvaro Castaño Castillo; fue además crítico y comentarista del periódico “El Tiempo”. Ha sido ganador de premios y distinciones a lo largo de su carrera, v.gr. el premio “Pegaso de Plata”​ de la sociedad Arte de la Música en 1979 (Espacios, obra para cuerdas) y mención de honor en el concurso de Colcultura por sus seis microestructuras para piano en 1979.

Fue nombrado, por demás, ciudadano ilustre de Moguer. Y acá es donde empieza el periplo literario de Borda. No sabremos si, indignado por el mito de que todos quienes acompañaron a Colón en sus viajes de descubrimiento eran netamente bandidos y ladrones, halló Borda un personaje, Peralonso Niño, que, en sus palabras, fue un personaje de enorme importancia que no ha tenido la suerte de pasar a la historia con la trascendencia que merece pues el mérito se le ha dado de manera casi integral a Colón, cuando sin la participación de los Pinzón, los Niño y los Quintero, su hazaña hubiera sido imposible. Así pues, su primera novela fue dada a luz en 2001: “Visiones de Peralonso, niño descubridor de América”, novela que ya vaticinaba el arribo de las demás: La maraña de la manigua (2005) El enigma de Dreida (2006), La bitácora del tiempo (2010), Siglo XXV, Aura (2012), Alvar el profeta (2012), Las Cartas (2019), entre otras –mas de 45-. Borda no publica en Colombia, debe hacerlo en España y otros países ante el desinterés editorial local.

La novela que tuve oportunidad de leer, por recomendación no del maestro Borda sino del amigo común que ya ha leído la mayoría de su obra, fue ‘El enigma de Dreida’. Un misterioso viaje al que un grupo de pintorescos personajes es invitado con el objetivo de encontrar una enigmática estatua de dos caras – fases, faces- en una lejana isla griega. Dentro de los personajes se encuentra el mismísimo Borges y su Verónica (¿Kodama?), el músico Adrob (alter ego del maestro Borda pero cuyo apellido está escrito al revés), y una serie de personajes que, entre relatos intelectuales, filosóficos, psiquiátricos y sexuales, dejan entrever la dicotomía humana en grado sumo de complejidad y que va anticipando y justificando la búsqueda de lo que se avizora como un mito: la estatuilla en la isla de Dreida – una estatuilla donde lo dual y lo inasible del tiempo confluyen mágicamente.

Creo que los acasos no existen y como me encanta leer en paralelo, leí al tiempo ‘Ensayo sobre la ceguera’ de José Saramago y, adicionalmente, hace unos días, tuve la oportunidad de conocer al mejor amigo del Maestro Borda, una eminencia de la ingeniería en Colombia, quien se está quedando sin vista. Estas dos conjunciones, y en fin este tema de la ceguera, que al potenciar otros sentidos y despertar otras sensibilidades intelectuales y emocionales nos permite indagar en nuestro interior nuestros mas profundos secretos, va a ser determinante en el rumbo del relato de Borda. A lo mejor sólo los ciegos son los que realmente pueden ver: ven en el interior, palpan desde el exterior y así logran descubrir la esencia humana.

El viaje recuerda el suspenso de ‘Diez negritos’ de Agatha Christie, pero va cogiendo fuerza propia, y en escenarios mágicos como el Expreso del Oriente, Venecia, y el Pireo en Grecia, se desarrollan una serie de diálogos y acontecimientos, alrededor principalmente de la figura anciana y sin vista -que no sin visión- de Borges, en donde cada uno de ellos reflexiona, desde su perspectiva, sobre la naturaleza humana, sus angustias, sus miedos, sus devenires. El hecho de que el grupo esté conformado por hombres y mujeres cuyas profesionales están relacionadas todas con la psique humana hace que sea un erudito relato de viajes ambientado en Viena inicialmente, luego, en tren (Orient Express), luego en barco (casualmente el crucero por el mar Adriático se llama “Peralonso”), y hasta en las pensiones y hoteles de mala muerte del Pireo, y que salga a flote un elemento principalísimo del ser humano, el sexo, evidenciando en varios de los personajes una sexualidad ambigua como símbolo de la dualidad humana. No todos podrán llegar a Dreida: el millonario Campbl, dueño de la isla, seleccionará el momento de su muerte y, de contera, en el testamento elegirá a aquellos afortunados que serán quienes puedan arribar.

Habrá que leer más a Borda y además aprovechar su conocimiento y sabiduría mientras esté vivo. Por lo pronto debo decir que, en compañía del escritor también talentoso y joven escritor colombiano Javier Riveros y su esposa y un grupo de amigos entrañables, disfruté enormemente, el estreno de su último concierto el pasado 25 y 26 de mayo en el Auditorio León de Greiff de la Universidad Nacional y en la Iglesia de San Ignacio de Loyola en Bogotá, “Concierto para cuatro trombones y Orquesta”, que en sus 3 movimientos es toda una oda a la modernidad.

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