Después de oír a un maravilloso grupo de mujeres afrocolombianas hablar sobre esa literatura de la diversalidad en un país que, como el colombiano, si no es con Chimamanda Ngozi no hay afro-escritor nativo que llene un escenario, salí, emocionada hacia el recinto más cercano y me hallé, de pronto, en un conversatorio cuyo espacio estaba lleno a reventar.

Me encontré con una charla apasionante entre, el antes periodista y ahora valiente escritor, Javier Riveros (1980), y su interlocutor Pedro Badrán, quienes hablaban sobre la ópera prima de aquel, ‘El último caso del doctor Russi’ (Literatura Random House, 2019). Desde la historia misma de Javier, quien relató ese acto de “valor, locura, desesperación y hastío” de abandonar una exitosa carrera de periodista para dedicarse de lleno a su pasión -la literatura-, hasta la tragicómica historia de su libro, levemente revelada en la charla (no queremos hacer ‘spoiler’ porque el final es demasiado bueno), me engancharon.

Compré el libro, por supuesto, y llegué a mi casa a ojear los primeros capítulos y … ¡oh sorpresa!, me enganché aún más. Fui fluyendo a través de las frases, los párrafos, como si estuviera volando. Como era domingo no pude leer más que unas 40 hojas, pero me atreví a recomendarlo en una de mis últimas columnas con tan buena suerte que atiné a que, gracias a ella, me lo presentara una amiga editora en un almuerzo el miércoles siguiente. Sólo tengo por decir que me encontré con un Señor ES-CRI-TOR en el más extenso sentido de la palabra.

Claudia Sterling

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El libro destapa una serie de historias delirantes de la Bogotá del siglo XIX.  No sé si se puede clasificarlas, ya condensadas en la obra de Riveros, de historias entre policías y ladrones – creo que sería minimizar la novela- ni tampoco sé cómo clasificar la obra: si de novela negra, novela de suspenso, ficción histórica, historia novelada, novela detectivesca… porque en realidad es cada una y todas a la vez. Historias reales que se encuentran en las “Reminiscencias de Santa Fe y Bogotá”, en los capítulos de Crímenes Célebres y Episodios Sangrientos, de José María Cordovez Moure y que, de no ser por Javier, jamás lo leeríamos por simple diversión – creo que sólo lo haríamos por una obligación académica.. y eso…-.  Lo único que sé es que el relato es francamente apasionante y deliciosamente breve.

Las lecturas e influencias de Riveros son múltiples: Mark Twain, Salgari, Dumas, Pérez Reverte, Amis, el italiano Andrea Camilleri y su comisario Montalbano – que podemos ver en la serie de Film&Arts en la actualidad-. Podría atreverme a decir que el título del libro fue inspirado por el título de una obra de Camilleri, ‘El primer caso del comisario Montalbano’, pero eso sí no me lo alcanzó a contar Riveros. No es extraño pues que, con toda esta exquisita mezcla, haya escrito una exquisita novela.

Su historia está inspirada en la de la ‘Compañía de ladrones’, célebre banda de criminales de la capital que relata Cordovez Moure, a quien terminé leyendo por cuenta del libro de Javier. Tanto Riveros como Cordovez Moure tienen un sentido del humor sin el cual sus obras jamás serían lo perspicaces y fluidas que son. El humor de Javier es moderno, fino, elegante, audaz. En cada hoja del libro hay a lo menos una frase arrojada que nos hace reír profundamente “hacia adentro”, hacia afuera pensarían que estamos locos.

Los contextos y situaciones son delirantes. Uno no puede creer que, a mediados del siglo XIX, la ‘Compañía de Ladrones’ haya asaltado el Convento de San Agustín, a cargo del padre Salavarrieta (hermano de la Pola, sí) y después de haber entrado en parejas, se hayan robado todo un tesoro dinerario y de joyería, y en pleno asalto hayan atinado a preguntarle al sacerdote por el “vino para festejar el triunfo obtenido”, bebiendo vasos y tazas de vino seco … Lo relata Cordovez Moure y, en lenguaje de hoy lo trae Riveros a nuestro presente, en un extraordinario relato en donde el protagonista, el periodista Matute, hace las veces de detective-policía-héroe-relator en una época en donde la falta de alumbrado y la ausencia de policía – y, curiosamente,  también de un hotel, de un tranvía, de una orquesta y de un restaurante tal como lo expresa el cónsul inglés en la novela-, hicieron tan fácil expandir el terror en la Bogotá de entonces, cuyas calles son nombradas y descritas a la perfección por Riveros de la mano de su perro – no podía faltar la mascota- Tabaco. (¡Ay! de los románticos nombres de aquellas calles).

La explosión de la casa de Juan Alsina es un episodio épico, descrito tan audazmente que, frente a la tragedia, no podemos menos que soltar una carcajada cuando Matute “descubre con asombro que las monjas pueden correr” ante el terror producido por el estallido, o reírnos de la posición en que fue hallada la esposa de Alsina con su amante…

Claudia Sterling

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El relato del asalto de la casa de Cruz María Fuentes Vda. De La Torre, inspirado en el saqueo de la casa de doña María Josefa Fuenmayor de Licht, “viuda venerable, retraída” en el libro de Cordovez, pero una viuda sensual y sociable en el libro de Riveros, es ciertamente muy divertido… y real… La “Compañía de Ladrones” asalta la casa, con un chef negro a bordo, que se encarga de comprar y preparar las viandas durante los días que dura el asalto. La “Compañía de Ladrones”, al mejor estilo de la película ‘Ocean Eleven’, tiene unos integrantes encantadores, un jefe culto y exquisito, delicado, refinado y viajero, que divierte a la viuda y a sus criadas con sus modales, con sus “agudísimos chistes y crónicas escandalosas de la ciudad” al punto que de ellos llega a decir la viuda, que había sido tratada “con la urbanidad y atención más exquisitas; y que a no ser por cierto temor que le infundieron sus desconocidos huéspedes, desearía volver a estar en medio de tan amables cuanto buenos cristianos y caballeros”… Sin contar con que después de cada asalto, dejaban unos sofisticados pergaminos con agradecimientos varios por la acogida y hospitalidad brindada por sus víctimas.

Es Matute, periodista estrella de El Santafereño, y protagonista de la obra, sencillamente rutilante. Los episodios románticos y eróticos, sutilmente insertados en la novela, le ponen el toque romántico y humano a un personaje que, con su fino humor y observación, va descubriendo poco a poco no solo los intríngulis y el hilo conductor de los relatos evocados, sino que es capaz de dejarnos con un halo de misterio e inquietud: nunca nada está completamente resuelto, ni siquiera aunque en el libro de Cordovez Moure lo esté. Por eso, Matute, como los grandes detectives de la literatura, está llamado a permanecer y no morir. Riveros está leyendo las ‘Crónicas de Bogotá’ de Pedro María Ibáñez Tovar. Ojalá nos dé una sorpresa y nos incite al pecado de leerlas. Ojalá haya una continuación de Matute, la que desde ya pedimos muchos a voces, a gritos….

*Las opiniones expresadas en este texto son responsabilidad exclusiva de su autor y no representan para nada la posición editorial de Pulzo.